Había una vez, en un bosque lleno de árboles altos y caminos serpenteantes, tres pequeñas amigas: Fiorela, la conejita blanca, Antonela, la ardillita traviesa, y Sara, la tortuga tranquila. Las tres vivían cerca del bosque y les encantaba salir a explorar juntas cada tarde. Un día, mientras paseaban y jugaban, se dieron cuenta de que algo muy extraño estaba pasando en el bosque.
«¡Oh, no!» exclamó Fiorela, mirando hacia un gran cartel de madera que solía mostrar los números del uno al diez. «Los números han desaparecido.»
Antonela, siempre curiosa y llena de energía, corrió hacia el cartel vacío. «¡Esto es muy raro! ¿A dónde habrán ido los números? Sin ellos, ¿cómo sabremos contar nuestras nueces y zanahorias?»
Sara, con su paso lento pero seguro, se acercó y frunció el ceño. «Esto no es normal. Debemos encontrarlos. Sin los números, no podemos contar nuestras historias ni jugar a nuestros juegos favoritos.»
Así que, decididas a resolver el misterio, las tres amigas emprendieron una aventura por el bosque para buscar los números perdidos. Sabían que los números eran muy importantes y no podían estar lejos, pero ¿dónde se habrían escondido?
Primero, llegaron al claro del bosque, donde siempre jugaban a saltar de un lado a otro contando sus pasos. Pero cuando intentaron contar hasta diez, se dieron cuenta de que algo faltaba. «¡Uno, dos, tres, cuatro…! ¡Oh, no!» exclamó Antonela. «¡No llegamos a diez! ¡Nos faltan algunos números!»
De repente, escucharon una suave voz entre las ramas de un árbol cercano. «¿Están buscando algo?» dijo una pequeña voz.
Las tres amigas levantaron la vista y vieron al número Tres, que estaba colgado de una rama, balanceándose suavemente. «¡Ahí estás!» exclamó Fiorela. «¿Qué haces aquí, número Tres?»
«Bueno,» dijo el Tres, «me perdí mientras jugaba a las escondidas con los otros números. ¿Podrían ayudarme a encontrar a mis amigos?»
«¡Por supuesto!» dijeron las tres al unísono, y el número Tres saltó de la rama para unirse a ellas.
Juntas, siguieron caminando por el bosque, buscando a los demás números. No pasó mucho tiempo antes de que encontraran al número Cinco, que estaba acurrucado junto a una roca, un poco asustado. «Es que… me dio miedo perderme,» dijo el Cinco.
«¡No te preocupes!» dijo Antonela, acariciando su esponjoso rabo. «Ahora estamos todos juntos. Vamos a encontrar a los demás.»
Más adelante, encontraron al número Siete, que estaba subido en la copa de un árbol, mirando todo desde lo alto. «Me subí aquí para ver mejor, pero ahora no sé cómo bajar,» dijo el Siete, un poco avergonzado.
Sara, siempre tranquila y sensata, dijo: «No te preocupes, Siete. Solo baja despacio, yo te guiaré.»
Con cuidado, el Siete bajó del árbol y se unió al grupo. Ahora tenían al Tres, al Cinco y al Siete, pero aún faltaban varios números. Continuaron su búsqueda, llamando por el bosque: «¡Números! ¡Números! ¿Dónde están?»
De pronto, oyeron un sonido extraño en una pequeña cueva. Cuando se asomaron, vieron al número Nueve, que estaba dormido. «¡Nueve!» gritó Fiorela, saltando de alegría. «¡Te encontramos!»
El Nueve se despertó, frotándose los ojos. «¿Ya es hora de volver? Me quedé dormido contando estrellas.»
«¡Vamos, Nueve! Todavía faltan algunos de tus amigos,» le dijo Antonela.
Después de varias horas de caminata, encontraron a todos los números menos uno: el número Uno. «¿Dónde podría estar el Uno?» preguntó Sara. «Es el más importante. Sin el Uno, no podemos empezar a contar.»
De repente, Antonela notó algo en el suelo. Era una pista, unas pequeñas huellas que parecían llevar hacia el río. Siguieron las huellas hasta el borde del agua, donde encontraron al número Uno. Estaba jugando en el agua, chapoteando felizmente.
«¡Uno!» exclamaron todas. «¡Te necesitamos! Sin ti, no podemos contar.»
El Uno sonrió y salió del agua. «Perdón, me estaba divirtiendo, pero ya estoy listo para volver.»
Con todos los números reunidos, las amigas regresaron al cartel en el centro del bosque. Cada número volvió a su lugar: el Uno al principio, el Tres, el Cinco, el Siete y el Nueve en sus posiciones correctas. El cartel estaba completo nuevamente, y Fiorela, Antonela y Sara se sintieron muy orgullosas de haber resuelto el misterio.
«¡Lo logramos!» exclamó Fiorela. «¡Los números están de vuelta!»
«Ahora podemos seguir contando nuestras aventuras,» dijo Antonela con una gran sonrisa.
Sara, siempre sabia, dijo: «Hemos aprendido que, aunque los números puedan parecer pequeños, son muy importantes. Nos ayudan a entender el mundo y a disfrutar de nuestros juegos.»
Y así, las tres amigas volvieron a su vida en el bosque, sabiendo que, gracias a su valentía y trabajo en equipo, habían salvado los números y restaurado el orden en su querido bosque.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.