Había una vez una familia muy feliz que vivía en un pequeño pueblo. Esta familia estaba formada por papá Juan Carlos, mamá Laura y sus tres hijos: Azu, Luca y Alba. Los cinco disfrutaban pasar tiempo juntos, y siempre estaban buscando nuevas aventuras. Un día, decidieron que sería divertido pasar el fin de semana en el campo.
Desde muy temprano, Laura preparó una deliciosa cesta de picnic con sándwiches, frutas, jugos y, por supuesto, galletas caseras que tanto les gustaban a los niños. Juan Carlos cargó el auto con mantas y juegos para que todos pudieran disfrutar del día al aire libre. Azu, Luca y Alba, llenos de emoción, ayudaron a sus padres a preparar todo y se aseguraron de llevar sus juguetes favoritos.
El viaje hacia el campo fue muy divertido. Los niños cantaban canciones y jugaban a contar los animales que veían por la ventana. Azu, la mayor de los tres, se encargaba de enseñarles nuevas canciones a sus hermanos pequeños. Luca, el más curioso, no dejaba de hacer preguntas sobre todo lo que veía. Y Alba, la más pequeña, se reía y aplaudía con cada nueva canción.
Al llegar al campo, encontraron un lugar perfecto para pasar el día. Había un gran árbol que les daría sombra y un prado lleno de flores de todos los colores. Los niños corrieron a explorar mientras Juan Carlos y Laura extendían las mantas y preparaban el picnic.
—¡Mira, papá! —gritó Luca, señalando un grupo de mariposas que volaban cerca de las flores—. ¡Son tan bonitas!
—Sí, hijo, son preciosas —respondió Juan Carlos, sonriendo—. ¿Por qué no intentas acercarte despacio para verlas mejor?
Luca, emocionado, caminó lentamente hacia las mariposas, tratando de no asustarlas. Azu y Alba también se unieron a la exploración, recogiendo flores y buscando pequeños insectos. Laura se sentó bajo el árbol, observando a sus hijos con una sonrisa mientras disfrutaba del aire fresco y el canto de los pájaros.
Después de un rato, los niños regresaron al lugar del picnic, con las manos llenas de flores y hojas. Laura y Juan Carlos los recibieron con abrazos y se sentaron todos juntos a disfrutar de la comida. Mientras comían, contaban historias y se reían de las ocurrencias de Luca, que siempre tenía algo divertido que decir.
—Mamá, papá, ¿podemos ir a explorar más lejos? —preguntó Azu después de terminar su sándwich.
—Claro, pero no se alejen demasiado y manténganse juntos —dijo Laura, recordándoles la importancia de estar siempre cerca uno del otro.
Los tres hermanos se tomaron de la mano y se adentraron un poco más en el campo. Descubrieron un pequeño arroyo donde pudieron mojarse los pies y jugar con el agua. Alba encontró unas piedras brillantes y se las mostró a sus hermanos, que las examinaron con curiosidad. Azu, siempre atenta, encontró un tronco caído que parecía un puente y ayudó a sus hermanos a cruzarlo con cuidado.
Mientras tanto, Juan Carlos y Laura disfrutaban de un momento de tranquilidad, sabiendo que sus hijos estaban felices y seguros. Juan Carlos aprovechó para contarle a Laura una historia de su niñez, cuando él también solía jugar en el campo con sus amigos.
—Es maravilloso ver cómo disfrutan los niños de la naturaleza —dijo Laura, apoyando su cabeza en el hombro de Juan Carlos—. Estos momentos son los que realmente importan.
El sol comenzó a bajar, pintando el cielo de colores anaranjados y rosados. Los niños, cansados pero felices, regresaron al lugar del picnic. Laura y Juan Carlos los recibieron con abrazos y los ayudaron a ponerse ropa seca y cómoda.
—¿Qué tal si jugamos un poco antes de irnos? —sugirió Juan Carlos, sacando una pelota de uno de los bolsos.
Los niños, llenos de energía renovada, empezaron a correr y a patear la pelota. Se reían y gritaban de alegría, disfrutando del último momento del día. Incluso Laura se unió al juego, mostrando sus habilidades para el fútbol y haciendo reír a todos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.