Había una vez, en un bosque lleno de colores y vida, una pequeña oruga llamada Grindy. Era una oruga muy especial, no solo por su brillante color verde, sino porque siempre estaba sonriendo y dispuesta a hacer nuevos amigos. A Grindy le encantaba explorar la naturaleza, admirar las flores, los árboles y todo lo que encontraba en su camino. Pero lo que más le gustaba a Grindy era comer pizza. Sí, ¡pizza! Aunque las orugas suelen comer hojas, Grindy había probado la pizza una vez y se había enamorado de su sabor.
Cada mañana, Grindy se despertaba muy temprano, justo cuando los primeros rayos de sol comenzaban a iluminar el bosque. Después de estirarse un poco, salía de su casita hecha de hojas y empezaba su día saludando a sus amigos. Grindy tenía muchos amigos en el bosque: las mariposas, los pajaritos, y hasta un par de ardillas que siempre estaban dispuestas a jugar con ella.
Un día, mientras Grindy caminaba por un sendero cubierto de pétalos de flores, decidió que sería un buen día para visitar a su amigo Pío, el pajarito. Pío vivía en la cima de un árbol muy alto, y desde allí podía ver todo el bosque. A Grindy le gustaba mucho hablar con Pío porque siempre le contaba historias interesantes sobre lo que sucedía en otras partes del bosque.
Cuando llegó al pie del árbol de Pío, Grindy gritó: «¡Pío, Pío! ¿Estás en casa?». Desde la cima del árbol, Pío asomó su cabecita y, al ver a su amiga Grindy, bajó volando con alegría.
«¡Hola, Grindy!», dijo Pío con entusiasmo. «¿Qué te trae por aquí hoy?».
Grindy sonrió y dijo: «Quería saber si te gustaría acompañarme a explorar la parte del bosque que está cerca del río. Hace mucho que no vamos allí y he escuchado que hay flores nuevas y muy bonitas. Además, pensé que podríamos encontrar algún lugar donde preparar una pizza deliciosa».
Pío aplaudió con sus pequeñas alas. «¡Me parece una idea genial, Grindy! Vamos a descubrir nuevas flores y a buscar esos ingredientes para nuestra pizza».
Y así, los dos amigos comenzaron su viaje hacia el río. Mientras caminaban, Grindy admiraba cada detalle del bosque: los rayos del sol que se filtraban entre las hojas, las mariposas que volaban de flor en flor, y los sonidos de los animales que hacían del bosque un lugar mágico.
Cuando llegaron al río, Grindy y Pío se quedaron asombrados al ver las hermosas flores que habían crecido allí. Eran de todos los colores: rojas, amarillas, azules y moradas. «¡Qué bonitas son!», exclamó Grindy. «Me encantaría llevar algunas a casa, pero no quiero arrancarlas. Es mejor que se queden aquí para que todos puedan disfrutarlas».
Pío asintió. «Tienes razón, Grindy. Es mejor admirarlas aquí en su hogar».
Después de explorar un poco más, Grindy y Pío comenzaron a sentir hambre. «¿Qué te parece si buscamos los ingredientes para nuestra pizza ahora?», preguntó Pío.
Grindy se puso muy contenta. «¡Sí! Vamos a buscar lo que necesitamos». Así que empezaron a buscar por el bosque. Encontraron hongos frescos, tomates pequeños y jugosos, y algunas hierbas que olían delicioso. Grindy sabía exactamente qué hacer con todo eso.
Cuando ya tenían todo listo, Pío voló rápidamente hasta una pequeña colina donde el sol brillaba intensamente. Allí, construyeron un pequeño horno de piedras con la ayuda de algunos de sus amigos del bosque. Grindy colocó los ingredientes sobre una base de masa que había preparado con harina que le dio la ardilla Cocó, y con la ayuda del calor del sol, pronto la pizza estuvo lista.
«¡Huele delicioso!», dijo Pío mientras daba vueltas alrededor de la pizza. Grindy no podía estar más de acuerdo. Estaba tan emocionada de compartir esa deliciosa pizza con sus amigos que llamó a todos los animales del bosque. Pronto, llegaron mariposas, conejos, tortugas y hasta el viejo búho, todos atraídos por el delicioso aroma.
«¡Es hora de disfrutar de la pizza, amigos!», dijo Grindy con una gran sonrisa. Todos los animales se acercaron y empezaron a probar la pizza. Cada mordisco estaba lleno de sabores deliciosos, y todos estaban de acuerdo en que esa era la mejor pizza que habían probado en sus vidas.
Después de comer, Grindy y sus amigos se recostaron bajo la sombra de un gran árbol, sintiéndose muy contentos y satisfechos. «Este ha sido un día maravilloso», dijo Grindy, mirando al cielo azul. «No solo hemos disfrutado de una deliciosa pizza, sino que también hemos compartido momentos felices con nuestros amigos».
Pío asintió, estirando sus alas. «Estoy de acuerdo, Grindy. Esas son las mejores aventuras, las que se comparten con amigos».
Y así, mientras el sol se escondía detrás de las montañas y la luna comenzaba a brillar en el cielo, Grindy se sintió muy afortunada de tener tantos amigos en el bosque. Sabía que siempre habría nuevas aventuras esperando, y estaba lista para seguir explorando, conociendo la naturaleza y, por supuesto, disfrutando de más pizzas deliciosas.
Y así, Grindy vivió felizmente, explorando el bosque, haciendo nuevos amigos y disfrutando de cada día como si fuera el más especial. Porque para Grindy, lo más importante era compartir la felicidad con los demás y hacer de cada momento una aventura inolvidable.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.