Cuentos de Animales

Las Aventuras de Violeta, Emma, Mathias y Josue

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un bosque lleno de colores y vida, vivían cuatro amigos muy especiales. Cada uno de ellos era un animal diferente, pero todos se querían mucho. Estaba Violeta, una conejita juguetona con un pelaje suave como el algodón. También estaba Emma, una lagartija de escamas lisas y brillantes de color verde, que siempre se deslizaba ágilmente por las rocas. Mathias, el puercoespín, tenía unas púas un poco ásperas, pero siempre era muy amable con todos. Y por último estaba Josue, una tortuga con un caparazón duro y corrugado que protegía su cuerpo mientras caminaba lentamente por el bosque.

Un día, los cuatro amigos decidieron explorar una parte del bosque que nunca habían visitado. Habían escuchado que en ese lugar crecían las flores más bonitas y que había caminos llenos de sorpresas. Mientras caminaban juntos, hablaban sobre las cosas que más les gustaban de ellos mismos.

—A mí me encanta lo suave que es mi pelaje —dijo Violeta, saltando alegremente entre los arbustos—. Es perfecto para abrazar.

—Yo adoro lo lisas que son mis escamas —dijo Emma, mientras se deslizaba por una roca—. Son tan brillantes que cuando el sol me toca, parezco un rayo de luz.

Mathias, que caminaba justo detrás de ellas, sonrió y dijo:

—Mis púas pueden parecer ásperas, pero me protegen y también son muy útiles cuando necesito defender a mis amigos.

Josue, avanzando lentamente, agregó:

—Mi caparazón es muy duro, y eso me hace sentir seguro. Aunque sea un poco lento, sé que nada me puede dañar con este escudo tan fuerte.

A medida que avanzaban, el camino empezó a volverse más interesante. De repente, encontraron un árbol gigante con una corteza rugosa. Violeta se acercó primero y tocó el tronco con curiosidad.

—¡Qué textura tan interesante! —exclamó—. No es suave como mi pelaje, pero me gusta cómo se siente en mis patas.

Emma se subió a una rama baja y dijo:

—Es un poco como mis escamas, pero mucho más rugoso.

Mathias se acercó y frotó su espalda contra el árbol, disfrutando de la sensación.

—Es áspero, como mis púas —dijo—. ¡Me gusta!

Josue, con su paso lento, llegó y apoyó su caparazón contra el tronco del árbol.

—Es duro, como mi caparazón —dijo con una sonrisa—. Me siento como en casa.

Después de disfrutar de las texturas del árbol, los amigos continuaron su camino y llegaron a un pequeño riachuelo. El agua corría suavemente sobre las piedras, que eran lisas y resbaladizas. Emma fue la primera en saltar al agua.

—¡Miren! Estas piedras son tan lisas como yo —dijo, deslizándose con facilidad por las rocas mojadas.

Violeta también saltó al agua y comenzó a brincar de una piedra a otra.

—Son perfectas para saltar —dijo—. Y aunque no sean suaves como mi pelaje, se sienten muy bien bajo mis patas.

Mathias, que era un poco más cuidadoso, tocó las piedras con una pata antes de cruzar.

—Son resbaladizas, pero con cuidado puedo pasar —dijo, moviéndose con precaución.

Josue decidió rodear el riachuelo, ya que su caparazón pesado no le permitía moverse tan rápido sobre las piedras.

—Prefiero el camino más seguro —dijo—. Mi caparazón me protege, pero también me hace un poco más lento.

Cuando finalmente cruzaron el riachuelo, llegaron a un campo lleno de flores de todos los colores. Había flores con pétalos suaves, como terciopelo, y otras con texturas que parecían hechas de lentejuelas que brillaban bajo el sol.

—¡Miren estas flores! —dijo Violeta emocionada, frotando su nariz contra una flor de pétalos suaves—. Son tan suaves como yo.

Emma encontró unas flores con pétalos que brillaban como si tuvieran pequeñas lentejuelas.

—Estas son como yo cuando brillo bajo el sol —dijo con una gran sonrisa.

Mathias, por su parte, encontró unas flores con pétalos más rígidos y ásperos, y se sintió identificado.

—Estas flores me recuerdan a mis púas —dijo, acariciándolas con cuidado.

Josue, siempre observador, notó unas flores con pétalos gruesos y fuertes, casi como su caparazón.

—Estas flores son fuertes como yo —dijo con orgullo.

Después de un largo día explorando, los amigos decidieron regresar a casa. Estaban cansados pero felices por todo lo que habían aprendido sobre ellos mismos y sobre las diferentes texturas que encontraron en el bosque.

—Hoy ha sido un día increíble —dijo Violeta—. Hemos descubierto tantas cosas nuevas.

—Y lo mejor es que todas esas cosas nos recuerdan lo especiales que somos —agregó Emma.

Mathias asintió con una sonrisa.

—Cada uno de nosotros tiene algo único, y eso es lo que nos hace amigos tan especiales.

Josue, aunque era el más lento, siempre tenía las palabras más sabias.

—No importa si somos suaves, lisos, ásperos o duros. Lo importante es que somos perfectos tal y como somos.

Y así, los cuatro amigos volvieron a casa, sabiendo que aunque todos eran diferentes, sus texturas y cualidades únicas los hacían ser grandes compañeros de aventuras.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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