Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, dos niños llamados Estuardo y Kimberly. Estuardo era un niño con ojos grandes y curiosos, siempre dispuesto a descubrir cosas nuevas. Le encantaba explorar los alrededores de su casa, trepando a los árboles y buscando tesoros escondidos en el bosque cercano. Kimberly, por otro lado, era una niña alegre con una sonrisa que podía iluminar hasta el día más gris. Tenía un corazón lleno de amor y siempre encontraba la manera de hacer feliz a quien estuviera a su alrededor.
Estuardo y Kimberly eran los mejores amigos desde que podían recordar. Pasaban casi todos los días juntos, inventando juegos y viviendo pequeñas aventuras en su pequeño mundo. Un día, mientras caminaban por el campo detrás de sus casas, encontraron un sendero que nunca antes habían visto. Estaba cubierto de flores de colores y rodeado de árboles que parecían susurrar secretos al viento.
“¿A dónde crees que lleva este camino?” preguntó Estuardo, con sus ojos brillando de emoción.
“No lo sé, pero parece muy especial,” respondió Kimberly, apretando suavemente la mano de Estuardo. “¿Vamos a ver?”
Sin pensarlo dos veces, los dos amigos se adentraron en el sendero. Cuanto más caminaban, más hermoso se volvía el paisaje. Los árboles eran cada vez más altos y las flores más brillantes. Podían escuchar el canto de los pájaros y el suave murmullo de un arroyo cercano. Todo a su alrededor parecía mágico, como si estuvieran entrando en un mundo de fantasía.
Después de caminar un rato, llegaron a un claro en el bosque. En el centro del claro, había un árbol enorme y muy antiguo, con ramas que se extendían hacia el cielo como si quisieran tocar las nubes. Pero lo más sorprendente de todo era lo que había debajo del árbol: un gran arco de piedra cubierto de enredaderas y flores, con un brillo suave que emanaba de él.
“¿Qué es eso?” preguntó Kimberly, maravillada.
“No lo sé, pero parece una puerta mágica,” dijo Estuardo, acercándose al arco. “Quizás nos lleve a un lugar increíble.”
Sin pensarlo más, Estuardo y Kimberly decidieron atravesar el arco. Tan pronto como lo hicieron, sintieron un suave viento que los envolvió, como si el mismo bosque les diera la bienvenida. Al otro lado del arco, el paisaje era aún más asombroso. Se encontraron en un lugar completamente diferente, un bosque que parecía sacado de un sueño. Los árboles tenían hojas doradas que brillaban con la luz del sol, y el aire estaba lleno de pequeñas luces que danzaban alrededor de ellos.
“Es como un cuento de hadas,” dijo Kimberly, mirando a su alrededor con asombro.
Estuardo asintió, también maravillado por lo que veían sus ojos. “Es el lugar más bonito que he visto en mi vida,” dijo.
Los dos amigos comenzaron a explorar el bosque mágico, fascinados por todo lo que encontraban. Vieron conejitos que saltaban alegremente entre las flores, pájaros con plumas de todos los colores imaginables, y hasta pequeños seres luminosos que parecían duendecillos volando entre los árboles.
Mientras caminaban, se dieron cuenta de que no estaban solos. De vez en cuando, podían ver sombras moviéndose entre los árboles, y escuchaban risas suaves que venían de todas partes. Pero no sentían miedo; más bien, se sentían seguros y bienvenidos en aquel lugar tan especial.
Después de un rato, llegaron a un lago cristalino. El agua era tan clara que podían ver el fondo, donde había peces de colores nadando tranquilamente. En la orilla del lago, había una pequeña barca de madera que parecía estar esperándolos.
“¿Vamos a dar un paseo en la barca?” sugirió Estuardo.
“¡Sí, vamos!” exclamó Kimberly, emocionada.
Subieron a la barca y empezaron a remar suavemente. El lago era tan tranquilo que parecía un espejo, reflejando el cielo azul y los árboles dorados que lo rodeaban. Mientras navegaban, vieron algo que brillaba en el fondo del lago.
“¿Qué será eso?” preguntó Estuardo, inclinándose para ver mejor.
Kimberly también miró hacia el agua y vio una luz suave que emanaba desde el fondo. “Parece algo mágico,” dijo.
Decidieron remar hacia la luz, y cuando llegaron al punto donde brillaba más intensamente, Estuardo metió la mano en el agua y sacó un pequeño cofre. El cofre estaba cubierto de algas, pero aún brillaba como si estuviera hecho de oro.
“¡Un tesoro!” exclamó Kimberly, con los ojos muy abiertos.
“Vamos a abrirlo,” dijo Estuardo, y con cuidado levantó la tapa del cofre.
Dentro del cofre, había un corazón de cristal que brillaba con todos los colores del arcoíris. El corazón parecía latir suavemente, como si estuviera vivo.
“Es el corazón del bosque,” dijo una voz suave detrás de ellos.
Estuardo y Kimberly se giraron y vieron a una mujer muy hermosa, con un vestido hecho de hojas y flores. Tenía el cabello largo y dorado, y sus ojos eran tan verdes como las hojas de los árboles.
“Soy la guardiana del bosque,” dijo la mujer con una sonrisa. “Han encontrado el corazón del bosque, un símbolo del amor y la vida que mantiene este lugar lleno de magia.”
“¿Y qué debemos hacer con él?” preguntó Estuardo, sosteniendo el corazón de cristal con mucho cuidado.
“Este corazón pertenece al bosque,” explicó la guardiana. “Es lo que le da vida y lo mantiene lleno de amor. Pero si lo llevan con ustedes, pueden llevarse una parte de esa magia a su mundo, para que siempre recuerden la importancia del amor y la amistad.”
Estuardo y Kimberly se miraron, sabiendo que habían encontrado algo muy especial. Decidieron que llevarían el corazón de cristal con ellos, pero también prometieron cuidar el bosque y recordar siempre lo que habían aprendido en su aventura.
“Volveremos a visitarte,” dijo Kimberly a la guardiana.
“Siempre serán bienvenidos,” respondió la guardiana con una sonrisa cálida.
Con el corazón de cristal en sus manos, Estuardo y Kimberly regresaron a la orilla del lago y desembarcaron. Al volver sobre sus pasos, llegaron de nuevo al arco de piedra. Al atravesarlo, sintieron el suave viento una vez más, y de repente, estaban de regreso en el claro del bosque, donde todo había comenzado.
El sendero que los había llevado allí estaba aún visible, pero sabían que ahora conocían un secreto muy especial. Con el corazón de cristal brillando en sus manos, regresaron a casa, sabiendo que su aventura había sido más que un simple paseo por el bosque. Habían descubierto el verdadero poder del amor y la amistad, y estaban decididos a compartirlo con todos.
Esa noche, cuando el sol se ocultó y las estrellas empezaron a brillar en el cielo, Estuardo y Kimberly se despidieron, prometiendo que nunca olvidarían su aventura en el bosque mágico. Guardaron el corazón de cristal en un lugar especial, donde siempre pudieran verlo y recordar lo que habían aprendido.
Y así, con una nueva comprensión de lo que realmente importa en la vida, Estuardo y Kimberly siguieron siendo los mejores amigos, viviendo nuevas aventuras y compartiendo el amor y la alegría que habían encontrado en su corazón.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.