Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un niño llamado Lucas que soñaba con viajar por el espacio y descubrir todos los secretos de los planetas. Desde muy chico, Lucas miraba las estrellas todas las noches y se preguntaba qué habría más allá de la luna. Su habitación estaba llena de posters de galaxias y modelos de cohetes, y su mayor deseo era ser astronauta.
Un día de otoño, mientras paseaba por el bosque cercano a su casa, Lucas encontró algo extraordinario: una nave espacial escondida entre los árboles. Era pequeña y parecía haber estado allí durante mucho tiempo, pues las hojas cubrían parte de su estructura metálica. Con el corazón latiendo de emoción, Lucas se acercó cuidadosamente.
—¿Será una verdadera nave espacial? —se preguntó, mirando alrededor por si alguien más la había visto.
No había nadie a la vista, así que, impulsado por la curiosidad, Lucas subió a bordo. Dentro de la nave, había una cabina con luces parpadeantes y un gran botón rojo que decía «Viaje Espacial». Sin pensarlo dos veces, Lucas presionó el botón. De repente, la nave cobró vida con un zumbido suave y, antes de que pudiera darse cuenta, estaba ascendiendo rápidamente hacia el cielo.
—¡Wow! ¡Estoy volando por el espacio! —exclamó Lucas emocionado mientras observaba las estrellas brillantes a su alrededor.
Pronto, la nave se detuvo frente a un planeta desconocido y colorido. Lucas decidió bajar para explorar aquel lugar tan misterioso. Al poner un pie en el suelo del planeta, se encontró con criaturas extrañas que jamás había visto antes. Una de ellas, una criatura verde con tentáculos amistosos, se acercó a él.
—Hola, soy Zog, el habitante de este planeta. ¿Quién eres tú? —preguntó la criatura.
—Soy Lucas, un niño de la Tierra. Estoy aquí para aprender sobre otros mundos —respondió Lucas, intentando no mostrar su nerviosismo.
Zog sonrió con sus pequeños ojos brillantes y se ofreció a mostrarle su mundo. Juntos, exploraron bosques de cristales que tintineaban con el viento y lagos que brillaban bajo la luz de dos soles. Zog le explicó que su planeta se llamaba Mirandus y que estaba lleno de maravillas que nunca habría imaginado.
Lucas aprendió sobre las plantas que podían cantar y sobre piedras que flotaban. Cada nuevo descubrimiento era más fascinante que el anterior. Además, Zog le enseñó la importancia de cuidar su planeta y cómo todos los seres vivos dependían unos de otros para sobrevivir.
Después de pasar un día increíble en Mirandus, Lucas sabía que era hora de regresar a casa. Se despidió de Zog con una promesa de volver algún día.
—Gracias por mostrarme tu hermoso planeta, Zog. Nunca olvidaré este día —dijo Lucas, mientras subía a la nave.
—Y yo nunca olvidaré tu visita, Lucas. Espero verte de nuevo —respondió Zog, agitando sus tentáculos.
El viaje de regreso fue tranquilo, y Lucas aterrizó suavemente en el bosque donde había encontrado la nave. Corrió a casa, emocionado por contarles a todos sobre su aventura.
Desde ese día, Lucas no solo soñó con viajes espaciales, sino que también trabajó para aprender más sobre cómo proteger los planetas y sus maravillas. Contó su historia a quien quisiera escucharla, inspirando a otros niños y niñas a soñar con las estrellas y a cuidar nuestro propio planeta Tierra.
Y así, Lucas continuó mirando hacia el cielo nocturno, sabiendo que en alguna parte, más allá de las estrellas, había un amigo llamado Zog esperando su regreso.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.