Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, cinco amigos muy curiosos: Aminadab, Abigail, Adrián, Elieth y Gabriel. Eran niños llenos de energía, siempre ansiosos por aprender cosas nuevas. Un día, mientras jugaban en el parque, escucharon a un anciano contar historias sobre un bosque mágico que se encontraba más allá de las colinas.
“Dicen que en ese bosque se puede encontrar la sabiduría”, comentó el anciano con una voz profunda y llena de misterio. “Si realmente quieren aprender, deben ir a buscarla”. Los ojos de los niños brillaron de emoción. “¡Vamos a buscar la sabiduría en el bosque!”, gritaron al unísono.
Esa misma tarde, se prepararon para la aventura. Cada uno empacó lo que consideraba esencial: Aminadab llevó una mochila llena de bocadillos, Abigail empacó un diario para escribir sus descubrimientos, Adrián trajo un mapa que había encontrado en la biblioteca, Elieth llevó un cuaderno para dibujar, y Gabriel no se olvidó de su gorra favorita.
Al llegar al borde del bosque, se sintieron un poco nerviosos, pero la curiosidad los empujó a seguir adelante. “Recuerden, debemos mantenernos juntos y ser valientes”, dijo Aminadab, tratando de sonar más seguro de lo que se sentía. Los demás asintieron, y con una sonrisa decidida, se adentraron en el bosque.
El bosque era un lugar mágico. Los árboles eran altos y frondosos, sus hojas brillaban con tonos de verde esmeralda y dorado. Los rayos del sol se filtraban entre las ramas, creando un espectáculo de luces y sombras en el suelo. A cada paso, se escuchaban los cantos de las aves y el murmullo de un arroyo cercano. “Este lugar es asombroso”, dijo Abigail, mirando a su alrededor con admiración.
Después de caminar un rato, encontraron un claro donde había una gran roca en el centro. “Parece que este es un buen lugar para descansar”, sugirió Gabriel. Se sentaron en la roca y comenzaron a disfrutar de los bocadillos que Aminadab había traído. Mientras comían, Adrián sacó su mapa y lo extendió sobre sus piernas. “Aquí dice que debemos encontrar el Árbol de la Sabiduría. Dicen que habla con aquellos que son sinceros en su búsqueda”, explicó.
“¿Cómo vamos a encontrarlo?”, preguntó Elieth, mientras dibujaba algunos pájaros en su cuaderno. “Tal vez deberíamos seguir el arroyo”, sugirió Aminadab. “Siempre fluye hacia el lugar donde el agua es más clara”. Así que, después de comer, decidieron seguir el arroyo, llenos de esperanza y emoción.
A medida que avanzaban, se encontraron con muchas maravillas: flores que cantaban al viento, mariposas que danzaban en el aire y hasta un pequeño ciervo que los miraba curiosamente. “¡Este bosque es un lugar de ensueño!”, exclamó Abigail. “Nunca quiero irme de aquí”.
Después de un rato, llegaron a un cruce de caminos. “No sé cuál camino tomar”, dijo Adrián, mirando el mapa. “No está muy claro”. “Tal vez deberíamos seguir nuestras instintos”, sugirió Elieth. “A veces, la sabiduría no está en los mapas, sino en nuestros corazones”.
Los amigos decidieron seguir el camino que se adentraba más en el bosque, lleno de árboles y sombras. De repente, comenzaron a escuchar un susurro. “¿Escuchan eso?”, preguntó Gabriel. “Parece que algo está hablando”. Con cuidado, se acercaron a un árbol enorme que tenía una corteza muy peculiar.
“Bienvenidos, jóvenes buscadores de sabiduría”, dijo el Árbol de la Sabiduría, moviendo suavemente sus ramas. Los niños quedaron boquiabiertos. “¿Eres… ¿Eres un árbol que habla?”, preguntó Aminadab, sorprendido.
“Sí, lo soy. Y he estado aquí por muchos años, observando y guardando conocimientos. ¿Qué desean saber?”, respondió el árbol con una voz suave y profunda. Los amigos se miraron entre sí, sin saber qué preguntar primero. Finalmente, Liz tomó la iniciativa. “Queremos aprender sobre la amistad y cómo ser mejores amigos”.
El Árbol de la Sabiduría sonrió y dijo: “La amistad es un tesoro valioso. Requiere sinceridad, apoyo y un toque de diversión. Nunca olviden que ser buenos amigos significa estar allí el uno para el otro, incluso en los momentos difíciles”.
“¿Puedes contarnos más?”, pidió Elieth, ansiosa. “Claro. Para mantener una amistad fuerte, deben comunicarse y compartir sus sentimientos. Si alguna vez hay un malentendido, hablen sobre ello. La confianza es esencial”, explicó el árbol.
“¡Eso tiene sentido!”, exclamó Abigail. “Siempre podemos resolver nuestras diferencias hablando”. “Exactamente”, respondió el árbol. “Además, no olviden hacer cosas divertidas juntos. Las risas crean recuerdos que son la base de una gran amistad”.
Los amigos escuchaban atentamente. Con cada palabra del árbol, sentían que aprendían algo nuevo. “¿Y qué pasa si un amigo se siente triste?”, preguntó Gabriel, preocupado. “En esos momentos, es importante ofrecer apoyo. A veces, solo necesitan que estén allí para escuchar”, dijo el árbol. “Y a veces, un abrazo o una sonrisa pueden hacer maravillas”.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.