Flor era una niña de diez años, con el cabello castaño, siempre recogido en dos trenzas y una sonrisa que iluminaba su rostro. Vivía en una pequeña granja con sus padres, Alicia y Germán. Su hogar estaba rodeado de campos verdes, un huerto lleno de vegetales frescos y un gallinero donde las gallinas picoteaban alegremente. Flor amaba su vida en el campo y disfrutaba de cada momento al aire libre.
Alicia, su mamá, tenía cuarenta y cinco años y un cariño infinito por su hija. Disfrutaba ayudarla con sus tareas escolares y llevándola a jugar al aire libre. Alicia también cuidaba el huerto, cosechando las verduras que luego usaban para preparar deliciosas comidas en familia.
Germán, el papá de Flor, tenía cuarenta y siete años y trabajaba en el campo. Era un hombre fuerte y amable, siempre dispuesto a enseñar a Flor sobre la naturaleza y la importancia de cuidar la tierra. A menudo, salían juntos a pasear en la carreta hasta la ciudad para comprar alimentos y otras necesidades.
Un día especial, justo antes del undécimo cumpleaños de Flor, la familia decidió hacer una excursión al pueblo cercano. Flor estaba emocionada, porque además de ser una aventura divertida, le permitiría montar a su caballo favorito, Estrella. Estrella era una yegua blanca con una mancha negra en el lomo, y Flor la consideraba su mejor amiga animal.
Esa mañana, Flor se levantó temprano y se puso su vestido más bonito. Mamá Alicia preparó una cesta con frutas frescas y algunas golosinas para el viaje, mientras Papá Germán enganchaba la carreta a Estrella. Flor saltaba de alegría, ansiosa por comenzar la aventura.
—¡Vamos, Estrella! —dijo Flor, acariciando el suave lomo del caballo.
El viaje al pueblo fue lleno de risas y canciones. Flor miraba el paisaje, los árboles y las flores que bordeaban el camino. Cada vez que pasaban por un campo de girasoles, Flor estiraba la mano para intentar tocar las altas flores amarillas.
Al llegar al pueblo, la familia se dirigió al mercado. Mamá Alicia compró vegetales frescos y algunas especias para sus recetas. Papá Germán conversó con los granjeros locales sobre las cosechas y el clima. Flor, mientras tanto, observaba a las gallinas y los conejos en un puesto cercano, soñando con tener un conejo como mascota algún día.
Después de hacer las compras, la familia decidió dar un paseo por el parque del pueblo. Flor corrió hacia un gran roble en el centro del parque y comenzó a treparlo. Desde la rama más baja, podía ver todo el parque y a sus padres charlando en una banca cercana.
—¡Mamá, Papá, miren! —gritó Flor, agitando una mano desde el árbol.
—¡Ten cuidado, Flor! —respondió Alicia, sonriendo—. No subas demasiado alto.
Después de un rato en el parque, la familia regresó a la granja. Durante el camino de vuelta, el sol comenzó a ponerse, pintando el cielo de colores naranjas y rosados. Flor, cansada pero feliz, se acurrucó en la carreta junto a Estrella.
Al llegar a casa, Mamá Alicia preparó una cena deliciosa con los vegetales frescos que habían comprado. Hicieron una ensalada colorida, sopa de calabaza y un pastel de manzanas que olía a cielo. La familia se sentó a la mesa, disfrutando de la comida y de la compañía mutua.
—Este ha sido un día maravilloso —dijo Papá Germán, levantando su vaso—. Estoy muy orgulloso de nuestra pequeña Flor.
—Y yo estoy muy feliz de tener a los mejores papás del mundo —respondió Flor con una sonrisa.
Después de la cena, Flor se puso su pijama de oso, un regalo especial de su mamá. Se acurrucó en su cama y Mamá Alicia se sentó a su lado para contarle un cuento antes de dormir.
—Hoy te contaré la historia del valiente caballito Estrella y su amiga Flor —dijo Alicia, comenzando el cuento.
Flor cerró los ojos, imaginando la historia que su mamá narraba con tanto amor. Se quedó dormida rápidamente, soñando con nuevas aventuras en el campo junto a su familia y su fiel amiga Estrella.
La vida en la granja continuaba siendo una serie de aventuras y aprendizajes. Flor aprendió a cuidar las plantas del huerto, a recolectar huevos frescos del gallinero y a ayudar a su papá en las tareas del campo. Cada día, encontraba algo nuevo que descubrir y disfrutar.
Un día, mientras jugaba cerca del río que cruzaba la granja, Flor encontró una familia de patitos. Los patitos nadaban en el agua, siguiendo a su mamá pato. Flor los observó con fascinación y decidió contarle a su mamá sobre su descubrimiento.
—¡Mamá, Papá! —gritó Flor, corriendo hacia la casa—. ¡He encontrado una familia de patitos en el río!
Mamá Alicia y Papá Germán la siguieron hasta el río y vieron a los patitos. Sonrieron, orgullosos de la curiosidad y el amor por la naturaleza que tenía su hija.
—Eres una exploradora maravillosa, Flor —dijo Papá Germán, abrazándola.
A medida que se acercaba el undécimo cumpleaños de Flor, la familia comenzó a planear una fiesta especial. Invitaron a los amigos y vecinos del pueblo para celebrar. Mamá Alicia preparó una gran mesa con comida deliciosa, incluyendo el pastel favorito de Flor, de chocolate con fresas.
El día de la fiesta, la granja se llenó de risas y alegría. Los niños jugaban en el patio, montando a caballo y corriendo entre los árboles. Los adultos charlaban y disfrutaban de la comida, mientras la música llenaba el aire.
Flor, vestida con un hermoso vestido azul, sopló las velas de su pastel mientras todos cantaban «Feliz Cumpleaños». Se sintió muy feliz y agradecida por tener una familia y amigos tan maravillosos.
Esa noche, después de que todos los invitados se fueron, Flor se acostó en su cama con una sonrisa en el rostro. Mamá Alicia se sentó a su lado y le acarició el cabello.
—¿Te ha gustado tu cumpleaños, mi amor? —preguntó Alicia.
—Ha sido el mejor cumpleaños de todos —respondió Flor—. Gracias, Mamá. Te quiero mucho.
—Y yo a ti, mi pequeña —dijo Alicia, dándole un beso en la frente—. Ahora cierra los ojos y sueña con nuevas aventuras.
Flor se quedó dormida rápidamente, soñando con los patitos en el río, las flores del huerto y los paseos en la carreta con Estrella. Sabía que cada día en la granja era una nueva oportunidad para vivir una aventura y aprender algo nuevo.
Y así, la vida continuó siendo un cuento de hadas para Flor, Alicia y Germán. Unidos por el amor y la alegría, disfrutaban de cada momento juntos, sabiendo que las mejores aventuras son las que se viven en familia.
Fin.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La aventura de los ositos en el bosque
Benja y Corazoncito: Aventuras de un Gran Día
El Campamento de Animalandia
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.