Cuentos de Aventura

La gran aventura de Íñigo y su familia

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Había una vez una familia muy feliz que vivía en una pequeña ciudad. La familia estaba compuesta por Papá, Ama, su hijo Íñigo y su perro Coco. Papá era un hombre alto con el cabello corto y castaño, siempre vestía de manera casual. Ama tenía una gran sonrisa y el cabello rubio largo recogido en una coleta, y le encantaba vestir con colores vivos. Íñigo, un niño pequeño con el cabello rizado y castaño, siempre llevaba consigo su juguete favorito. Y Coco, su perro, era pequeño y esponjoso, con una cola que nunca dejaba de moverse.

Un día, Papá y Ama decidieron que era hora de tomar unas vacaciones muy especiales. «Íñigo, vamos a ir de vacaciones a la isla de Lanzarote,» anunció Papá. Íñigo saltó de alegría, mientras Coco ladraba emocionado.

Era la primera vez que la familia tomaría un avión, y todos estaban muy emocionados. Prepararon sus maletas con ropa, juguetes y, por supuesto, el chupete de Íñigo, que siempre lo acompañaba. Al llegar al aeropuerto, todo era nuevo y fascinante para Íñigo. Los grandes aviones, las personas apuradas y las luces brillantes lo llenaban de asombro.

«Vamos, Íñigo, es hora de subir al avión,» dijo Ama, tomando su mano. Papá cargaba a Coco en su transportín, y juntos abordaron el avión. Íñigo se sentó junto a la ventana, mirando cómo el avión se preparaba para despegar. Cuando el avión empezó a elevarse, Íñigo apretó su chupete con fuerza, pero Ama lo calmó con una sonrisa y un abrazo.

El vuelo fue emocionante, y antes de que se dieran cuenta, habían llegado a Lanzarote. El aire cálido y la brisa del mar los recibieron, y Papá alquiló un coche para moverse por la isla. «Vamos a nuestro hotel primero,» dijo Papá. Íñigo miraba por la ventana del coche, maravillado con los paisajes volcánicos y las palmeras.

Al llegar al hotel, les dieron una habitación con una gran vista al mar. Íñigo corrió hacia el balcón y gritó: «¡Mira, Ama! ¡El mar es tan grande!» Coco ladraba, corriendo por la habitación explorando cada rincón.

Esa tarde, decidieron visitar el famoso volcán Timanfaya. Papá condujo hasta el Parque Nacional de Timanfaya, donde un guía los llevó a un recorrido por los volcanes. «¡Miren, el volcán está dormido, pero es muy grande!» dijo el guía. Íñigo escuchaba atentamente mientras miraba las formaciones de lava y las montañas negras. «Papá, ¿puede despertar el volcán?» preguntó Íñigo con curiosidad.

«No te preocupes, Íñigo. El volcán está tranquilo ahora. Es seguro visitarlo,» respondió Papá. Íñigo se sintió aliviado y continuó disfrutando de la aventura.

Al día siguiente, la familia decidió ir a la playa. Íñigo estaba muy emocionado por jugar en la arena y nadar en el mar. Ama le puso un gorro y protector solar para cuidarlo del sol. Papá llevó una sombrilla grande y juguetes de playa para que Íñigo pudiera construir castillos de arena. Coco corría por la orilla, persiguiendo las olas y ladrando feliz.

«¡Mira, Ama! ¡Construí un castillo de arena!» dijo Íñigo, mostrando su creación con orgullo. Ama aplaudió y le dio un beso en la frente. «Es el castillo más bonito que he visto,» dijo con una gran sonrisa.

Después de jugar en la playa, fueron a la piscina del hotel. Íñigo se puso sus manguitos y se metió en el agua con la ayuda de Papá. «¡Mira cómo nado, Papá!» decía Íñigo, chapoteando en el agua. Coco observaba desde una silla cercana, disfrutando del sol.

Durante los siguientes días, la familia visitó muchos lugares en Lanzarote. Fueron al Jardín de Cactus, donde Íñigo vio cactus de todas las formas y tamaños. También visitaron la Cueva de los Verdes, una cueva formada por la lava que dejó el volcán. Íñigo estaba fascinado por las luces y las sombras dentro de la cueva.

Una noche, mientras estaban cenando en el hotel, Papá y Ama decidieron que era hora de hablar con Íñigo sobre su chupete. «Íñigo, has crecido mucho y eres muy valiente. ¿Qué te parece si dejamos el chupete para que otro niño más pequeño lo use?» dijo Papá suavemente.

Íñigo miró su chupete y luego a sus padres. «¿Otro niño lo necesita?» preguntó. Ama asintió y le dijo: «Sí, Íñigo. Hay niños más pequeños que podrían necesitarlo más que tú ahora.»

Íñigo pensó por un momento y luego dijo: «Está bien, Papá. Lo dejaré para otro niño.» Papá y Ama lo abrazaron, orgullosos de su decisión.

El último día de sus vacaciones, la familia preparó sus maletas y se dirigió al aeropuerto para regresar a casa. Durante el vuelo de regreso, Íñigo sostuvo su chupete por última vez. «Adiós, chupete. Ayuda a otro niño a ser feliz,» dijo, y lo lanzó por la ventana del avión. Aunque el chupete no podía realmente salir del avión, este gesto simbólico ayudó a Íñigo a despedirse de él.

Papá y Ama sonrieron, sabiendo que su hijo había dado un gran paso. «Estamos muy orgullosos de ti, Íñigo,» dijo Ama, abrazándolo.

Cuando aterrizaron en casa, Íñigo se sentía feliz y orgulloso de sí mismo. Había vivido una gran aventura y había crecido en el proceso. Coco ladraba emocionado al volver a casa, corriendo por todas partes como si también entendiera la importancia del viaje.

Desde ese día, Íñigo siguió disfrutando de nuevas aventuras con su familia, siempre recordando su viaje a Lanzarote y el gran paso que había dado al dejar su chupete. La familia estaba unida y feliz, lista para enfrentar cualquier aventura que la vida les presentara.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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