En un colorido y mágico parque llamado el Parque de los Amiguitos, vivían cinco amigos muy especiales: Pablito, un simpático conejito de orejas largas y suaves; Sofía, una dulce tortuga que siempre llevaba una flor en la cabeza; Saúl, un extrovertido pájaro de plumaje brillante; Sonia, una pequeña ardilla que adoraba correr y jugar; y Juana, una sonriente rana que siempre estaba lista para dar saltos y hacer reír a todos.
Un día soleado, mientras el sol brillaba en el cielo azul, los cinco amigos decidieron reunirse para jugar. Se encontraban alrededor del árbol más grande del parque, que servía como su punto de encuentro. Pablito, con su energía contagiosa, dijo: “¡Hoy vamos a hacer una gran carrera! El que llegue primero a la charca ganará un premio muy especial: ¡un montón de fresas jugosas!”
Sofía, que siempre pensaba con calma, respondió: “¡Me encanta la idea! Pero debemos tener cuidado, no quiero hacerme daño.” Saúl, que siempre estaba buscando la diversión, se emocionó: “¡Vamos, no te preocupes, Sofía! ¡Yo seré el juez de la carrera! Solo deben correr y divertirse.”
Así que, emocionados, todos se prepararon. Sonia se estiró para calentar, mientras Juana empezó a dar pequeños saltos. “¡Estoy lista! ¡Voy a ganar!” gritó Sonia, con una sonrisa que iluminaba su rostro. Pablito ajustó sus orejitas y, en un momento, Saúl levantó un pequeño silbato que era suyo. “¡En tres, dos, uno, ya!”
Sin más aviso, todos los amigos comenzaron a correr hacia la charca. Pablito, con su agilidad, saltaba de un lado a otro, mientras Juana lo seguía saltando con gracia. Sonia, que era muy rápida, se colocó al frente, mientras que Sofía avanzaba lentamente, pero con cuidado. Saúl volaba sobre ellos, animando a todos desde el aire.
“¡Vamos, amigos! ¡No se rindan!” cantaba Saúl mientras sobrevolaba la carrera. Sin embargo, al llegar a un pequeño arbusto, notó algo extraño. Había un brillo que salía de un hueco en el suelo. Curioso, volvió a descender y les dijo a sus amigos: “¡Chicos, miren esto! Hay algo brillante aquí.”
Todos se acercaron al arbusto y vieron un pequeño objeto dorado. “¿Qué será?” preguntó Juana, mirando con ojos grandes. “Parece un tesoro”, dijo Sonia emocionada. Pablito, que era el más atrevido, se acercó, “Voy a sacar ese tesoro”.
Con mucho cuidado, comenzó a mover las hojas y, al hacerlo, lo que parecía ser un tesoro resultó ser una extraña trampa cubierta de hojas secas. “¿Qué es esto?” preguntó Sofía con un tono de preocupación. “¡Parece una trampa de mentiras!”, exclamó Saúl.
“Inventé una historia sobre una trampa mágica que hace que los que mienten digan la verdad”, dijo Pablito. “Pero, ¿y si se convierte en un problema? Puede ser peligrosa”, añadió Sonia, sintiéndose un poco inquieta. “¡Sí! Y si alguien miente, ¡podría quedar atrapado aquí!” agregó Juana.
Decidieron no tocarla y continuar con la carrera. Sin embargo, la curiosidad les picaba la mente. Mientras corrían, comenzaron a hablar sobre las mentiras. “¿Por qué a veces mentimos?” preguntó Sofía. Pablito pensó un momento y dijo: “A veces, cuando tenemos miedo o queremos impresionar a alguien, decimos cosas que no son verdad”.
Justo en ese momento, Juana se acordó de una historia que había escuchado de la Vieja Tortuga que vivía en el lago. “La Vieja Tortuga siempre dice que las mentiras pueden causar problemas. Una vez, un pez le mintió a su amigo y terminó solo porque nadie lo creía”. Todos asintieron, comprendiendo lo importante que era siempre decir la verdad.
Al llegar a la charca, decidieron tomar un descanso después de la carrera. Allí, iban a disfrutar de un delicioso plato de fresas jugosas que había prometido Pablito. Todos estaban felices. “Pablito, ¡has ganado!” le dijo Sofía. “¡Eso significa que tú también debes compartir las fresas!” exclamó Sonia mientras le guiñaba un ojo.
Pero justo cuando todos estaban listos para disfrutar de las fresas, comenzó a sonar un extraño eco en el parque. Era un sonido medio triste, un “buuu” que les hizo parar. Al mirar, vieron a un lobo que se acercaba lentamente. Se llamaba Lucho y tenía una expresión triste en su cara. “Hola, amigos. ¿Me pueden ayudar?”, preguntó con un tono muy suave.
“¿Qué te pasa, Lucho?”, le preguntó Pablito, mientras los demás se acercaban un poco. “¿Por qué estás tan triste?” “He estado solo todo el día”, empezó a decir Lucho. “Hoy, traté de hacer nuevos amigos, pero les conté una mentira y ahora ya no quieren jugar conmigo”.
Juana, que siempre había sido muy amigable, le dijo: “No te preocupes, Lucho. Todos cometemos errores. Si les dices la verdad, quizás te acepten de nuevo”. “Sí”, dijo Sofía. “Si eres honesto, podrás demostrarles que realmente quieres ser su amigo”.
Pero Lucho se quedó callado. “Me da miedo que no me quieran si saben la verdad”, confesó. Lucho pensaba que si contaba su mentira, los otros animales le rechazarían y se quedarían solos. “No debes tener miedo”, le dijo Sonia. “Nosotros siempre preferimos la verdad, aunque a veces duela un poco”.
Pablito, muy compasivo, se acercó a Lucho. “¿Qué mentira contaste?” A lo que el lobo respondió, “Dije que podía correr más rápido que un ciervo y que podría atrapar a todos los animales del parque, pero solo lo dije porque quería impresionar”.
“¡Eso no es verdad!”, exclamó Juana. “Pero si tú lo dices, no importa lo que pensaron antes. Solo diles que fue una exageración y que realmente quieres ser su amigo”.
Así que juntos, decidieron ayudar a Lucho. Se acercaron a la charca, donde los otros animales estaban jugando, y Lucho se sintió un poco nervioso. “¡Hola!”, dijo con voz temblorosa. “Perdón por asustarlos, pero necesito hablar. Quiero ser su amigo, pero les mentí sobre correr rápido, y no me gusta haberlo hecho”.
Todos los animales se miraron unos a otros, y de pronto el ciervo, que había sido uno de los que se asustó, habló: “No tienes que sentirte mal. A veces, todos decimos cosas que no son verdad. Lo importante es que reconozcas tu error”.
De repente, el pajarito, quien había escuchado todo, se acercó volando y comenzó a cantar: “Lo mejor de todo es que nunca es tarde para arreglar las cosas. Si dices la verdad, ganarás más amigos de los que puedes imaginar”. Lucho se sintió aliviado y emocionado; finalmente, todos los animales lo aceptaron.
La tarde avanzaba mientras Lucho se unía al grupo y comenzaban a compartir las fresas. “¡Mmmm, qué ricas!” dijo Juana, disfrutando de una fresa. “Hoy hemos aprendido algo muy valioso”, añadió Sofía. “La importancia de la honestidad, así como lo esencial que es para las amistades”.
Al final del día, mientras el sol comenzaba a esconderse detrás de los árboles y el cielo cobraba tonalidades rosadas, Pablito, Sofía, Saúl, Sonia, Juana y Lucho se sentaron juntos en la charca, riendo y compartiendo historias. Todos disfrutaban del momento, y Lucho ya no se sentía triste. En su corazón, había encontrado nuevos amigos a quienes no les importaba lo que había pasado; lo que valía era la sinceridad y la diversión que podían compartir juntos.
Así fue como los cinco amigos, junto al recién llegado Lucho, aprendieron que siempre es mejor ser honesto, porque cuando decimos la verdad, podemos crear lazos aún más fuertes y hermosos. Desde entonces, el Parque de los Amiguitos se convirtió en un lugar mágico donde todos, sin importar si eran rápidos o lentos, podían jugar, reír y ser amigos para siempre. Y cada vez que se encontraba con alguien nuevo, recordaban que la verdad siempre debía ser la base de cualquier amistad.
La lección se quedó grabada en sus corazones: no importa qué tan aterrador o difícil parezca, siempre es mejor decir la verdad. Al final, la sinceridad trae consigo mucha más felicidad que cualquier mentira. Con esto, todos quienes jugaban en el parque sabían que en el juego de la vida, la verdad siempre ganaría.
Y así terminó un mágico día lleno de aventuras y grandes enseñanzas en el Parque de los Amiguitos, donde el amor y la amistad florecían de la misma manera que las flores que adornaban el lugar, brillando siempre hacia el sol.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.