Cuentos de Aventura

Amigos en la profundidad de la selva.

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En el corazón de una selva verde y exuberante, donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo, vivían tres amigos muy peculiares. Uno de ellos era El Mono, un pequeño simio juguetón que siempre estaba saltando de rama en rama. Su risa era contagiosa y a todos les encantaba jugar con él. El segundo amigo era El Sapo, un sapo amable y sabio que pasaba el día tomando el sol en una roca junto al río. Sus ojos brillantes observaban todo lo que pasaba a su alrededor, y aunque no podía saltar tan alto como El Mono, era muy ingenioso. Y el tercero, El Caballero, era un hombre valiente con armadura y una gran espada. Pero a pesar de su aspecto formidable, era muy amigable y siempre listo para ayudar a sus amigos.

Un día, mientras El Mono estaba jugando y haciendo travesuras en las ramas, se detuvo un momento y le gritó a El Sapo: «¡Oye, Sapo! ¿No te gustaría vivir una aventura emocionante? Seguro hay algo interesante por descubrir en la selva».

El Sapo, con su voz profunda y pausada, respondió: «Claro que sí, Mono. Pero, ¿qué aventura tienes en mente? La selva es un lugar grande y misterioso».

En ese instante, El Caballero se unió a la charla. «He escuchado rumores sobre un tesoro escondido en algún lugar de la selva. Dicen que está protegido por un dragón que vive en una cueva oscura. Si estamos juntos, quizás podamos encontrarlo».

Los ojos de El Mono brillaron de emoción. «¡Un dragón! ¡Eso suena increíble! Vamos a buscar ese tesoro juntos». El Sapo sonrió, sintiendo la emoción de sus amigos. Así que, con determinación, el equipo se preparó para la aventura.

El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, y los tres amigos emprendieron su camino. El Mono saltaba de un lado a otro, señalando las flores coloridas y contando historias sobre cada una de ellas. El Sapo, mientras tanto, iba apuntando con su lengua a algunas mariposas y describía curiosidades de los insectos que encontraba. El Caballero escuchaba atentamente, disfrutando de las anécdotas de sus amigos mientras sostenía su espada con firmeza.

Después de un rato, llegaron a un gran río. El agua era clara y fresca, pero el sonido de la corriente hacía eco entre los árboles, lo que les hizo dudar sobre cómo cruzarlo. «¿Cómo haremos para pasar?», preguntó El Sapo.

«Déjamelo a mí», respondió El Mono, decidido. Se trepó a un árbol cercano y comenzó a buscar una manera de ayudar a sus amigos. Luego, encontró unas ramas largas y fuertes, que podía usar como un puente. «¡Listo! Ahora podemos cruzar», dijo entusiasmado.

Uno a uno, empezaron a cruzar el improvisado puente. El Caballero fue el último en cruzar y, cuando llegó al otro lado, se dio cuenta de que había un pequeño problema: El Mono había dejado caer su plátano preferido en el río mientras construía el puente.

«¡Oh no! ¡Mi plátano!», gritó El Mono, viendo cómo su fruta favorita flotaba lejos. Sin pensarlo dos veces, El Sapo saltó al agua. «No te preocupes, amigo, yo lo atraparé», dijo, mientras aventuraba su lengua larga hacia el plátano. Aunque fue difícil, y casi se lo lleva una corriente, al final logró atraparlo y regresó nadando hacia la orilla.

«¡Eres el mejor, Sapo!», exclamó El Mono, abrazándolo. «Gracias por ayudarme».

Siguieron caminando, dejando atrás el río, hasta que llegaron a la entrada de una cueva oscura. «Este debe ser el hogar del dragón», murmuró El Caballero, su voz ahora más seria. «Debemos acercarnos con cuidado».

El grupo entró lentamente en la cueva. La luz del día desapareció, y la oscuridad les rodeó. Pero, de pronto, vieron un brillo dorado al fondo. «¡El tesoro!», gritaron al unísono. Sin embargo, al acercarse, se dieron cuenta de que el brillo provenía de una gigantesca criatura escamosa que dormía apaciblemente sobre montones de monedas y joyas.

«Es un dragón… ¡y está durmiendo!», dijo El Sapo en voz baja. «No debemos hacer ruido».

«Déjame pasar primero», susurró El Mono, con una sonrisa traviesa. Saltó ágilmente sobre una de las pilas de monedas y, por un instante, el dragón se movió, pero volvió a acomodarse. «Casi lo despertamos», dijo El Caballero con un susurro.

Finalmente, El Mono llegó hasta el tesoro y, emocionado, tomó una pequeña gema brillante. «¡Es hermosa! Pero, debemos ser cuidadosos y no despertar al dragón».

Sin embargo, en ese momento, un pequeño destello de luz lo hizo parpadear. El dragón, al sentir el movimiento, abrió un ojo y miró a sus tres visitantes. «¿Quién se atreve a tocar mi tesoro?», preguntó con una voz profunda que retumbó por la cueva.

El Caballero se adelantó, con valentía. «No venimos a robar, oh gran dragón. Solo queríamos ver tu tesoro. Somos amigos y estamos en una aventura».

El dragón estudió a los tres. «¿Amigos, dices? Nunca había tenido visitantes amables. Por lo general, solo vienen en busca de riquezas y terminan asustados».

Entonces, El Sapo tomó la palabra. «Nos gustaría ser tus amigos. A lo mejor, juntos podemos tener más aventuras».

El dragón sonrió. «Entonces, ¿por qué no me cuentan sobre sus viajes? Estoy seguro de que tengo historias que compartir también».

Así, los tres amigos compartieron sus historias, y el dragón las escuchó con atención. Entre risas y relatos, el miedo se disipó, y una nueva amistad nació. En un momento, El Mono tuvo una gran idea. «¡Podemos hacer una fiesta con tus tesoros! Invitemos a otros animales de la selva».

El dragón, encantado con la idea, empezó a compartir su tesoro, y en poco tiempo, la cueva se llenó de animales que venían a celebrar. Todos bailaron y rieron, creando nuevas memorias en la profundidad de la selva.

Al final del día, El Mono, El Sapo, El Caballero y su nuevo amigo, el dragón, compartieron un gran abrazo, felices por la aventura que habían vivido juntos. Habían ido en busca de un tesoro, y encontraron algo mucho más valioso: la amistad.

Y así, aprendieron que las verdaderas riquezas no siempre son materiales, sino los lazos que formamos y las aventuras que compartimos con aquellos que queremos. Así, regresaron a sus hogares con sonrisas en los rostros y un gran tesoro en sus corazones: la promesa de muchas más aventuras juntos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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