Lucía tenía diez años cuando su vida cambió para siempre. Sus padres murieron en un accidente automovilístico y ella se vio obligada a mudarse con sus abuelos a un pequeño pueblo llamado Valle Oscuro. Este pueblo, apartado y misterioso, tenía una atmósfera que siempre parecía estar cubierta de niebla, lo que le daba un aire aún más siniestro.
Lucía era una niña reservada y triste. La pérdida de sus padres la había afectado profundamente y aunque sus abuelos la cuidaban con amor, no lograban llenar el vacío en su corazón. Pasaba los días explorando los alrededores del pueblo, intentando distraerse de su dolor.
Un día, mientras deambulaba por el parque del pueblo, vio a una niña de su edad. Tenía el cabello castaño y rizado, y llevaba una chaqueta roja que destacaba entre la monotonía gris del paisaje. La niña estaba jugando sola, lanzando una pelota contra un árbol y recogiéndola una y otra vez. Lucía se acercó tímidamente.
—Hola, soy Lucía —dijo, tratando de sonar amigable.
La niña se volvió y le sonrió. Tenía unos ojos verdes brillantes que contrastaban con la tristeza del entorno.
—Hola, soy Jessica —respondió. Y así comenzó una amistad que cambiaría sus vidas.
Jessica y su familia habían llegado recientemente al pueblo. Se habían mudado a una antigua casa al final de la calle principal, una casa que todos en el pueblo conocían como «la casa abandonada». Los rumores decían que estaba embrujada, pero Jessica no creía en esas cosas. Lucía, sin embargo, no estaba tan segura.
Con el tiempo, las dos niñas se volvieron inseparables. Pasaban las tardes jugando juntas y explorando el pueblo. Jessica le mostró a Lucía todos los rincones secretos que había descubierto, y Lucía comenzó a sentirse menos sola. Sin embargo, conforme pasaban los días, empezaron a suceder cosas extrañas.
Todo comenzó con pequeños incidentes. Objetos que desaparecían y aparecían en lugares inesperados, luces que parpadeaban sin razón aparente, y puertas que se cerraban de golpe cuando no había viento. Al principio, las niñas pensaron que eran solo coincidencias, pero pronto se dieron cuenta de que algo más estaba ocurriendo.
Una noche, mientras dormían en la casa de Jessica, Lucía fue despertada por un ruido extraño. Era un susurro, suave y apenas audible, que parecía provenir de las paredes mismas. Despertó a Jessica y juntas siguieron el sonido hasta el sótano. La puerta del sótano estaba cerrada con llave, pero cuando Jessica la tocó, se abrió fácilmente.
—¿Estás segura de que deberíamos bajar? —preguntó Lucía, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—Tenemos que hacerlo —respondió Jessica, su voz firme, aunque sus ojos mostraban miedo.
Bajaron las escaleras despacio, sus pies descalzos haciendo eco en la oscuridad. El sótano estaba lleno de cajas viejas y muebles cubiertos de polvo. En el centro de la habitación había una mesa con una vela encendida, algo que las dos sabían que no debía estar allí. Junto a la vela, había un diario antiguo.
Jessica tomó el diario con manos temblorosas y comenzó a leer en voz alta. Era el diario de una niña llamada Isabel, que había vivido en esa casa hacía más de cien años. Describía cómo su familia había sido perseguida por una presencia oscura que los había atormentado hasta su desaparición. Isabel había intentado advertir a los demás, pero nadie le creyó. La última entrada del diario hablaba de un ritual para sellar el espíritu maligno, pero las instrucciones estaban incompletas.
Asustadas pero decididas, Jessica y Lucía sabían que tenían que encontrar la manera de terminar el ritual. Pasaron días investigando en la biblioteca del pueblo, hablando con los ancianos y buscando pistas en la casa. Cada noche, el susurro se hacía más fuerte y más persistente, hasta que un día encontraron lo que buscaban: una página arrancada del diario de Isabel, escondida entre los libros de la biblioteca.
La página contenía la última parte del ritual. Requería ciertos objetos: una vela negra, una piedra de río y una fotografía de la familia que vivía en la casa. Las niñas se pusieron a buscar los objetos y, al anochecer, estaban listas para realizar el ritual.
Encendieron la vela negra en el sótano y colocaron la piedra de río y la fotografía en el centro de la mesa. Jessica comenzó a recitar las palabras del ritual mientras Lucía sostenía la vela. El aire en el sótano se volvió frío y pesado, y el susurro se transformó en un grito ensordecedor. Las paredes parecían cerrarse sobre ellas, pero las niñas no se detuvieron. Terminaron el ritual y, de repente, todo quedó en silencio.
El sótano se iluminó con una luz suave y cálida, y las niñas sintieron una paz que no habían sentido en mucho tiempo. Sabían que el espíritu había sido sellado y que la casa ya no estaba embrujada. Salieron del sótano, agotadas pero aliviadas.
A partir de ese día, las cosas volvieron a la normalidad en Valle Oscuro. Lucía y Jessica continuaron siendo amigas, más unidas que nunca por la experiencia compartida. La casa al final de la calle principal ya no parecía tan siniestra, y las niñas la veían como un símbolo de su valentía y amistad.
El oscuro pasado de sus familias había sido revelado, y aunque había sido aterrador, también les había enseñado la importancia de la valentía y la amistad. Lucía encontró consuelo en su nueva familia y en su amiga, y por primera vez desde la muerte de sus padres, sintió que tenía un lugar al que pertenecer.
La vida siguió adelante en el pequeño pueblo de Valle Oscuro, pero Lucía y Jessica nunca olvidaron lo que habían vivido. Sabían que, aunque el pasado podía ser aterrador, enfrentar el miedo con valentía y tener a alguien en quien confiar podía hacer toda la diferencia. Y así, el oscuro secreto de sus familias se convirtió en una historia de amistad y coraje que contaban a las nuevas generaciones del pueblo, asegurándose de que nunca se olvidara la importancia de enfrentar lo desconocido con el corazón valiente y la mano amiga.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.