Era un día nublado en la escuela, y Juanito y Pepito se encontraban en el aula, mirando por la ventana. Las gotas de lluvia caían con fuerza, y el ambiente era sombrío. Juanito, con su cabello castaño claro y su camiseta roja, se giró hacia Pepito, que tenía el cabello rizado y vestía un hoodie verde.
—Estoy tan aburrido —dijo Juanito con un suspiro—. No hay nada divertido que hacer aquí.
—Lo sé, es un día horrible. —Pepito miró hacia afuera, donde las nubes cubrían el cielo—. Ojalá estuviera en la playa ahora mismo.
Ambos chicos comenzaron a soñar despiertos. Imaginaban estar en un lugar soleado, jugando en la arena y construyendo castillos. Pepito cerró los ojos y dijo: “Si solo tuviéramos una máquina del tiempo, podríamos ir a cualquier lugar. ¡Imagina la aventura que tendríamos!”
Juanito se entusiasmó con la idea. “¡Sí! Podríamos volar sobre las montañas, nadar en ríos cristalinos y conocer criaturas mágicas. Sería increíble”.
Mientras seguían imaginando sus aventuras, algo extraño comenzó a suceder. Un brillo misterioso apareció en la esquina del aula, iluminando el espacio. “¿Qué es eso?”, preguntó Juanito, asustado pero intrigado.
Pepito se acercó, y de repente, un portal mágico se abrió frente a ellos, creando un remolino de colores brillantes. “¡Es una máquina del tiempo!”, gritó Pepito, sin poder contener su emoción.
Sin pensarlo dos veces, ambos se tomaron de las manos y dieron un paso hacia el portal. En un instante, el aula se desvaneció, y se encontraron en un lugar completamente diferente.
El sol brillaba intensamente, y el aire era fresco y lleno de aromas deliciosos. Frente a ellos se extendía un vasto paisaje de montañas, bosques frondosos y un río que brillaba como un diamante. “¡Mira, Pepito! ¡Estamos en un lugar real! ¡Es como un sueño!”, exclamó Juanito.
“¡Esto es increíble! ¡Vamos a explorar!”, dijo Pepito, llenándose de energía. Los dos amigos comenzaron a correr por el campo, riendo y disfrutando de la libertad que les brindaba el nuevo mundo.
Mientras exploraban, se encontraron con un bosque lleno de árboles gigantes. “Vamos a ver qué hay más adelante”, sugirió Juanito. Al entrar al bosque, los sonidos de la naturaleza los rodearon: el canto de los pájaros, el susurro del viento y el crujir de las hojas bajo sus pies.
De repente, Juanito escuchó un ruido extraño. “¿Qué fue eso?” preguntó, mirando a su alrededor con curiosidad.
“Tal vez sea un animal. Vamos a ver”, respondió Pepito, que siempre estaba dispuesto a investigar. Se acercaron sigilosamente y, para su sorpresa, encontraron a un pequeño dragón atrapado entre las ramas de un árbol.
“¡Oh, pobrecito! ¿Cómo podemos ayudarlo?” dijo Juanito, con el corazón latiendo rápido.
El dragón tenía escamas de un verde brillante y grandes ojos amarillos que miraban con miedo. Pepito, recordando lo que siempre hacían en sus juegos, se acercó lentamente. “No te asustes, amigo. Estamos aquí para ayudarte”.
El dragón, sintiendo la bondad de los niños, dejó de luchar. “Estoy atrapado. No puedo volar porque una rama se enredó en mis alas”, explicó el dragón con un suave rugido.
“Vamos a liberarte”, dijo Juanito, y con cuidado, comenzó a despejar las ramas. Pepito lo ayudó, y juntos, lograron liberar al pequeño dragón. Cuando finalmente lo soltaron, el dragón aleteó felizmente, levantando el vuelo y dando vueltas en el aire.
“¡Gracias, pequeños héroes! No sabía que había seres tan amables en este mundo. Soy Drako, y como agradecimiento, quiero llevarlos a un lugar mágico”, dijo el dragón.
Juanito y Pepito se miraron emocionados y aceptaron la oferta. Drako se posó frente a ellos y, con un suave movimiento de su cola, hizo aparecer un camino de nubes brillantes. “¡Suban! Les mostraré mi hogar”.
Los amigos subieron a la espalda de Drako y, en un instante, volaron alto en el cielo. “¡Mira, Pepito! ¡Estamos volando!” gritó Juanito, mientras sentía el viento en su rostro. El paisaje del bosque se hacía más pequeño mientras ascendían hacia las nubes.
Finalmente, aterrizaron en una isla flotante llena de flores coloridas, árboles de caramelos y un lago de agua cristalina. “¡Bienvenidos a la Isla de los Sueños!”, anunció Drako con alegría. “Aquí todos los sueños se hacen realidad”.
Los ojos de Juanito y Pepito brillaban de emoción mientras exploraban la isla. Vieron criaturas fantásticas: unicornios pastando en el campo, pájaros de colores que cantaban melodías alegres y un grupo de niños jugando en un parque lleno de juegos.
“Es maravilloso aquí”, dijo Pepito, sintiendo que nunca querría irse. “¿Podemos quedarnos un poco más?”
Drako sonrió. “Claro, pero hay algo importante que deben aprender aquí. La Isla de los Sueños se basa en la bondad y la amistad. Para quedarse, deben demostrar que son valientes y amables”.
Juanito y Pepito se miraron, decididos a ayudar. “¿Qué podemos hacer?” preguntó Juanito.
“Hay un árbol mágico que necesita su ayuda. Sus hojas están secas porque un grupo de criaturas traviesas las ha estado maltratando. Necesitamos que lo ayuden a recuperar su energía”, explicó Drako.
Sin dudarlo, los amigos aceptaron la misión. Drako los llevó al árbol, que era enorme y hermoso, pero las hojas estaban marchitas y caídas. “¿Cómo podemos ayudar?”, preguntó Pepito, sintiendo que debía hacer algo.
“Primero, debemos pedir ayuda a las criaturas del bosque”, dijo Juanito. “Tal vez si las convencemos de que se detengan, el árbol pueda recuperarse”.
Así, Juanito y Pepito se adentraron en el bosque cercano. Allí encontraron a las criaturas traviesas: pequeñas hadas que volaban de un lado a otro, riendo y jugando. “¿Por qué lastiman al árbol?”, preguntó Juanito, tratando de que se dieran cuenta de lo que hacían.
Las hadas se detuvieron y miraron a los niños. “Es solo un juego, no queremos hacerle daño”, dijo una de ellas, con un tono juguetón.
Pepito, con una voz sincera, respondió: “Pero el árbol está triste. Si dejan de jugar con él, podrá volver a ser hermoso. Todos podemos jugar juntos sin hacer daño”.
Las hadas se miraron entre sí, reflexionando sobre lo que los niños les decían. Finalmente, una de ellas dijo: “Está bien, haremos un pacto. De ahora en adelante, seremos amigos del árbol y lo cuidaremos”.
Los niños sonrieron al escuchar las palabras de las hadas. Cuando regresaron al árbol, vieron que sus hojas comenzaron a cobrar vida nuevamente. Se sentía una energía cálida en el aire. “¡Lo logramos!”, exclamó Juanito.
Drako, orgulloso, aplaudió. “¡Gracias a ustedes, el árbol está sano de nuevo! Ahora pueden disfrutar de la Isla de los Sueños”.
Los amigos celebraron, corriendo y jugando entre las flores, felices de haber ayudado. Cuando llegó el momento de regresar a casa, Drako les dio un regalo especial: un pequeño cristal que brillaba intensamente.
“Esto es un recuerdo de su valentía y amistad. Siempre que lo miren, recordarán que la bondad y la amistad son los mayores tesoros”, dijo Drako, sonriendo.
Juanito y Pepito se despidieron del dragón y de la isla, y al atravesar el portal, se encontraron de nuevo en su aula.
“¿Fue real?”, preguntó Juanito, mirando el cristal en su mano.
“Sí, y aprendimos que siempre debemos ayudar a los demás y ser amables. La verdadera aventura es cuando hacemos el bien”, respondió Pepito con una gran sonrisa.
Desde entonces, los amigos nunca olvidaron su aventura mágica y siempre llevaban el cristal consigo. Se dieron cuenta de que la verdadera magia de la amistad y la bondad siempre estaría con ellos, no importa dónde estuvieran.
Y así, Juanito y Pepito continuaron explorando el mundo, llevando su espíritu aventurero y su amor por la amistad a cada lugar que visitaban. Siempre listos para enfrentar nuevas aventuras, juntos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.