Era una mañana soleada cuando Alvin y Kiara regresaron a la playa. La vez anterior habían descubierto un mapa de un tesoro escondido en las profundidades de la arena, y hoy estaban decididos a seguirlo. Con ellos estaban sus inseparables compañeros, Mordisquito, un pequeño perro juguetón, y Rasguño, un gato curioso que no temía las olas ni la aventura.
“¡Hoy sí encontraremos ese tesoro!”, exclamó Alvin con entusiasmo, sosteniendo el mapa en alto. Kiara, con una sonrisa confiada, asintió. “Esta vez no nos rendiremos hasta hallarlo”.
El mapa los guiaba hacia un lugar en la playa que no habían explorado antes, justo donde las olas llegaban suavemente a la orilla. Mientras caminaban, Mordisquito corría en círculos alrededor de ellos, ladrando emocionado, y Rasguño, siempre sigiloso, mantenía sus ojos atentos en busca de cualquier cosa que se moviera.
“Según el mapa, el tesoro debería estar enterrado cerca de una roca gigante”, dijo Kiara mientras observaba el horizonte. “¿Ven alguna roca por aquí?”
Alvin se detuvo un momento y señaló hacia la distancia. “¡Allí! ¡Esas rocas parecen enormes!”
Se apresuraron hacia las rocas, saltando sobre pequeñas charcas de agua y sorteando cangrejos que corrían rápidamente de un lado a otro. Al llegar a la base de las rocas, se encontraron con una sorpresa: una cueva oscura que parecía ser la entrada hacia una nueva aventura.
“¿Entramos?” preguntó Alvin, algo nervioso pero emocionado. Kiara, siempre valiente, asintió. “Por supuesto. Si el tesoro está en algún lugar, debe ser aquí”.
Con Mordisquito liderando el camino, los cuatro amigos entraron en la cueva. El sonido de las olas se desvanecía mientras avanzaban, reemplazado por el eco de sus propios pasos. Las paredes de la cueva estaban cubiertas de algas y conchas marinas, lo que le daba un aspecto misterioso pero mágico.
De repente, Mordisquito comenzó a ladrar sin parar, su pequeño cuerpo saltando de un lado a otro. “¡Debe haber encontrado algo!”, exclamó Alvin, corriendo tras él. Rasguño, por su parte, se mantuvo cerca de Kiara, moviendo su cola con curiosidad.
Al llegar al fondo de la cueva, vieron algo brillante sobresalir de la arena. Kiara se agachó rápidamente y comenzó a excavar con las manos. “¡Es un cofre!”, gritó, emocionada. Alvin se unió a ella, y juntos, lograron desenterrar el pequeño cofre de madera.
Con el corazón latiendo de emoción, abrieron el cofre. Dentro, encontraron un montón de monedas doradas, collares de perlas y una botella con un mensaje enrollado en su interior. Alvin tomó la botella y la abrió cuidadosamente, desenrollando el viejo pergamino.
“Este parece ser… otro mapa”, dijo con asombro. Kiara lo miró de cerca y sonrió. “Parece que esta aventura aún no ha terminado”.
Decididos a seguir las nuevas pistas, los cuatro amigos salieron de la cueva, listos para continuar con su emocionante búsqueda del tesoro. La playa seguía siendo su campo de juego, y con cada paso, Alvin, Kiara, Mordisquito y Rasguño sabían que nuevas sorpresas los esperaban.
Fin… por ahora.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.