Había una vez, en un gran reino, dos príncipes llamados Joaquín y Thiago. Vivían en un inmenso palacio lleno de habitaciones secretas, pasillos interminables y jardines que parecían sacados de cuentos de hadas. A pesar de ser príncipes, lo que más les gustaba en el mundo no eran los tesoros ni las fiestas reales, sino su adorable mascota: una pequeña gatita blanca y esponjosa llamada Espumita.
Espumita era el centro de atención en el palacio. Desde el día en que Joaquín y Thiago la adoptaron, había llenado de alegría cada rincón del lugar. Corría por los pasillos, jugaba con los tapices y se escondía en los lugares más inesperados. Pero lo más curioso de Espumita era su increíble amor por las galletas. Si alguien dejaba una galleta descuidada, podías estar seguro de que la pequeña gata estaría cerca para darle un mordisco.
Un día, después de haber jugado durante horas en el jardín del palacio, Joaquín y Thiago decidieron entrar al salón principal para descansar un poco. Se tiraron en los grandes sillones de terciopelo y, al darse cuenta de que Espumita no los había seguido, comenzaron a llamarla.
«¡Espumita! ¡Ven, Espumita!», gritaba Thiago.
«Debe estar escondida, como siempre», dijo Joaquín, acostumbrado a las travesuras de la gatita.
Pero, tras varios minutos de llamar y buscar en los lugares donde Espumita solía esconderse, no la encontraron. Los príncipes empezaron a preocuparse. ¿Dónde podía estar su querida gatita?
«Esto es raro», murmuró Thiago. «Siempre viene corriendo cuando la llamamos».
«Debe estar en alguna parte del palacio», dijo Joaquín, decidido a encontrarla. «Vamos a buscarla en todos los rincones».
Así que comenzó la gran búsqueda. Los príncipes recorrieron cada sala, cada pasillo y cada rincón del palacio. Fueron a los dormitorios, al gran salón de baile y hasta al salón de música, donde Espumita solía treparse al piano. Pero no había ni rastro de la pequeña gata.
Thiago, siempre el más curioso, sugirió: «¿Y si fue a los jardines?»
Corrieron al jardín, pero tampoco la encontraron. Espumita no estaba ni jugando con las flores ni persiguiendo las mariposas. A medida que pasaban los minutos, los príncipes se sentían más y más preocupados. La pequeña Espumita nunca se había escondido tanto tiempo.
«Tal vez está en algún lugar más oscuro», dijo Joaquín, mientras miraba hacia el sótano del palacio. «Sabes que a veces le gusta esconderse en lugares donde hace frío».
Bajaron rápidamente las escaleras que llevaban al sótano, donde los criados guardaban las provisiones. Revisaron entre los sacos de harina, las cajas de frutas y hasta dentro de las grandes barricas de vino. Pero, una vez más, Espumita no estaba allí.
Cuando ya casi estaban a punto de rendirse, Thiago de repente levantó la cabeza. «¡La cocina! ¡No hemos revisado la cocina!»
Ambos príncipes corrieron a la cocina del palacio, una enorme sala con estantes llenos de ollas, sartenes y delicias preparadas por los cocineros reales. Al entrar, lo primero que notaron fue un sonido familiar. Era un pequeño crujido, como si alguien estuviera mordisqueando algo.
«¿Oíste eso?», preguntó Joaquín, mirando a su hermano.
Thiago asintió. Ambos se acercaron lentamente al rincón donde estaban guardadas las galletas. Y ahí, entre una montaña de migas, encontraron a Espumita. La pequeña gatita estaba acurrucada, disfrutando de un festín de galletas. Sus bigotes estaban llenos de migajas, y su carita mostraba una expresión de pura felicidad.
«¡Espumita!», exclamaron al unísono los príncipes, aliviados y divertidos al mismo tiempo.
La gatita levantó la mirada, pero no dejó de mordisquear su galleta. Parecía que ni siquiera se había dado cuenta de que la estaban buscando por todo el palacio.
«¡Así que aquí estabas todo el tiempo!», dijo Thiago, mientras se agachaba para recoger a la pequeña gata. «Nos tenías muy preocupados».
Joaquín no pudo evitar reírse. «Debí haber sabido que estarías en la cocina. No puedes resistirte a las galletas, ¿verdad?»
Los príncipes se sentaron en el suelo de la cocina, mirando a Espumita disfrutar de su última galleta. Aunque había sido un día agotador buscándola por todo el palacio, estaban felices de haberla encontrado sana y salva. Además, ahora tenían una buena historia para contar a los cocineros y criados: la vez que Espumita desapareció y fue encontrada devorando galletas.
Después de un rato, los príncipes decidieron llevar a Espumita de vuelta a su habitación. La pequeña gatita, llena y satisfecha, se acurrucó entre ellos mientras la llevaban. Esa noche, mientras todos dormían, Joaquín y Thiago prometieron estar más atentos la próxima vez que Espumita desapareciera. Y, sobre todo, asegurarse de que las galletas estuvieran bien guardadas.
Pero en el fondo, sabían que mientras vivieran en el palacio, siempre habría aventuras con su pequeña amiga. Porque, al fin y al cabo, Espumita no era solo una mascota, era parte de su familia, y con ella, cada día en el palacio era una nueva y emocionante historia por descubrir.
Y así fue. Con Espumita, los días nunca eran aburridos. Siempre encontraba nuevas formas de sorprender a Joaquín y Thiago, ya fuera trepando a lo alto de los estantes, persiguiendo sombras en los pasillos o escondiéndose en los rincones más inesperados. Los príncipes pronto aprendieron que Espumita no solo era una experta en desaparecer, sino también en hacerles sonreír, incluso en los momentos más tranquilos del día.
Cada mañana, la pequeña gatita los despertaba con sus suaves maullidos, lista para nuevas aventuras. Y cada noche, se acurrucaba junto a ellos, recordándoles que las mejores historias no siempre se encuentran en los libros, sino en los pequeños momentos compartidos con quienes más se quiere.
Porque, al fin y al cabo, no importaba cuántas galletas robara o cuántas veces se escondiera: Espumita siempre lograba que el palacio fuera un lugar lleno de risas y amor.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.