Cuentos de Aventura

La Aventura Matemática de Matemópolis: En Busca de los Números Perdidos

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En un lugar mágico llamado Matemópolis, donde los árboles tenían hojas en forma de números y los ríos fluían con sumas y restas, vivían tres amigos inseparables: Nico, un niño curioso y aventurero; Laura, una niña inteligente y creativa; y el Búho Sabiondo, un sabio ave que siempre tenía una respuesta a todas las preguntas. Cada mañana, los tres amigos se reunían en un claro del bosque, donde un gran árbol de frutales crecía, cargado de deliciosas frutas que parecían brillar con los colores del arcoíris.

Una mañana soleada, mientras disfrutaban de un pícnic bajo la sombra del gran árbol, Nico lanzó una pregunta al aire que cambió el rumbo de su día. «¿Y si hoy salimos a buscar los Números Perdidos? He oído que andan sueltos por la ciudad y son ¡invisibles para los humanos!». Laura, que siempre estaba ansiosa por aprender cosas nuevas, se emocionó al instante. “¡Eso suena increíble! Pero, ¿cómo vamos a encontrarlos?”, preguntó, mientras mordía una manzana. El Búho Sabiondo, que había estado escuchando atentamente, ajustó sus gafas y dijo: “Para encontrar los Números Perdidos, necesitaremos un mapa especial que solo se encuentra en la Biblioteca de Matemópolis. Les propongo que vayamos ahí primero”. Tras un rato de planeación, los tres amigos se pusieron en marcha hacia la biblioteca.

Llegaron a la Biblioteca de Matemópolis, un edificio enorme con estantes que se extendían hasta el cielo. Laura miró hacia las alturas y exclamó, “¡Wow! ¡Es como un castillo de libros!”. El Búho Sabiondo voló primero hacia la entrada, guiando a sus amigos. Al entrar, se encontraron con un lugar lleno de luces que danzaban, como si los libros estuvieran contando historias. Las letras y los números flotaban en el aire, creando una atmósfera mágica.

Mientras exploraban, Laura encontró un gran libro titulado «El Secreto de los Números Perdidos». Abrió sus páginas y se encontró con un antiguo mapa que mostraba distintas ubicaciones alrededor de Matemópolis, cada una con un número de monedas que podían recoger si resolvían los acertijos que aparecían. «¡Miren! Aquí hay un acertijo para el primer lugar: ‘Soy un número que cuando me divides por dos, siempre eres igual a mi mitad, ¿quién soy?’”, leyó Laura. Nico pensó durante un momento y, con una sonrisa en su rostro, respondió, “¡Eres el número cero!”. Laura sonrió al reconocer que efectivamente, el número cero es igual a su mitad.

El mapa se iluminó, revelando la primera ubicación que debían visitar: el Bosque de las Divisiones. Los tres amigos miraron entusiasmados el mapa y, sin perder tiempo, salieron de la biblioteca. Al llegar al Bosque de las Divisiones, se encontraron con árboles enormes con ramas que parecían tratar de dividirse en secciones. “¡Qué lugar más impresionante!”, dijo Nico mientras miraba a su alrededor.

De repente, un pequeño y travieso conejo apareció. “¡Hola! Yo soy el Conejo Dividido. Estoy aquí para ayudarles a resolver el primer acertijo”, dijo el conejo levantando sus orejas. “Para avanzar, deben encontrar los dos números que hacen falta para completar la división de 10 entre 2. ¿Cuáles son?” Los tres amigos se miraron entre sí, tratando de recordar la respuesta. Laura alzó su mano con emoción y dijo, “¡Cinco! Porque diez dividido entre dos es igual a cinco”. El Conejo Dividido asintió y, al escuchar la respuesta correcta, un camino se abrió entre los árboles.

Al seguir el nuevo camino, encontraron una bolsa llena de monedas brillantes. Laura, emocionada, tomó una y exclamó: “¡He encontrado la primera moneda! Vamos por más”. Nico, siempre listo para la aventura, sugirió que continuaran resolviendo los acertijos del mapa.

El siguiente lugar que debían visitar era la Montaña de las Sumas. Al llegar, encontraron un sendero empinado que llevaba a la cima de la montaña. El aire era fresco y la vista era hermosa, pero pronto se dieron cuenta de que para subir debían resolver un nuevo reto. En la montaña, un gigante amable llamado Don Sumo les dijo que tenían que sumar los números que él le daba para poder avanzar. “Si les digo que sumen 8 + 12, ¿qué número obtienen?”, preguntó don Sumo con una voz profunda.

“¡Veinte!”, respondió Nico rápidamente. El gigante sonrió y les dijo: “Pueden seguir adelante, pequeños aventureros. Pero recuerden, la suma es una de las formas de deshacer los Números Perdidos”. Al llegar a la cima, encontraron más monedas, brillando con fuerza. Laura escribió en su cuaderno cuántas monedas habían encontrado hasta ahora y cómo se sentían al resolver cada uno de los retos.

El trío decidió hacer una pausa y compartir lo que habían encontrado. “Hasta ahora hemos conseguido 15 monedas”, comentó Laura, “si seguimos así, podremos ayudar a Matemópolis a encontrar todos los Números Perdidos”.

El Búho Sabiondo, que había estado observando atentamente, dijo: “¿Saben? Lo que están haciendo es más que un juego. Están aprendiendo sobre la importancia de las matemáticas y cómo estas nos ayudan a entender el mundo que nos rodea”. Siguieron su camino, disfrutando del viaje y de la compañía.

A medida que avanzaban, encontraron nuevos lugares como el Valle de las Restas y el Lago de las Fracciones, cada uno con su propio desafío y un nuevo amigo que les ayudaba a resolver los acertijos. En el Valle de las Restas, les presentó un ciervo que de un brinco les preguntó: «Si tengo 20 manzanas y le doy 7 a mi amigo, ¿cuántas me quedan?» Nico y Laura se miraron rápidamente y respondieron al unísono, “¡Trece!” Con una hermosa sonrisa, el ciervo les dejó pasar y les regaló unas cuantas monedas más por sus esfuerzos.

Cuando llegaron al Lago de las Fracciones, se encontraron con una tortuga que hablaba. «Hola, amigos. Si desean cruzar el lago, tendrán que resolver mi acertijo: ¿cuánto es un medio de cuatro?» Laura, siempre rápida con las matemáticas, dijo: “¡Es dos!”, y la tortuga, alegre, les dio passage.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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