Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y vastos campos de flores, tres amigas inseparables llamadas Lucia, Alba y Emma. Estas tres niñas compartían una pasión por la aventura y la exploración, y cada día después de la escuela, se reunían para descubrir nuevos rincones de su encantador mundo.
Un día, mientras jugaban cerca del arroyo que serpenteaba por el pueblo, encontraron un viejo y desgastado mapa que el viento había llevado hasta sus pies. El mapa mostraba la entrada a un bosque desconocido que decía «Bosque de las Maravillas». Las niñas, con los ojos brillantes de emoción, decidieron que al día siguiente partirían en una expedición para descubrir los secretos de ese bosque.
Al amanecer, con sus mochilas cargadas de bocadillos, linternas y una brújula, Lucia, Alba y Emma partieron hacia el bosque. El sol apenas se asomaba por las colinas cuando llegaron a la entrada del bosque, marcada por dos antiguos robles que formaban un arco natural.
El bosque era diferente a cualquier lugar que hubieran visto antes. Los árboles eran altos y majestuosos, con hojas que cambiaban de color como si estuvieran bailando al ritmo de una melodía silenciosa. Flores de colores vibrantes brotaban en cada rincón, y el aire estaba lleno de un dulce aroma a jazmín y miel.
A medida que avanzaban, encontraron pequeños animales que no parecían tener miedo. Conejos con manchas de colores, ardillas que llevaban sombreros diminutos y mariposas tan grandes que sus alas parecían capas de seda. Cada animal les saludaba con un pequeño gesto, una inclinación de cabeza o un parpadeo amistoso.
Después de caminar un rato, llegaron a un claro donde un viejo roble se alzaba en el centro. Bajo el roble, un grupo de hadas y duendes estaban organizando un mercado. Había puestos de todo tipo: uno vendía polvo de estrellas, otro ofrecía melodías capturadas en frascos de cristal, y un duende viejo les mostró un carrusel de sueños, donde podías ver tus sueños más queridos con solo mirar a través de un telescopio mágico.
Las niñas pasaron horas en el mercado, hablando con los habitantes del bosque y aprendiendo sobre sus vidas mágicas. Lucia compró un frasco de polvo de estrellas, Alba adquirió un carrillón que tocaba melodías de viento, y Emma, siempre la más aventurera, intercambió un dibujo que había hecho por un paseo en el carrusel de sueños.
Cuando el sol comenzó a ponerse, las hadas les advirtieron que era hora de regresar a casa. El Bosque de las Maravillas era seguro durante el día, pero por la noche, criaturas de sueños y sombras danzaban entre los árboles, y no todos eran amistosos.
Antes de partir, una de las hadas, con un destello en los ojos, les entregó un pequeño saquito a cada una. «Dentro encontrarán un poco de la magia de nuestro bosque. Úsenlo sabiamente,» les dijo con una voz que parecía una melodía.
Con corazones llenos de alegría y mochilas llenas de tesoros, Lucia, Alba y Emma regresaron al pueblo. A lo largo del camino, prometieron guardar el secreto del Bosque de las Maravillas, compartiéndolo solo entre ellas y guardándolo como el recuerdo más preciado de su infancia.
Y así, cada vez que sentían la necesidad de recordar los días de pura magia y amistad, abrían sus saquitos y esparcían un poco de polvo de estrellas en el aire, riendo y bailando bajo su brillo hasta que el sol se ponía y las estrellas comenzaban a brillar en el cielo nocturno.
Los días después de su primera aventura en el Bosque de las Maravillas pasaron lentos para Lucia, Alba y Emma. Cada mañana en la escuela, las niñas murmuraban sobre los secretos del bosque y planificaban su próxima visita. Sabían que había mucho más por descubrir y que cada rincón del bosque guardaba historias y magias esperando ser encontradas.
Una tarde, mientras dibujaban en el patio de la escuela, un viento suave trajo consigo una pequeña pluma azul que aterrizó justo en el centro de su círculo. Emma, con los ojos llenos de curiosidad, la recogió y notó que tenía un brillo peculiar, casi como si estuviera tejida con hilos de agua y cielo. Recordaron que una de las hadas les había mencionado que las plumas de las aves mágicas del bosque eran llaves que abrían puertas a lugares escondidos.
Decididas a descubrir a qué lugar pertenecía esa pluma, las tres amigas planearon una nueva expedición. Esta vez, llevaron consigo una pequeña caja de objetos que habían recolectado del bosque en su visita anterior, pensando que podrían ser útiles.
Al llegar al Bosque de las Maravillas, se dirigieron al claro donde habían encontrado el mercado de las hadas. Para su sorpresa, el mercado había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí. Sin embargo, en su lugar, encontraron un estanque de aguas cristalinas que reflejaban las estrellas, incluso bajo el sol del mediodía.
Lucia, la más valiente, fue la primera en acercarse al estanque. Al echar la pluma azul al agua, el estanque comenzó a burbujear suavemente, y de su centro emergió una tortuga de caparazón iridiscente. La tortuga miró a las niñas y, con una voz tranquila y profunda, les dijo: «Habéis traído la llave que abre el camino al Reino de las Aguas Profundas. ¿Estáis listas para una nueva aventura?»
Sin dudarlo, las niñas asintieron, y la tortuga les invitó a subir a su caparazón. A medida que se adentraban en el estanque, el agua comenzó a rodearlas, pero en lugar de mojarlas, las envolvía en una burbuja de aire, permitiéndoles respirar y hablar bajo el agua.
El viaje bajo el agua fue un despliegue de maravillas marinas que ninguna de ellas había visto jamás. Corales de colores que brillaban suavemente en la oscuridad del fondo marino, peces que parecían pequeños soles flotantes, y plantas que bailaban al ritmo de la corriente.
Finalmente, llegaron a un palacio hecho de conchas y perlas, donde los esperaba una sirena, la reina del Reino de las Aguas Profundas. La reina, con su cabello flotante teñido de tonos de mar y anochecer, las recibió con una sonrisa. «Gracias por devolver la pluma de mi mensajero,» dijo, «como recompensa, os otorgaré a cada una un deseo que esté dentro de mi poder conceder.»
Lucia pidió la habilidad de hablar con los animales del bosque, Alba deseó un jardín que floreciera todo el año, y Emma, pensativa, pidió un libro que nunca se acabara, con historias infinitas. La reina concedió sus deseos con un movimiento de su tridente, y cada niña sintió una ligera brisa, un susurro de magia que confirmaba que sus deseos se habían hecho realidad.
Tras despedirse de la reina, la tortuga las llevó de regreso al estanque en el Bosque de las Maravillas. Al salir del agua, notaron que el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de púrpura y oro. Regresaron al pueblo con sus corazones llenos de nuevas historias para contar y nuevos secretos para guardar.
Y así, entre expediciones y descubrimientos, Lucia, Alba y Emma continuaron explorando el Bosque de las Maravillas durante muchos años. Cada aventura les enseñó algo nuevo sobre la magia del mundo, sobre la amistad, y sobre cómo, con un poco de curiosidad y valor, lo ordinario siempre puede convertirse en extraordinario.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Aventura de Jorge Velosa y la Cucharita de Hueso
La Aventura de Ave y Elefante
La Gran Aventura de Ninjago y el poder de las Armas Doradas
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.