Había una vez, en un lugar muy especial llamado el Instituto Las Araucarias, cuatro amigas inseparables que compartían una gran aventura todos los días. Estas amigas se llamaban Zoe, Mailen, Julieta y Luana. Todas tenían 4 años y asistían juntas a la salita de 4 en el instituto. Cada mañana, antes de que el sol brillara con toda su fuerza, las niñas se encontraban en la esquina de la calle, listas para comenzar su viaje hacia la escuela.
El viaje comenzaba en la parada de colectivo, donde todas se reunían con sus mochilas llenas de colores, libros y lápices de colores. El colectivo llegaba siempre a la misma hora, y las niñas se subían de la mano, buscando su lugar favorito junto a la ventana. Desde allí podían ver cómo el mundo despertaba: las flores abrían sus pétalos, los pájaros cantaban desde las ramas de los árboles, y la gente se apresuraba para comenzar su día.
Zoe, con su cabello rizado color chocolate, siempre era la primera en señalar algo interesante fuera de la ventana. «¡Miren, miren! ¡Hay un perro con un sombrero!», exclamaba con entusiasmo. Mailen, con su cabello rubio como el sol, reía alegremente y trataba de ver al perro antes de que desapareciera de su vista. Julieta, con su cabello negro ondulado, siempre llevaba un libro en la mano y a veces leía en voz alta para todas, inventando historias sobre lo que veían en el camino. Luana, la más pequeña de todas y con su pelo corto y rojo como el fuego, siempre estaba llena de energía, moviéndose en su asiento con emoción.
El colectivo las llevaba hasta la estación de tren, donde comenzaba la segunda parte de su viaje. El tren era grande y ruidoso, pero a ellas les encantaba. En cuanto subían, corrían a sentarse juntas, ansiosas por ver qué nuevas aventuras les esperaban. Durante el trayecto, las amigas jugaban a imaginar que el tren era un dragón gigante que las llevaba volando a un castillo lejano. «¡Cuidado, un dragón malvado nos está persiguiendo!», decía Zoe, mientras todas fingían estar en peligro. Pero Julieta, siempre valiente, levantaba su libro y decía: «¡No teman, lo espantaré con mi libro mágico!» Todas reían y aplaudían, celebrando su victoria imaginaria.
Cada día, el tren las dejaba cerca del instituto, y las niñas caminaban juntas, cantando canciones que inventaban en el camino. Las calles que recorrían estaban llenas de árboles altos y frondosos, y a veces el viento hacía que las hojas cayeran como una lluvia de colores. A ellas les gustaba recoger las hojas más bonitas para llevarlas a la maestra, quien siempre las recibía con una sonrisa y las pegaba en la pizarra para decorar el salón.
Una mañana, mientras las amigas estaban en el colectivo, algo diferente sucedió. El colectivo se detuvo en medio de la calle, y el conductor les dijo que había un problema con el motor y que tendrían que esperar un rato antes de continuar. Las niñas se miraron entre sí, un poco preocupadas. «¿Y si no llegamos a tiempo al tren?», preguntó Luana, con una pizca de miedo en su voz. Mailen, siempre optimista, sonrió y dijo: «No te preocupes, Luana. Podemos hacer que este momento sea una nueva aventura.»
Las amigas comenzaron a pensar en cómo podían pasar el tiempo mientras esperaban. Zoe, la más creativa, sugirió que jugaran a adivinar qué formas tenían las nubes en el cielo. «Esa parece un elefante», dijo Julieta, señalando una nube grande y esponjosa. «Y esa parece un barco pirata», agregó Mailen, mirando otra nube que flotaba cerca. Luana, que ya estaba menos preocupada, se unió al juego con entusiasmo.
Después de un rato, el colectivo volvió a arrancar, y las niñas suspiraron aliviadas. «¡Vamos, que no podemos perder nuestro tren!», exclamó Zoe. Pero al llegar a la estación, se dieron cuenta de que el tren ya había partido. Las cuatro amigas se quedaron en silencio por un momento, sin saber qué hacer. «No se preocupen», dijo Julieta, que siempre tenía una solución. «Podemos caminar hasta la escuela. No está tan lejos, y podemos seguir inventando historias por el camino.»
Y así lo hicieron. Las niñas comenzaron a caminar por un sendero que no conocían bien, pero lo hicieron juntas, cantando y contando historias para mantenerse alegres. En el camino, encontraron un pequeño bosque lleno de árboles altos y arbustos verdes. «Este lugar parece un bosque encantado», dijo Mailen, sus ojos brillando de emoción. «Tal vez haya hadas escondidas entre las flores», sugirió Luana, mirando con atención a su alrededor.
Las amigas decidieron hacer una pequeña pausa y explorar el bosque. Encontraron un arroyo cristalino donde bebieron agua fresca, y Julieta les contó una historia sobre una sirena que vivía en un arroyo similar y que protegía a los animales del bosque. Las niñas se imaginaron a la sirena nadando bajo el agua, cantando dulces melodías para que nadie se sintiera solo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.