Había una vez, en un reino mágico y lleno de colores, dos hermanos llamados Bautista y Helena. Bautista, el hermano mayor, era valiente y siempre estaba listo para la aventura. Helena, su hermana menor, era dulce y soñadora, con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Vivían felices en una casita acogedora junto a su papá, quien les contaba historias increíbles cada noche antes de dormir.
En el jardín de su casa, jugaban con sus dos mejores amigos: Sury, una perra grande y cariñosa, y Juan Carlos Renato, un gato astuto que sorprendentemente sabía karate. Aunque parezca raro, Juan Carlos Renato había aprendido karate mirando las películas que el papá de Bautista y Helena ponía en la televisión.
Un día soleado, mientras Bautista y Helena jugaban al escondite, ocurrió algo inesperado. De repente, el cielo se oscureció y un enorme dragón apareció, volando sobre las nubes. Descendió en un remolino de viento y, con un rugido que hizo temblar la tierra, secuestró a Helena, llevándosela a un castillo lejano en las montañas.
Bautista, desesperado, corrió a contarle a su papá lo sucedido. Sin dudarlo, su papá, que era un hábil herrero, le forjó una brillante armadura, una espada que brillaba como el sol y un escudo tan fuerte como el corazón de Bautista. «Debes ser valiente, hijo. Yo sé que puedes hacerlo», le dijo su papá con una mezcla de preocupación y orgullo.
Montando a Sury y con Juan Carlos Renato a su lado, Bautista emprendió el rescate de su hermana. Durante el viaje, se enfrentaron a muchos retos: cruzaron bosques oscuros, ríos rápidos y montañas nevadas. En cada desafío, Sury corría con agilidad, mientras que Juan Carlos Renato usaba sus habilidades de karate para protegerlos de los animales salvajes.
Finalmente, llegaron al castillo donde estaba Helena. Era un lugar imponente, con altas torres, un gran puente y un foso lleno de agua cristalina. Pero lo más sorprendente eran los dragones que lo custodiaban. Había mil dragones de todos los tamaños y colores, rugiendo y volando alrededor del castillo.
Bautista, sin miedo, desenvainó su espada y junto a Juan Carlos Renato, quien se puso en posición de karate, lucharon con valentía. Cada dragón que se acercaba era derrotado con destreza y habilidad. Sury, con sus ladridos fuertes y su agilidad, ayudaba a distraer a los dragones, mientras Bautista y Juan Carlos Renato los vencían uno a uno.
La batalla parecía interminable, pero Bautista no se rindió. Finalmente, apareció el dragón más grande de todos, el que había secuestrado a Helena. Era enorme, con escamas que brillaban como esmeraldas y ojos rojos como el fuego. Bautista, recordando las palabras de su papá, enfrentó al dragón con toda su fuerza y coraje.
La lucha fue épica. El dragón soplaba fuego, pero Bautista lo esquivaba hábilmente. Juan Carlos Renato, con sus movimientos de karate, lograba distraer al dragón, dando oportunidad a Bautista para atacar. En un momento decisivo, Bautista saltó y con un golpe certero de su espada, logró derrotar al dragón.
Tras la victoria, corrieron hacia la torre más alta del castillo, donde encontraron a Helena. Estaba asustada pero ilesa. Al ver a Bautista, corrió hacia él y lo abrazó fuertemente. «¡Gracias por salvarme, hermano!», dijo Helena con lágrimas de felicidad en sus ojos.
El regreso a casa fue alegre y lleno de celebraciones. El pueblo entero los recibió como héroes. Su papá los abrazó con alivio y orgullo. Desde ese día, Bautista y Helena prometieron estar siempre juntos y cuidarse el uno al otro.
La aventura había enseñado a Bautista el valor de la valentía y la importancia de proteger a quienes ama. Helena aprendió que, incluso en los momentos más difíciles, la esperanza y el amor de la familia son más fuertes que cualquier dragón.
Y así, Bautista, Helena, su papá, Sury y Juan Carlos Renato vivieron muchas más aventuras, pero esa, la del dragón del Castillo Encantado, siempre sería recordada como la más emocionante de todas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.