Nicolás siempre había escuchado las historias de su madre, Leydi, sobre la luna. Desde que era pequeño, cada noche antes de dormir, Leydi le contaba cómo la luna era un lugar mágico, lleno de secretos y maravillas. Para Leydi, la luna no era solo una roca en el espacio; era un sueño que siempre había querido alcanzar, pero nunca pudo. Sin embargo, había dejado esa esperanza en su hijo, con la esperanza de que él algún día cumpliría lo que ella no pudo.
—Nicolás —le decía su madre—, sé que un día volarás hasta la luna. Y cuando estés allí, mirarás hacia la Tierra y recordarás lo que siempre te dije: la luna tiene un misterio que solo los valientes pueden descubrir.
Esas palabras quedaron grabadas en la mente de Nicolás. Siempre supo que su destino estaba escrito en las estrellas. Y ese día, el día en que realmente tendría la oportunidad de viajar a la luna, había llegado.
El viaje inesperado
Nicolás no era un astronauta, ni mucho menos un científico. Solo era un chico de 12 años que, de repente, había sido seleccionado para un proyecto espacial secreto. La Agencia Espacial Internacional había desarrollado una nueva nave capaz de llevar a personas a la luna en menos de un día. La razón por la que Nicolás había sido elegido para este proyecto era un misterio, pero una cosa estaba clara: cumpliría el sueño de su madre.
Leydi, quien había fallecido hacía dos años, siempre le había dicho que la luna guardaba un misterio especial para aquellos que se atrevieran a soñar. Ahora, Nicolás sentía que debía descubrirlo, no solo por él, sino por ella.
El día del despegue, Nicolás se sentía nervioso. El traje espacial que llevaba le quedaba un poco grande, pero el equipo técnico lo ajustó rápidamente. Con su casco puesto y el corazón latiendo rápido, se subió a la nave. Allí, un hombre lo esperaba: Royer, el agente del espacio.
Royer era alto, con un rostro serio y un traje espacial negro que contrastaba con el blanco brillante del traje de Nicolás.
—Así que tú eres el elegido —dijo Royer, sin mucha emoción—. Esto no es un juego, chico. La luna no es lo que parece. Y no creas que estarás solo. Hay reglas que debes seguir, y yo me aseguraré de que las sigas.
Nicolás no sabía exactamente a qué se refería Royer, pero no dejó que su actitud lo intimidara. Él estaba allí para cumplir un sueño, y no permitiría que nada ni nadie lo detuviera.
El misterio lunar
El viaje a la luna fue más rápido de lo que Nicolás imaginaba. La nave avanzaba a través del espacio, con la Tierra haciéndose cada vez más pequeña a medida que se acercaban a su destino. Cuando finalmente aterrizaron en la luna, Nicolás no pudo evitar sentirse abrumado por la majestuosidad del paisaje. El suelo gris y polvoriento, las montañas en el horizonte, y el cielo oscuro lleno de estrellas lo hicieron sentir como si estuviera en otro mundo, que, en realidad, lo estaba.
—No pierdas el tiempo soñando —dijo Royer, quien ya había bajado de la nave y estaba observando el horizonte—. Tenemos trabajo que hacer.
Nicolás, sin embargo, estaba absorto en la belleza del lugar. Recordó las palabras de su madre: “La luna guarda un misterio”. ¿Qué era lo que Leydi siempre había querido descubrir? ¿Por qué Royer parecía tan serio y distante?
Mientras caminaban por la superficie lunar, Nicolás comenzó a notar algo extraño. En la distancia, algo brillaba débilmente. Era una luz pequeña, pero lo suficientemente intensa como para llamar su atención.
—¿Qué es eso? —preguntó Nicolás, señalando la luz.
Royer lo miró con una expresión de advertencia.
—No te acerques a eso. Es parte del misterio de la luna. Y no es para nosotros.
Pero Nicolás no pudo resistir la curiosidad. Recordó las historias de su madre y cómo siempre había soñado con descubrir los secretos de la luna. Sabía que debía investigar.
Aprovechando un momento en que Royer estaba distraído, Nicolás se alejó del agente del espacio y comenzó a caminar hacia la luz. Cuanto más se acercaba, más intensa se volvía. Finalmente, llegó a lo que parecía una cueva oculta bajo una formación rocosa.
El descubrimiento
Dentro de la cueva, la luz era aún más fuerte. Nicolás sintió una mezcla de miedo y emoción mientras avanzaba. Al fondo de la cueva, encontró una estructura extraña, como si hubiera sido construida por una civilización antigua. Parecía imposible, pero allí estaba, una construcción en medio de la luna.
—¿Qué es esto? —se preguntó en voz baja, mientras tocaba las paredes de la estructura.
De repente, una voz suave llenó la cueva.
—Nicolás…
Nicolás dio un salto, sorprendido. Miró a su alrededor, pero no había nadie.
—Nicolás, has llegado… —continuó la voz.
Era la voz de su madre, Leydi. No había duda.
—¡Mamá! —exclamó Nicolás, buscando de dónde provenía la voz—. ¿Dónde estás?
La voz parecía venir de todas partes, pero no había ningún cuerpo visible.
—He estado esperando este momento —dijo la voz—. El misterio de la luna está dentro de ti, hijo. No es algo que puedas encontrar aquí fuera. Es el valor que tienes para cumplir tus sueños, para atreverte a ir más allá de lo que creías posible. Yo no pude venir, pero siempre supe que tú lo lograrías.
Nicolás sintió un nudo en la garganta. Las palabras de su madre lo llenaban de una paz indescriptible. Había cumplido el sueño de Leydi, pero más allá de eso, había descubierto que el verdadero misterio no estaba en la luna, sino en su propio corazón.
El regreso
Cuando salió de la cueva, Royer lo estaba esperando.
—Te dije que no te acercaras —dijo con una mezcla de preocupación y enojo—. La luna tiene sus secretos, y no todos son para nosotros.
—No lo entiendes —respondió Nicolás, con una nueva seguridad en su voz—. Ya descubrí lo que necesitaba.
Royer lo miró con sorpresa. Por primera vez, el agente del espacio parecía menos rígido, como si comprendiera algo de lo que Nicolás había vivido.
—Tal vez sí lo entiendes —dijo Royer, suavemente—. A veces, el mayor misterio no está en lo que vemos, sino en lo que sentimos.
El viaje de regreso a la Tierra fue tranquilo. Nicolás miraba por la ventana de la nave, viendo cómo la luna se alejaba mientras la Tierra se hacía más grande. Sabía que había cumplido una promesa, y eso lo hacía sentir completo. Su madre siempre estaría con él, en cada paso que diera, en cada sueño que decidiera cumplir.
Conclusión
Nicolás regresó a casa con el corazón lleno de gratitud. Sabía que su viaje a la luna no había sido solo un viaje físico, sino una aventura hacia el interior de su propio ser. Había cumplido el sueño de su madre, pero también había descubierto el valor de seguir sus propios sueños, sin importar cuán imposibles parecieran.
Colorín colorado, este cuento de aventuras se ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.