Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de flores y montañas verdes, una maestra llamada Clara. La maestra Clara era muy dedicada y trabajaba todos los días para ayudar a todos los niños a aprender. Siempre quería que sus estudiantes fueran felices y sabios, así que se levantaba muy temprano cada mañana y se quedaba trabajando hasta tarde en la noche escribiendo tareas, preparando lecciones y organizando juegos educativos.
Entre sus estudiantes estaba un niño llamado Lucas. Lucas era muy curioso y le encantaba aprender cosas nuevas en la escuela. Siempre preguntaba muchas cosas a la maestra Clara, y ella le respondía con una sonrisa amable. Lucas veía cómo la maestra trabajaba sin descanso y a veces se preocupaba un poco porque ella siempre parecía cansada. Pero la maestra Clara nunca lo dijo, porque quería que su trabajo fuera perfecto para ayudar a todos sus estudiantes.
Un día, la maestra Clara comenzó a sentirse muy cansada, pero no quiso descansar ni pedir ayuda. Pensaba que si se detenía, los niños no tendrían lo que necesitaban para aprender bien. Así pasó una semana, y después otra, y su cansancio crecía como una tormenta que no se iba. Comenzó a olvidarse de tomar agua, de comer bien e incluso de dormir. Solo seguía trabajando y trabajando, haciendo montones de papeles y corrigiendo ejercicios sin parar.
Lo que nadie sabía era que dentro de su corazón, ese cansancio empezó a cambiarla. La maestra Clara se volvió un poco gruñona y sin ganas de hablar. Cuando los niños le hacían preguntas, ya no sonreía como antes y a veces contestaba con voz dura. Lucas miraba a su maestra con tristeza, porque la veía diferente y no entendía qué pasaba.
Una noche, mientras la maestra estaba sola en su casa, sentada frente a una mesa llena de libros y papeles, sintió que su cuerpo estaba muy pesado y su mente muy cansada. De repente, una idea muy extraña cruzó por su cabeza. Pensó en hacer un hechizo para tener más energía y nunca cansarse, así podría seguir trabajando sin parar. Pero lo que la maestra Clara no sabía era que la magia que iba a usar no era buena, era una magia oscura que algunas brujas usaban cuando estaban tristes y solas.
Entonces, con un poco de miedo pero mucha esperanza, la maestra Clara leyó un antiguo libro de hechizos que encontró en una vieja caja en el ático. Pronunció unas palabras que sonaban raras y misteriosas. En ese instante, una luz azul oscura la rodeó y sintió que algo cambiaba en ella. Al día siguiente, al despertar, la maestra Clara ya no era la misma. Su sonrisa había desaparecido por completo, y sus ojos tenían un brillo extraño. Ahora, sin querer, usaba la magia para controlar a los niños y hacer que hiciesen todo sin preguntar ni descansar.
Lucas se dio cuenta de que algo malo pasaba con la maestra. Cuando intentaba jugar y reír en la escuela, la maestra la detuvo diciendo: “Aquí no hay tiempo para juegos, solo trabajo y silencio”. Eso hizo que los niños se pusieran tristes y asustados. Lucas decidió que tenía que ayudar a su maestra y a sus amigos.
Una tarde, después de la escuela, Lucas llegó al aula y encontró la mesa llena de pócimas y libros raros. Se acercó despacito y leyó en uno de los libros que la maestra Clara estaba usando magia oscura porque estaba muy cansada y sola. Entonces tuvo una idea. Corrió a su casa y tomó la caja con dibujos de colores y una carta que había escrito para su maestra.
Al día siguiente, en la escuela, cuando la maestra empezó a decir cosas malas y a ordenar sin sonrisa, Lucas se acercó y le entregó la carta. En la carta, Lucas le escribió: “Querida maestra, sabemos que trabajas mucho para nosotros. Te queremos mucho y queremos que estés feliz. Descansa, juega y ríe con nosotros. No hace falta que estés siempre trabajando. Te queremos porque eres buena, no porque uses magia.”
La maestra Clara, al leer la carta, sintió un calor en su corazón, como si un rayito de sol entrara por la ventana. Empezó a llorar y comprendió que se había puesto malvada sin querer solo porque estaba cansada y sola. Decidió dejar de lado los libros de hechizos y tirar las pócimas al río para que no la hicieran daño a ella ni a nadie más.
Desde ese día, la maestra Clara aprendió que es muy importante descansar cuando uno está cansado. También entendió que pedir ayuda es valiente y que los niños no necesitan una maestra perfecta, sino una maestra que los quiera de verdad. Ahora, la maestra Clara trabajaba, pero también jugaba, cantaba y contaba cuentos divertidos con sus estudiantes. Lucas y sus amigos la ayudaban a preparar juegos y actividades, y todos juntos eran felices aprendiendo y riendo en la escuela.
Y así, la maestra Clara dejó atrás la oscuridad y la magia mala, y volvió a ser la persona alegre y cariñosa que siempre había sido. El pueblo volvió a llenarse de colores y risas, porque todos entendieron que no se gana nada si se trabaja sin parar y se olvida la importancia de descansar y compartir.
Al final, Lucas y la maestra Clara enseñaron a todos que la aventura más grande no está en usar magia para hacer cosas increíbles, sino en cuidar nuestro corazón, nuestro tiempo y a las personas que queremos. Y desde entonces, trabajaron juntos para que la escuela fuera un lugar donde aprender y también descansar, donde la felicidad fuera la mejor enseñanza para todos.
Y así terminó esta historia, con una gran lección para grandes y pequeños: no hay que volverse loco de tanto trabajar, porque en el descanso y en el amor está la verdadera magia para ser felices.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.