Era una tarde soleada y brillante, y Aby y su hermana Damaris regresaban de la escuela como lo hacían cada día. Mientras caminaban por la acera, el aire fresco estaba lleno de risas y el bullicio de los niños que jugaban. La mamá de las chicas siempre les recordaba: “No se detengan en el camino, vengan directo a casa”. Ella les advertía que el mundo estaba lleno de distracciones, pero era importante obedecer. Aby asentía, aunque en su interior sentía una curiosidad constante por todo lo que pasaba a su alrededor.
Ese día, mientras cruzaban la calle, un sonido melódico llegó a sus oídos. Aby giró la cabeza y vio algo que la hizo detenerse. En la esquina había un hombre con un organillo, tocando una melodía alegre. A su lado, un pequeño mono saltaba y hacía trucos, causando risas entre los niños que lo rodeaban. Damaris, siempre la más obediente, le dio un codazo a su hermana y dijo: “Aby, vamos. Mamá no quiere que nos detengamos”.
Pero Aby, deslumbrada por la actuación del mono, no podía apartar la mirada. “¡Mira, Damaris! ¡El mono es increíble! ¿No quieres ver un poco más?” Damaris dudó, viendo a los otros niños disfrutar del espectáculo, pero el recordatorio de su mamá pesaba en su mente.
“Solo un momento, Damaris. ¡Prometo que no tardaré!”, insistió Aby con una sonrisa. Damaris suspiró, pero sabía que era difícil resistirse a la curiosidad de su hermana.
Así que, tras una breve discusión, decidieron quedarse un poco más. Mientras el organillero tocaba su música, Aby se acercó y comenzó a aplaudir al ritmo. El mono, al notar su atención, se acercó a ella y le ofreció su mano. Aby se emocionó y se agachó para acariciarlo. “¡Eres tan lindo!”, dijo, llenando su corazón de alegría.
La música era contagiosa, y pronto Aby y Damaris estaban saltando y riendo junto con los demás niños. Sin embargo, Damaris no podía dejar de mirar la hora. “Deberíamos irnos. Mamá se preocupará”, repitió, aunque su voz era más suave ahora, ya que también se estaba divirtiendo.
Finalmente, el organillero comenzó a mover su carrito, indicando que era hora de seguir adelante. “¡Vamos, Monito! ¡A la siguiente parada!”, gritó, y el mono saltó a su hombro mientras el hombre se preparaba para irse.
“¿Adónde van?”, preguntó Aby, sintiendo un nuevo destello de curiosidad. “¿Podemos ir con ustedes?” El organillero sonrió. “Oh, pequeña, hay un mundo lleno de aventuras más allá de esta calle. Pero no todas son seguras para los niños”.
Aby se sintió un poco decepcionada, pero al mismo tiempo, su deseo de aventura crecía. “¿Qué tipo de aventuras?” preguntó, sus ojos brillando de emoción.
“Las mejores aventuras son las que te hacen reír y aprender algo nuevo, pero también debes tener cuidado”, dijo el organillero con seriedad. “El mundo puede ser hermoso, pero también es impredecible”.
Damaris tomó la mano de su hermana, sintiendo que era un momento decisivo. “Debemos ir a casa, Aby. Mamá nos está esperando”, dijo suavemente, pero Aby estaba tan atrapada por la idea de aventura que no podía resistirse.
“Solo un poco más, por favor. ¡Vamos a ver a dónde van!”, suplicó. Damaris, aunque un poco reacia, sintió que no podía dejar a su hermana sola en una decisión tan importante.
Así, decidieron seguir al organillero y al mono por unas calles más. A medida que avanzaban, el ambiente se volvía cada vez más mágico. Las luces brillantes de los faroles iluminaban el camino, y el aire estaba lleno de una fragancia a flores que nunca antes habían olfateado.
Pronto llegaron a una plaza donde había más niños y familias disfrutando de la música y las risas. El organillero se detuvo y comenzó a tocar una nueva melodía. “¡Mira, Damaris! ¡Es hermoso!”, exclamó Aby, sintiéndose cada vez más cautivada por el ambiente.
Damaris comenzó a disfrutar, aunque todavía tenía una pequeña preocupación en su corazón. “Está bien, pero debemos tener cuidado”, dijo, mirando a su alrededor. “No sabemos a quién más hay aquí”.
Mientras el organillero tocaba, más y más personas se unieron al baile. Aby se dejó llevar por la música, moviéndose de un lado a otro, riendo y sintiéndose completamente libre. Damaris, aunque cautelosa, se unió a su hermana en el baile.
El mono, por su parte, saltaba de un lado a otro, haciendo trucos que hacían reír a todos. “¡Mira! ¡Monito puede hacer esto!”, gritó Aby mientras el pequeño mono se columpiaba de un árbol cercano. Todo parecía un sueño, hasta que una sombra oscura pasó por el borde de la plaza.
Damaris notó algo extraño. “Aby, ¿viste eso?” dijo, su voz ahora más grave. Aby, aún atrapada en el momento, no prestó atención. “¡Solo un poco más!”.
De repente, un hombre apareció en la plaza. Llevaba un sombrero grande y una capa negra. Su presencia era intimidante, y los niños comenzaron a alejarse lentamente. El organillero dejó de tocar, y el ambiente se volvió tenso.
“¿Qué es lo que está pasando aquí?” preguntó el hombre con una voz profunda y amenazadora. Damaris sintió un escalofrío recorrer su espalda. “Creo que deberíamos irnos”, susurró, pero Aby, valiente y desafiante, miró al hombre.
“Estamos disfrutando de la música. ¿No es eso lo que se supone que debemos hacer?” dijo, sin saber que sus palabras podían provocar algo oscuro.
“¿Disfrutar? La música tiene su precio”, respondió el hombre, acercándose más. Damaris tomó la mano de su hermana y tiró de ella hacia atrás. “Aby, vamos”, insistió.
Pero el hombre levantó una mano, deteniendo su avance. “¿Te gustaría conocer el lado oscuro de la música? Hay historias que no han sido contadas, secretos que están esperando ser descubiertos”, dijo, sus ojos centelleando con malicia.
Aby, aunque intrigada, sintió que había algo siniestro en su voz. “No, gracias”, dijo, intentando retroceder, pero el hombre sonrió con malicia.
“Es una oportunidad que no se presenta dos veces, niña”, dijo, acercándose aún más. La multitud comenzó a dispersarse, y el ambiente se volvía cada vez más inquietante.
Damaris, con valentía, tomó a Aby de la mano. “Debemos irnos. Ahora”, dijo, y ambas comenzaron a retroceder, alejándose del hombre y de su amenaza. Sin embargo, el hombre hizo un gesto, y el mono que estaba con el organillero saltó de su hombro y se acercó al hombre misterioso.
“¡No, Monito! ¡Regresa!”, gritó Aby, pero el pequeño mono parecía encantado, atraído por el misterio que ofrecía el hombre. Aby sintió que su corazón se aceleraba. “¡Damaris, tenemos que ayudarlo!”.
Damaris, sintiendo la preocupación de su hermana, asintió. “¡Vamos, Monito! ¡Vuelve aquí!”, gritó mientras ambas corrían hacia el hombre. La tensión aumentaba, y el ambiente se volvía cada vez más denso.
Finalmente, el hombre sonrió de nuevo, y el mono, al darse cuenta de la confusión, volvió a saltar hacia Aby. “¡Lo tienes, Monito! ¡Regresaste!”, dijo con alegría, pero el hombre comenzó a acercarse de nuevo.
“Las cosas no son lo que parecen, niñas”, dijo, su voz resonando con una mezcla de advertencia y desafío. “Pueden quedarse, o pueden irse, pero una vez que lo hagan, nunca podrán volver a este lugar”.
Abby miró a Damaris, sintiendo que la aventura que habían buscado se estaba volviendo aterradora. “¿Qué hacemos?” preguntó, sintiendo el miedo creciendo en su pecho.
“Debemos regresar a casa. Mamá nos está esperando”, dijo Damaris, y Aby, aunque deseosa de explorar más, supo que lo más inteligente era escuchar a su hermana.
Con valentía, ambas se dieron la vuelta y comenzaron a caminar rápidamente hacia la salida de la plaza. El organillero, que había estado en silencio, les sonrió y les dijo: “Recuerden, la música siempre está a su alrededor, pero deben encontrar el ritmo correcto”.
Finalmente, lograron salir de la plaza, el bullicio de la música quedando atrás. Mientras caminaban hacia casa, sintieron que el peso de la aventura comenzaba a desvanecerse, pero el recuerdo de la advertencia del hombre las seguía.
“Fue una locura, pero aprendimos algo importante”, dijo Damaris, tratando de encontrar consuelo. “A veces, las aventuras pueden ser peligrosas”.
“Sí, y aunque me encantaría explorar, quiero estar a salvo”, respondió Abby, sintiendo una mezcla de alivio y emoción.
Cuando llegaron a casa, su mamá las estaba esperando en la puerta, con una expresión de preocupación en su rostro. “¿Dónde han estado? Las estaba esperando”, dijo, abrazándolas con fuerza.
“Mamá, lo siento. Solo queríamos ver al organillero y su mono”, explicó Aby, sintiendo que su corazón se aliviaba al estar de vuelta en casa.
“Entiendo, pero siempre recuerden que hay momentos y lugares que pueden ser peligrosos. La curiosidad es buena, pero también deben saber cuándo es mejor regresar”, dijo su mamá, mirándolas con amor.
Aby y Damaris asintieron, sabiendo que habían aprendido una lección valiosa. Mientras se preparaban para la cena, Abby miró a su hermana y dijo: “Gracias por ayudarme a salir de ahí. La aventura fue emocionante, pero estoy feliz de estar a salvo”.
Damaris sonrió. “Siempre estaré contigo, Aby. Y quien sabe, quizás un día tengamos una aventura que no sea peligrosa”.
Y así, con el corazón lleno de gratitud y aprendizaje, ambas hermanas se acomodaron en sus sillas para cenar, listas para compartir sus historias de aventuras y sueños, pero siempre recordando que la seguridad era lo primero.
El final.
Cuentos cortos que te pueden gustar
Una Aventura en el Bosque Mágico
Las Aventuras de Juan Ignacio
Alejandro y el Bananogenio del Tiempo
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.