Había una vez un niño llamado Flavio, que vivía en una pequeña casita con su mamá. Aunque no tenían muchas cosas, eran muy felices juntos. La mamá de Flavio trabajaba mucho para cuidarlo y darle lo mejor, siempre con una sonrisa en el rostro. Pero a veces, Flavio notaba que su mamá se veía cansada. Esto lo hacía pensar que, aunque ella siempre parecía feliz, él quería hacer algo especial para que lo fuera aún más.
Una tarde, mientras jugaba en el jardín lleno de flores, Flavio vio algo muy extraño. Entre las flores más altas, apareció una luz brillante que parecía bailar en el aire. Intrigado, se acercó y vio que esa luz era en realidad un hada. Era pequeña, con alas rosadas y brillantes, y una varita mágica que destellaba con cada movimiento.
«¡Hola, Flavio!», dijo el hada con una dulce voz. «Soy Rosita, tu hada madrina. He venido porque escuché que tenías un deseo muy especial».
Flavio abrió los ojos con sorpresa. ¡Nunca antes había conocido a un hada! «¿Un hada madrina? ¿De verdad?» preguntó emocionado.
Rosita asintió con una sonrisa. «Así es. Puedo concederte un deseo. ¿Qué es lo que más deseas, pequeño Flavio?»
Flavio no tuvo que pensarlo mucho. Él amaba a su mamá más que a nada en el mundo y siempre había querido verla completamente feliz. Entonces, miró a Rosita con determinación y le dijo: «Deseo que mi mamá sea la persona más feliz del mundo.»
Rosita sonrió de nuevo, tocando con su varita el hombro de Flavio. «Ese es un deseo hermoso, Flavio. Pero, para hacerlo realidad, necesitas ayudarme con algo muy importante.»
Flavio estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ver a su mamá feliz. «¡Lo que sea! ¿Qué debo hacer?»
Rosita lo guió por el jardín mágico. A medida que caminaban, las flores se iluminaban y los árboles se movían suavemente como si estuvieran saludando a Flavio y al hada. «Para que tu mamá sea completamente feliz, necesitamos recordarle lo especial que eres para ella y lo mucho que la quieres. A veces, los mejores deseos se cumplen con amor y pequeños gestos.»
Flavio pensó en todas las cosas que podía hacer para que su mamá sonriera. Ya le hacía dibujos y a veces le ayudaba a poner la mesa, pero sentía que debía hacer algo más grande, algo mágico. Rosita lo miró con cariño y le dijo: «A veces, Flavio, lo más simple es lo más poderoso. Hoy, haremos algo especial.»
Juntos, comenzaron a recoger las flores más bonitas del jardín. Rosita usaba su magia para hacer que las flores cambiaran de color y formaran un hermoso ramo que brillaba como si tuviera estrellas. «Con estas flores y tu amor, haremos que tu mamá sienta una felicidad inmensa», explicó el hada.
Cuando terminaron, Flavio llevaba en sus manos el ramo más hermoso que jamás había visto. Rosita lo miró y le dijo: «Ahora ve y dáselo a tu mamá. Pero no olvides decirle cuánto la amas.»
Flavio corrió hacia la casa con el ramo de flores brillantes en sus manos. Su mamá estaba en la cocina, terminando de preparar la cena. Cuando lo vio entrar con ese ramo tan especial, sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría.
«Mamá», dijo Flavio, con su voz suave pero llena de emoción, «te hice estas flores con la ayuda de mi hada madrina Rosita. Ella me ayudó porque yo le pedí un deseo muy importante: que seas la persona más feliz del mundo. Te amo mucho.»
La mamá de Flavio se agachó para abrazarlo fuerte, sus ojos brillaban como nunca antes. «Flavio, cariño, no necesito magia para ser feliz. Tú ya haces que todos los días sean mágicos para mí con tu amor. Este es el regalo más hermoso que podría recibir.»
Rosita, que había seguido a Flavio hasta la casa, observaba desde una esquina, sonriendo satisfecha. Sabía que no hacía falta mucha magia para hacer feliz a alguien cuando el amor verdadero estaba de por medio.
Desde ese día, Flavio y su mamá siguieron viviendo sus días con una felicidad aún mayor. Y aunque Rosita ya no aparecía todos los días, Flavio sabía que siempre estaría cerca, observando y asegurándose de que su deseo de ver a su mamá feliz se mantuviera cumplido.
Y así, con un pequeño acto de amor y la ayuda de su hada madrina, Flavio aprendió que la felicidad de su mamá no dependía de grandes cosas, sino de los pequeños gestos llenos de amor.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.