En el tranquilo pueblo de Aranjuéz, en una acogedora casita de paredes color pastel y un pequeño jardín repleto de margaritas y girasoles, vivía una niña llamada Maialen. Era conocida por su inagotable curiosidad y su amor por los libros de aventuras, que coleccionaba con entusiasmo. Su mejor amiga, Edurne, vivía en la casa de al lado y compartía su pasión por las historias emocionantes, especialmente aquellas que hablaban de selvas misteriosas y animales exóticos.
Una tarde de viernes, después de una semana llena de clases y tareas, Maialen invitó a Edurne a pasar la noche en su casa. «¡Podemos leer el nuevo libro que compré!», exclamó Maialen con una sonrisa. Edurne, con sus ojos brillantes de emoción, asintió con entusiasmo.
La madre de Maialen preparó una cena deliciosa y después las chicas subieron a la habitación de Maialen, donde las esperaba una tienda de campaña improvisada hecha con sábanas y almohadas. Dentro de la tienda, rodeadas de peluches y lámparas de colores, abrieron el libro titulado «Aventuras en la Selva Encantada».
Mientras leían sobre ríos que fluían con aguas cristalinas y árboles tan altos que parecían tocar el cielo, una luz brillante comenzó a emanar de las páginas del libro. Las palabras parecían danzar y, antes de que pudieran cerrar el libro, una fuerza mágica las envolvió, transportándolas de su pequeño refugio en Aranjuéz a la vasta y vibrante selva que minutos antes habían estado leyendo.
Asustadas pero fascinadas, Maialen y Edurne se encontraron en un mundo donde los colores eran más vivos de lo que jamás habían imaginado. Podían oír los sonidos de animales desconocidos y el aroma de flores exóticas llenaba el aire. «¿Estamos… estamos en el libro?», murmuró Edurne, mirando a su alrededor.
«Sí, parece que sí. ¡Es como una aventura de verdad!», respondió Maialen con una mezcla de nerviosismo y excitación. Pronto, las niñas se dieron cuenta de que no volverían a casa hasta que no vivieran todas las aventuras que el libro describía.
Decididas a encontrar el camino de regreso, comenzaron a explorar la selva. No pasó mucho tiempo antes de que se encontraran con un grupo de monos amistosos que les ofrecieron bananas y les enseñaron a balancearse en las lianas. «¡Esto es increíble!», gritó Maialen mientras se deslizaba de árbol en árbol. Edurne, con cautela al principio, pronto se unió a la diversión.
Después de su encuentro con los monos, un tucán parlante se acercó a ellas. «Soy Tiko, el tucán. He oído que están buscando el camino de regreso a su mundo. Deben completar tres desafíos para poder salir del libro», les explicó con seriedad.
El primer desafío las llevó a cruzar un río lleno de piragüas rápidas. Trabajando juntas, construyeron una balsa con troncos y enredaderas y navegaron con éxito al otro lado, donde un jaguar les esperaba. Este les planteó el segundo desafío: recuperar una flor luminosa de la cima de la montaña más alta de la selva. Con la ayuda de un grupo de pájaros, volaron sobre la copa de los árboles hasta que encontraron la flor, resguardada por un enjambre de abejas parlantes.
Tras negociar con las abejas, que aceptaron intercambiar la flor por unas cuantas melodías cantadas por Edurne, las niñas regresaron al jaguar, quien satisfecho les reveló el último desafío. Deberían encontrar el Árbol del Tiempo, un árbol antiguo cuyas raíces tocaban los secretos más profundos de la tierra y cuyas hojas susurraban historias de antiguos tiempos.
Guiadas por un mapache sabio, Maialen y Edurne se adentraron más en la selva. Después de horas de caminata, finalmente encontraron el Árbol del Tiempo. Al tocar su tronco rugoso, las hojas comenzaron a susurrar y un viento mágico las rodeó. El Árbol les agradeció por haber completado los desafíos con valentía y les otorgó el regreso a su mundo.
De repente, se encontraron de nuevo en la tienda de campaña, con el libro cerrado a su lado. Mirándose la una a la otra, se dieron cuenta de que habían vivido una aventura que nunca olvidarían, una aventura que las había enseñado sobre el valor, la amistad y el asombro del descubrimiento.
«¿Crees que si lo abrimos de nuevo, volveremos?», preguntó Edurne con una sonrisa intrigante.
«Quizás», respondió Maialen, «pero por ahora, guardemos este secreto solo para nosotras.» Y así, mientras la luz de la mañana comenzaba a filtrarse en la habitación, las dos amigas se quedaron dormidas, soñando con las increíbles aventuras que aún estaban por descubrir.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.