En un hermoso pueblo rodeado de campos verdes y montañas altas, vivían dos hermanas muy bellas llamadas Ana y Luna. Ana, la mayor, tenía largos cabellos dorados que brillaban bajo el sol, mientras que Luna, la pequeña, lucía unos rizos oscuros que bailaban con la brisa. Ambas eran conocidas en el pueblo no solo por su belleza, sino también por su amabilidad y su amor por la naturaleza.
Un día, mientras jugaban en el campo, decidieron aventurarse más allá de las colinas que rodeaban su hogar. “Vamos a explorar el bosque”, propuso Luna, con una chispa de emoción en sus ojos. Ana asintió, sintiendo que sería una gran aventura. Con sus corazones llenos de entusiasmo, se adentraron en el bosque, ignorando las advertencias de los ancianos del pueblo sobre lo que se escondía entre los árboles.
Mientras caminaban, las hojas crujían bajo sus pies y los pájaros cantaban alegres. De repente, se encontraron con un claro donde la luz del sol se filtraba a través de las ramas, creando un espectáculo deslumbrante. En el centro del claro, había un viejo árbol con un tronco grueso y una corteza arrugada. “Mira ese árbol, parece mágico”, dijo Luna, acercándose con curiosidad.
Ana sonrió, pero en el aire había una sensación extraña. “Quizás deberíamos volver”, sugirió. Pero Luna, siempre aventurera, insistió: “Solo un momento más. Quiero ver qué hay detrás del árbol”. Así que se acercaron y, de repente, sintieron un ligero viento que pareció empujarlas hacia atrás.
De entre las sombras, apareció una figura misteriosa: era una bruja, con un sombrero puntiagudo y una sonrisa astuta. “¡Bienvenidas, queridas niñas!”, dijo con una voz suave pero llena de poder. “He estado esperando a que lleguen”. Ana y Luna se miraron, sintiendo un escalofrío recorrer sus espinas.
“¿Quién eres?”, preguntó Ana, intentando mantener la calma. La bruja se inclinó hacia ellas. “Soy la Bruja de la Belleza, y tengo un regalo para ustedes. Pero todo regalo viene con un precio”. Luna, emocionada, preguntó: “¿Qué tipo de regalo?”. “Les puedo conceder una belleza aún mayor, pero a cambio, deberán renunciar a algo importante”, explicó la bruja, sonriendo de forma enigmática.
Ana, más cautelosa, dijo: “No necesitamos nada más. Ya somos felices con lo que somos”. Pero Luna, atrapada por la tentación, respondió: “¡No! ¿Qué tan increíble podría ser? ¡Quiero verlo!”.
La bruja alzó una ceja y dijo: “Está bien, pero piensen bien en su decisión. ¡Quiero que se acerquen a mí!”. Las hermanas, curiosas y emocionadas, se acercaron, y la bruja agitó su varita mágica. Un destello de luz iluminó el claro y, al instante, sintieron una oleada de energía recorriendo sus cuerpos.
Pero lo que no sabían era que la bruja estaba haciendo algo muy diferente. En lugar de darles una belleza aún mayor, les robó su belleza actual. Ana y Luna se miraron en el reflejo de un pequeño estanque cercano y quedaron atónitas al ver que su apariencia había cambiado. Sus cabellos brillantes ahora estaban apagados, y su piel había perdido el resplandor que solía tener.
“¡¿Qué has hecho?!”, gritaron al unísono. “No es lo que queríamos”. La bruja se rió entre dientes. “El verdadero regalo que ofrecen es su belleza. Ahora, vayan y aprendan a vivir sin ella”.
Desesperadas, las hermanas comenzaron a correr de regreso al pueblo, sintiéndose tristes y confundidas. “¿Cómo podremos vivir sin nuestra belleza?”, preguntó Ana, con lágrimas en los ojos. “No quiero ser diferente”, agregó Luna, sintiendo que el peso de la bruja caía sobre sus hombros.
Mientras corrían, se dieron cuenta de que lo que realmente importaba no era solo su apariencia, sino la bondad que llevaban en sus corazones. “Debemos encontrar una manera de recuperar nuestra belleza”, dijo Ana con determinación. “Sí, pero ¿cómo?”, preguntó Luna, sintiendo que la desesperación comenzaba a apoderarse de ella.
Decidieron que debían buscar la ayuda de sus amigos en el pueblo. “Tal vez ellos tengan alguna idea”, sugirió Ana. Así que, al llegar a casa, fueron a ver a Gabriel, su amigo de la infancia, que siempre tenía buenos consejos.
Cuando le contaron lo que había sucedido, Gabriel se quedó sorprendido. “No pueden dejar que una bruja les diga cómo deben sentirse. Ustedes son hermosas por dentro, y eso es lo que importa”, dijo. Las hermanas asintieron, sintiendo un pequeño rayo de esperanza.
“Pero queremos recuperar nuestra belleza”, insistió Luna. Gabriel pensó un momento y luego dijo: “Quizás deban demostrar a la bruja que no les importa la apariencia. Tal vez eso la hará revertir el hechizo”.
Las hermanas estaban intrigadas. “¿Cómo lo hacemos?”, preguntó Ana. Gabriel sonrió y dijo: “¡Hagamos algo divertido! Organicemos un gran evento en el pueblo y muéstrenles a todos lo maravillosas que son, sin importar la apariencia”.
Así que las hermanas, junto con Gabriel, comenzaron a organizar el evento. Invitaron a todos en el pueblo a participar en un día lleno de juegos, risas y diversión. Decidieron que sería un concurso de talentos donde cada uno podría mostrar lo mejor de sí mismo, ya sea cantando, bailando o contando chistes.
El día del evento, el pueblo estaba lleno de risas y alegría. Ana y Luna, aunque un poco inseguras, se sintieron emocionadas al ver a todos disfrutando. “Esto es más importante que cualquier apariencia”, dijo Ana, y Luna estuvo de acuerdo.
Mientras la gente se divertía, un grupo de niños se acercó a Ana y Luna. “¡Ustedes son las más divertidas!”, dijo uno de ellos, sonriendo. “Sí, y nos hacen reír mucho”, agregó otro. Las hermanas se sintieron felices al ver que su verdadero valor era reconocido.
Justo cuando el evento estaba en su apogeo, la bruja apareció, observando desde la distancia. Al ver la alegría y la felicidad que emanaba de la multitud, sintió que algo dentro de ella comenzaba a cambiar. Nunca había visto a la gente tan unida y tan feliz sin importar cómo lucían.
Finalmente, se acercó a Ana y Luna, quienes estaban organizando el siguiente número del concurso. “¿Qué está pasando aquí?”, preguntó la bruja, con un tono de sorpresa. “Estamos demostrando que la verdadera belleza viene de la alegría y la amistad”, dijo Ana con una sonrisa.
La bruja se quedó pensativa y, en ese momento, se dio cuenta de que había estado equivocada al pensar que la belleza estaba solo en la apariencia. “Quizás hay más en la vida que lo que se ve a simple vista”, dijo la bruja, sintiendo que su corazón se ablandaba.
“¿Entonces vas a revertir el hechizo?”, preguntó Luna, llena de esperanza. La bruja asintió lentamente. “Sí, lo haré. He aprendido que la verdadera belleza es lo que llevamos dentro. Me disculpo por lo que hice”.
Con un gesto de su varita, un brillo resplandeciente rodeó a Ana y Luna, y al instante se sintieron diferentes. Al mirarse en el espejo del estanque, vieron que su belleza había regresado, pero había algo más: sus corazones brillaban con una luz especial.
“¡Gracias!”, gritaron las hermanas, llenas de alegría. La bruja sonrió. “Recuerden, nunca dejen que la apariencia defina quiénes son. La verdadera belleza es ser uno mismo”.
Desde ese día, Ana y Luna no solo disfrutaron de su belleza externa, sino que también se sintieron más seguras y confiadas. Aprendieron que la amistad y la alegría eran lo que realmente las hacía bellas. La bruja se convirtió en una amiga del pueblo y, juntos, celebraron la verdadera esencia de la vida.
Y así, en el pueblo, la lección del amor y la amistad se extendió, y todos aprendieron que la verdadera belleza está en el corazón. Ana y Luna continuaron viviendo aventuras, siempre recordando que lo que importa es cómo tratamos a los demás y el amor que compartimos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.