Había una vez dos hermanitos muy tiernos llamados Eillen y Maicol. Eillen era la menor, una niña con grandes ojos y una sonrisa tímida. A veces le costaba mucho jugar con otros niños, siempre estaba cerca de su mamá, y si algo la asustaba, comenzaba a llorar. Su mamá, una mujer joven y cariñosa, siempre la abrazaba y le decía que todo estaba bien. Maicol, por otro lado, era un poquito mayor que Eillen, lleno de energía y siempre listo para correr y explorar cualquier lugar al que fueran.
Un día soleado, la mamá de Eillen y Maicol decidió llevarlos al parque. Era un lugar lleno de árboles, flores y muchos niños jugando. A lo lejos, se escuchaba el canto de los pájaros, y las mariposas volaban de flor en flor. El parque estaba lleno de alegría, pero Eillen no se sentía muy cómoda. Se agarraba con fuerza de la mano de su mamá y no quería soltarse.
—Mamá, no quiero jugar con los niños —dijo Eillen con un puchero, escondiéndose detrás de su mamá.
La mamá la miró con una sonrisa dulce y le acarició la cabecita.
—Todo está bien, mi amor —le dijo—. Puedes jugar cuando te sientas lista. Maicol está aquí contigo, y yo también.
Maicol, que ya había visto los columpios y el tobogán, estaba emocionado.
—¡Vamos, Eillen! ¡Mira ese columpio tan grande! —dijo señalando hacia los juegos—. ¡Te va a encantar!
Pero Eillen no estaba segura. Aunque quería divertirse, le daba miedo alejarse de su mamá. A veces, ver a tantos niños corriendo y jugando la ponía nerviosa.
—No quiero… —susurró Eillen, apretando la mano de su mamá.
Maicol, viendo que su hermanita estaba asustada, decidió que no iba a dejarla sola. Sabía que a veces Eillen necesitaba un empujoncito para sentirse más valiente.
—¿Sabes qué? —le dijo, agachándose a su lado—. Yo estaré contigo todo el tiempo. Vamos a hacer una aventura juntos, y si no te gusta, volvemos con mamá, ¿de acuerdo?
Eillen lo miró con sus ojitos brillantes y pensó en la idea de una aventura. Le gustaba cuando Maicol la protegía y la acompañaba en sus juegos. Así que, con un pequeño asentimiento, soltó la mano de su mamá.
—Está bien, pero no te vayas lejos —dijo con una voz muy suave.
La mamá, feliz de ver a Eillen un poco más animada, les dio un beso a ambos y los vio caminar hacia los columpios. Maicol, siempre atento, tomó la mano de su hermanita mientras cruzaban el parque.
Al llegar a los juegos, Maicol subió al columpio y empezó a balancearse alto, riendo de felicidad.
—¡Mira, Eillen! ¡Es divertido! —gritó, animándola a probar.
Eillen lo observaba desde el suelo, un poco nerviosa, pero algo dentro de ella quería intentarlo también. Al final, con mucho cuidado, se sentó en un columpio más pequeño. Maicol, siempre atento a su hermana, la empujó suavemente para que se balanceara despacio.
—¿Ves? No es tan difícil —dijo Maicol, sonriendo.
Poco a poco, Eillen empezó a disfrutar. Sentía el viento en su cara y cómo sus pies se despegaban del suelo. Era una sensación nueva para ella, y empezó a reír.
—¡Maicol, mira! ¡Estoy columpiándome! —exclamó con una gran sonrisa.
Maicol la miró y, feliz de verla tan contenta, la empujó un poquito más fuerte. Los dos se balancearon juntos, riendo y disfrutando del momento.
Después de un rato en los columpios, Maicol vio una casita de madera al otro lado del parque.
—¡Vamos a explorar esa casita! —dijo, corriendo hacia allá.
Eillen lo siguió con un poco más de confianza. Sabía que su hermano mayor siempre estaría con ella, y eso la hacía sentir segura. Cuando llegaron a la casita de madera, Maicol entró primero, como todo buen explorador, asegurándose de que todo estaba bien.
—¡Todo está despejado! —anunció Maicol, con una sonrisa de satisfacción—. Puedes entrar, Eillen.
Eillen entró despacio, mirando a su alrededor. La casita era pequeña, pero parecía un lugar perfecto para imaginar grandes aventuras. Había ventanas por donde podían ver el parque, y una puertecita que Maicol decía que era secreta.
—Este es nuestro castillo —dijo Maicol—. Somos los reyes de este lugar.
Eillen rió y, por primera vez, se sintió emocionada de estar jugando en el parque. Se olvidó de sus miedos y empezó a imaginar que estaban en un reino mágico, donde ambos eran los protectores del castillo.
Jugaron durante toda la tarde, inventando historias de caballeros y dragones, y Eillen se dio cuenta de que estar con otros niños no era tan aterrador cuando tenía a Maicol a su lado.
Cuando el sol comenzó a ponerse, la mamá de Eillen y Maicol los llamó desde una banca cercana.
—¡Es hora de volver a casa! —les dijo con una sonrisa.
Los dos hermanos, cansados pero felices, corrieron hacia su mamá. Eillen, esta vez, no se sentía nerviosa ni asustada. Sabía que había tenido una gran aventura con Maicol, y que cada vez sería más valiente.
—Mamá, hoy fue muy divertido —dijo Eillen, abrazándola fuerte.
La mamá los abrazó a ambos, orgullosa de ver lo mucho que su pequeña Eillen había crecido en ese día.
—Lo sé, mi amor. Estoy muy feliz de que te hayas divertido —le dijo mientras caminaban juntos hacia casa.
Y así, la pequeña Eillen, con la ayuda de su hermano mayor Maicol, descubrió que el mundo estaba lleno de aventuras por vivir, siempre que tuviera a alguien que la acompañara. Y aunque a veces sentía un poquito de miedo, sabía que era lo suficientemente valiente para intentarlo de nuevo.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.