Cuentos de Aventura

La Aventura de Abby con el Organillero

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Cada tarde, cuando Abby y su hermana Damaris regresaban de la escuela, su mamá siempre les recordaba lo mismo: “No se paren en el camino, vengan directo a casa”. Ella les advertía que el mundo estaba lleno de distracciones, pero era importante obedecer. Abby siempre asentía, pero en el fondo, sentía curiosidad por todo lo que sucedía en las calles. Esa tarde, pensaba en todas las cosas emocionantes que podría ver de camino a casa.

Mientras caminaban por la ruta habitual, Abby notó algo diferente en la esquina. Un hombre con un organillo estaba tocando música, y junto a él, un pequeño mono hacía trucos y saltos. Damaris, siempre obediente, le recordó a Abby que no debían detenerse. “Mamá nos dijo que volviéramos enseguida”, insistió. Pero Abby sonreía, observando al mono, y no prestó atención. Mientras tanto, el organillero siguió tocando y comenzó a moverse por otra calle.

Abby no pudo resistir la tentación. A medida que el organillero se alejaba, comenzó a seguirlo lentamente. “¡Abby, vuelve!”, llamó Damaris, preocupada. Pero Abby estaba demasiado cautivada por el espectáculo.

“¡Mira, Damaris! ¡El mono es increíble!”, exclamó Abby, mientras el pequeño mono realizaba una voltereta. Su corazón latía con fuerza, y sintió que un nuevo mundo se abría ante ella. Sin pensarlo, se adentró más en la multitud que rodeaba al organillero, dejando a su hermana atrás.

Damaris miró a su hermana alejarse y sintió un escalofrío. “No sé si esto es una buena idea”, murmuró para sí misma. Sin embargo, decidió seguir a Abby, aunque la preocupación la llenaba.

Mientras tanto, el organillero comenzó a tocar una melodía alegre. La música resonaba en el aire y hacía que los niños a su alrededor sonrieran y bailaran. Abby, completamente hipnotizada, se movía al ritmo de la música, disfrutando cada momento. “¡Es como un cuento de hadas!”, pensó, sintiéndose parte de algo mágico.

El organillero, al notar la alegría de Abby, se acercó a ella con una sonrisa. “¿Te gustaría conocer a Monito?”, preguntó, señalando al pequeño mono que ahora estaba sentando en su hombro. Abby asintió emocionada. “¡Sí, por favor!”

“Este es Monito. Es muy travieso, pero también muy amigable”, dijo el organillero mientras le ofrecía a Abby una pequeña nuez. “Si le das esto, él te mostrará un truco especial”. Abby tomó la nuez con manos temblorosas y se la dio a Monito. El mono, entusiasmado, empezó a hacer malabares con las nueces, causando risas en toda la multitud.

Damaris, aún sintiendo una mezcla de miedo y emoción, se acercó lentamente. “Abby, no deberíamos estar aquí. Mamá se preocupará”, dijo con voz baja. Pero Abby estaba tan absorta en el espectáculo que apenas la escuchaba.

Después de un rato, el organillero, viendo la alegría en el rostro de Abby, le preguntó: “¿Te gustaría acompañarnos un poco más? Vamos a un lugar donde la música nunca se detiene”. La invitación sonó irresistible. Abby miró a su hermana, quien la observaba con preocupación.

“Voy a volver pronto, lo prometo”, le dijo Abby a Damaris, quien no estaba segura de lo que debían hacer. Finalmente, decidió acompañar a su hermana, aunque sentía un nudo en el estómago.

El organillero empezó a caminar por una calle que nunca habían visto antes. Era un camino angosto y lleno de luces brillantes que danzaban en las paredes. Abby se sintió emocionada, mientras el corazón de Damaris latía más rápido por la incertidumbre.

“¿Qué tal si simplemente miramos y luego volvemos?” sugirió Damaris, intentando mantener la calma. Abby asintió, pero su curiosidad era más fuerte que su sentido del deber.

Al llegar a una pequeña plaza, Abby y Damaris encontraron a más niños que estaban bailando y disfrutando de la música. El organillero se colocó en el centro, mientras Monito saltaba alegremente por los aires. El espectáculo era magnífico, y poco a poco, las preocupaciones de Damaris comenzaron a desvanecerse, dejándola llevar por la música.

Mientras tanto, un hombre que caminaba cerca observó la escena. Era un hombre mayor, con un sombrero de copa y un abrigo largo. Se acercó al organillero y le habló en voz baja. “Es hora de marchar, amigo. La luna ya está alta”, dijo el hombre con tono serio.

Abby, intrigada, preguntó: “¿A dónde van? ¿Puedo ir también?”. El organillero sonrió, pero el hombre con el sombrero hizo un gesto que hizo que Abby se sintiera un poco inquieta. “No te preocupes, pequeña. Este es un viaje que todos los que amamos la música hacemos de vez en cuando. Pero no es un lugar para niños”.

Damaris, sintiendo la tensión, tomó de la mano a su hermana y le dijo: “Vamos, Abby. Es hora de ir a casa”. Pero Abby, por un instante, sintió que no quería dejar ese lugar. La música, el mono y la gente la hacían sentir viva.

“No quiero irme”, dijo Abby, y su voz sonaba casi como un susurro. “¡Estoy divirtiéndome tanto!”.

El organillero, viendo el dilema, decidió intervenir. “Tal vez un pequeño recorrido no les haría daño. Solo un vistazo, y luego a casa”. Damaris miró a su hermana, y aunque sabía que era una mala idea, finalmente asintió. La curiosidad de Abby era contagiosa, y la aventura la envolvía.

Así que el grupo se adentró más en el camino. A medida que caminaban, la música se volvía más intensa, y el aire se llenaba de aromas exóticos que nunca antes habían olfateado. Abby sonreía, pero Damaris empezó a preocuparse más.

“Esto no se siente bien, Abby. Deberíamos volver”, dijo Damaris, pero Abby solo sonrió.

“Solo un poco más, Damaris, por favor. ¡Mira qué divertido!”, respondió, girando en círculos.

Finalmente, llegaron a un claro donde había un gran círculo de luces parpadeantes. En el centro había un escenario improvisado y muchos niños bailaban al ritmo de la música. El organillero se unió a ellos, tocando con entusiasmo. Monito saltaba entre los niños, haciendo reír a todos.

Abby se unió a la danza, sintiéndose libre y feliz. Damaris, aunque un poco nerviosa, no pudo evitar sonreír al ver la felicidad de su hermana. Sin embargo, la voz del hombre del sombrero resonaba en su mente. “No es un lugar para niños”.

Mientras la fiesta continuaba, Damaris decidió que ya había visto suficiente. Miró a su alrededor y notó que algunos niños ya comenzaban a irse, y el ambiente, aunque divertido, estaba cambiando. La música sonaba más oscura, y el organillero parecía menos amigable. “Abby, es hora de irse”, insistió Damaris con firmeza.

“¿Por qué? ¡Estoy divirtiéndome!” respondió Abby, aunque en el fondo, sentía que algo no estaba bien.

“Porque mamá nos espera y esto se está volviendo raro. No es lo que parece”, Damaris trató de explicar, pero Abby no quería escuchar. La música la envolvía y sentía que no podía resistirse.

En ese instante, el hombre del sombrero volvió a aparecer. “¿Están disfrutando del espectáculo, pequeñas?”, preguntó con una sonrisa que no transmitía alegría. “La música aquí es especial, pero es hora de que se vayan a casa”.

Damaris sintió un escalofrío. “¡Sí, es hora de irse!”, dijo, tomando la mano de Abby con fuerza.

Pero Abby, sintiendo que algo importante estaba a punto de suceder, gritó: “¡No quiero irme! ¡Quiero quedarme aquí!”.

El hombre del sombrero se acercó, su voz se volvió más profunda. “Las aventuras a veces tienen un precio, pequeña. La música y la diversión pueden ser engañosas”.

Damaris, asustada, miró a Abby. “¡Ven conmigo, Abby! ¡Esto no es un juego!”, gritó mientras tiraba de su hermana hacia atrás.

Abby se dio cuenta de que su hermana tenía razón. Miró a su alrededor y vio que los otros niños también comenzaban a mirar con miedo. La música se detuvo abruptamente, y el silencio se apoderó del lugar.

“¿Qué está pasando?” preguntó un niño, inquieto.

El organillero, que antes parecía tan amigable, ahora tenía una mirada seria. “No se asusten, pequeños. Solo es hora de que algunos de ustedes vuelvan a casa”, dijo con voz baja y temblorosa.

Abby, sintiendo el nudo en su estómago, finalmente comprendió que había ido demasiado lejos. Con la mano de Damaris entrelazada con la suya, comenzó a retroceder lentamente. “Vamos, Abby”, dijo Damaris, mientras el ambiente se volvía más denso.

“¡Quiero irme a casa!” gritó Abby, y, de repente, comenzó a correr hacia la salida. Damaris la siguió, corriendo lo más rápido que podía.

Mientras corrían, los otros niños empezaron a hacer lo mismo. El aire frío de la noche las envolvía mientras trataban de escapar del lugar. El hombre del sombrero miraba desde lejos, y Abby sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Finalmente, lograron salir del círculo de luces y música. Al llegar a la calle, sintieron una mezcla de alivio y miedo. Miraron hacia atrás y vieron cómo la música se desvanecía, pero el recuerdo de la aventura permanecía en sus corazones.

“¿Estamos a salvo?”, preguntó Damaris, respirando entrecortadamente. Abby, aún asustada, asintió con la cabeza.

“Sí, estamos a salvo. Pero no deberíamos haber ido allí”, dijo Abby, dándose cuenta de que había ignorado las advertencias de su mamá.

Mientras caminaban de regreso a casa, las luces de la calle parecían más brillantes, y el aire se sentía más fresco. Abby tomó la mano de su hermana y sonrió. “Lo siento, Damaris. No debería haber desobedecido. Prometo que no lo volveré a hacer”.

Damaris sonrió aliviada. “Lo importante es que estamos bien. La próxima vez, escuchemos a mamá”, dijo, sintiéndose orgullosa de su hermana.

Cuando finalmente llegaron a casa, su mamá estaba esperándolas en la puerta, con una expresión preocupada en su rostro. “¿Dónde han estado? Las estaba esperando”, dijo, abrazándolas fuertemente.

“Mamá, lo siento. Fue una aventura, pero prometemos que no volverá a suceder”, dijo Abby, sintiéndose un poco avergonzada.

Su mamá sonrió y las llevó dentro. “Lo sé, mis pequeñas aventureras. Pero siempre deben recordar que la seguridad es lo más importante. A veces, las aventuras pueden llevarnos a lugares peligrosos”.

Abby y Damaris asintieron, comprendiendo que sus madres siempre tienen razón. Aquella tarde se había convertido en una lección sobre la curiosidad y la importancia de escuchar.

Mientras se preparaban para dormir, Abby miró a Damaris. “¿Crees que algún día podamos tener otra aventura, pero una que no sea peligrosa?” preguntó.

“Claro que sí”, respondió Damaris, sonriendo. “Pero solo si mamá está de acuerdo”.

Y así, con el corazón lleno de aprendizajes y recuerdos de su gran aventura, las dos hermanas se durmieron, soñando con nuevas exploraciones que estaban por venir, siempre teniendo presente que la verdadera aventura también podía encontrarse en el camino seguro de casa.

El final.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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