Jan y Dylan eran dos grandes amigos que compartían una pasión por la aventura y los viajes. Desde pequeños habían soñado con explorar lugares exóticos y llenos de misterio. Un día, mientras navegaban por internet en busca de su próxima expedición, se encontraron con una imagen que los dejó sin aliento: la Montaña de los Siete Colores, Vinicunca, en Perú. La montaña, con sus impresionantes franjas de colores naturales, parecía sacada de un sueño. Sin pensarlo dos veces, decidieron que ese sería su próximo destino.
Los preparativos comenzaron de inmediato. Ambos sabían que el viaje a Vinicunca no sería fácil, ya que la montaña se encontraba a más de 5,000 metros sobre el nivel del mar. Jan, con su cabello rizado y sus inseparables gafas, investigó todo lo que pudo sobre la mejor forma de aclimatarse a la altitud. Dylan, el más bajito y lleno de pecas, se encargó de planificar la ruta y asegurarse de que no se les escapara ningún detalle.
Después de semanas de planificación, llegó el día de la partida. Tomaron un vuelo desde su ciudad hasta Lima, la capital de Perú. Desde allí, continuaron su viaje hacia Cusco, la antigua capital del Imperio Inca. Al llegar, se maravillaron con la ciudad y sus calles empedradas, llenas de historia y cultura. Pasaron los primeros días explorando las ruinas incas y probando la deliciosa comida local. Sin embargo, la emoción por llegar a Vinicunca crecía con cada día que pasaba.
Finalmente, llegó el momento de comenzar la caminata hacia la Montaña de los Siete Colores. Se levantaron temprano, antes de que saliera el sol, y se unieron a un grupo de excursionistas que también se dirigían a Vinicunca. El aire era frío y fresco, y podían ver sus alientos mientras hablaban. Jan y Dylan, equipados con sus mochilas llenas de suministros, comenzaron a caminar con entusiasmo.
La subida fue ardua. A medida que ascendían, la falta de oxígeno se hacía más evidente y cada paso requería más esfuerzo. Pero la belleza del paisaje los mantenía motivados. Los verdes valles, los picos nevados y los ríos cristalinos formaban un cuadro impresionante. Dylan, siempre el más curioso, no dejaba de hacer preguntas a su guía sobre la flora y fauna del lugar, mientras Jan tomaba fotografías de todo lo que veía.
Después de varias horas de caminata, comenzaron a ver los primeros indicios de los colores de Vinicunca. Una emoción indescriptible se apoderó de ellos y, a pesar del cansancio, aceleraron el paso. Finalmente, llegaron a la cima y la vista que los recibió fue simplemente espectacular. Las franjas de colores que adornaban la montaña, en tonos de rojo, amarillo, verde y morado, parecían una obra de arte de la naturaleza.
Se sentaron en una roca para admirar el paisaje y recuperar el aliento. Mientras descansaban, Jan sacó un cuaderno de su mochila y comenzó a hacer un boceto de la montaña. Dylan, por su parte, decidió explorar un poco más los alrededores y pronto encontró una pequeña cueva. Con su habitual entusiasmo, llamó a Jan para que lo acompañara.
Dentro de la cueva, encontraron pinturas rupestres que parecían contar una historia antigua. Jan, que siempre había sido un apasionado de la historia, trató de descifrar los dibujos. Mostraban figuras humanas, llamas y lo que parecía ser la Montaña de los Siete Colores. «Parece que esta montaña ha sido especial para los habitantes de esta región desde hace mucho tiempo», comentó Jan con admiración.
Pasaron un buen rato explorando la cueva y haciendo teorías sobre el significado de las pinturas. Cuando salieron, el sol comenzaba a ponerse y el cielo se teñía de un hermoso color anaranjado. Decidieron que era hora de regresar al campamento base antes de que oscureciera por completo. La caminata de regreso fue más rápida, ya que la emoción del descubrimiento los llenaba de energía.
Esa noche, mientras cenaban alrededor de una fogata, compartieron sus experiencias con los otros excursionistas. Todos escucharon con interés la historia de la cueva y las pinturas rupestres. Uno de los guías les explicó que la montaña y sus alrededores estaban llenos de leyendas y misterios, muchos de los cuales aún no se habían descubierto por completo.
Al día siguiente, Jan y Dylan decidieron pasar un día más explorando los alrededores antes de regresar a Cusco. Se levantaron temprano y se dirigieron a un pequeño pueblo cercano. Allí, conocieron a Don Alberto, un anciano que había vivido toda su vida en la región. Don Alberto les contó historias fascinantes sobre la montaña y sus secretos. Les habló de antiguos rituales y ceremonias que se llevaban a cabo en Vinicunca y les mostró una piedra que, según él, tenía poderes curativos.
Intrigados por la historia, Jan y Dylan le pidieron a Don Alberto que los llevara al lugar donde se realizaban los rituales. El anciano accedió y los guió a través de un sendero que parecía olvidado por el tiempo. Llegaron a un claro rodeado de piedras dispuestas en un círculo. En el centro, había una gran roca con inscripciones que parecían muy antiguas. Don Alberto les explicó que ese era un lugar sagrado y que muchos creían que la montaña tenía un espíritu protector.
Jan, siempre curioso, tomó notas detalladas de todo lo que veía y escuchaba. Dylan, por su parte, no podía dejar de mirar alrededor, esperando sentir alguna presencia misteriosa. Pasaron el día explorando el lugar y escuchando las historias de Don Alberto. Antes de irse, el anciano les regaló pequeñas piedras que, según él, les traerían buena suerte y protección.
El regreso a Cusco fue lleno de recuerdos y emociones. Los chicos no podían esperar para contarle a sus amigos y familiares sobre su increíble aventura. La experiencia en Vinicunca había sido más de lo que jamás habían imaginado. No solo habían visto la impresionante Montaña de los Siete Colores, sino que también habían aprendido sobre la rica historia y cultura de la región.
De vuelta en casa, Jan y Dylan se convirtieron en pequeños héroes locales. Todos querían escuchar sus historias y ver las fotografías y dibujos que habían traído. Organizaron una presentación en su escuela, donde compartieron su aventura con sus compañeros y maestros. La emoción en sus voces y las imágenes que mostraban hicieron que todos se sintieran parte de la aventura.
La experiencia en Vinicunca dejó una marca indeleble en Jan y Dylan. Aprendieron que el mundo está lleno de lugares increíbles y misterios por descubrir. También se dieron cuenta de la importancia de respetar y valorar las culturas y tradiciones de los lugares que visitan. Y, lo más importante, se dieron cuenta de que la verdadera aventura no está solo en los destinos, sino en el camino y en las personas que encuentran en el viaje.
A partir de entonces, Jan y Dylan continuaron explorando juntos, siempre en busca de la próxima gran aventura. Vinicunca fue solo el comienzo de muchas más historias por contar. Sabían que, con su amistad y espíritu aventurero, no había límites para lo que podían descubrir y lograr.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.