Cuentos de Aventura

La Gran Carrera de Josué y sus Amigos

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En la ciudad de Ruedaville, conocida por ser el hogar de las mejores competencias de autos de carrera, vivían cuatro amigos inseparables: Josué, Ángel, Miguel y Pedro. Desde muy pequeños, compartían la pasión por los autos y soñaban con algún día participar en la Gran Carrera de Ruedaville, una competencia que reunía a los mejores pilotos de todo el país. Cada año, los chicos se reunían para ver la carrera y practicaban con sus pequeños autos de juguete, imaginando que eran los campeones del mundo.

Un día, mientras los amigos estaban en el garaje de Josué trabajando en sus bicicletas, vieron un cartel en la pared que anunciaba algo especial: «¡Gran Carrera Juvenil de Ruedaville! Abierta para participantes menores de 15 años.» Los ojos de los cuatro amigos se iluminaron de emoción.

«¡No lo puedo creer! ¡Este año podemos participar!» exclamó Pedro, el más entusiasta del grupo.

«Pero… ¿cómo haremos para participar en una carrera de autos de verdad?» preguntó Miguel, algo preocupado. «No tenemos autos.»

Ángel, siempre el optimista, sonrió. «¡No te preocupes! Seguro que encontraremos la forma. Somos buenos trabajando en equipo, y eso es lo más importante en una carrera.»

Josué, que era el más callado pero también el más ingenioso, ya tenía una idea en mente. «Mi tío Carlos tiene un taller mecánico. Tal vez él pueda ayudarnos a construir nuestros propios autos.»

La idea de Josué fue recibida con entusiasmo por los demás, y esa misma tarde, los cuatro amigos corrieron hacia el taller de su tío Carlos. El lugar estaba lleno de herramientas, piezas de autos y motores por todos lados. Carlos, un hombre grande y simpático, los recibió con una gran sonrisa.

«¿Qué los trae por aquí, chicos?» preguntó mientras limpiaba sus manos llenas de grasa.

«Tío, queremos participar en la Gran Carrera Juvenil, pero necesitamos autos», explicó Josué.

Carlos los miró con una mezcla de sorpresa y orgullo. «¿Así que quieren ser pilotos, eh? Bueno, eso no es algo fácil, pero con esfuerzo y dedicación, seguro pueden lograrlo. Les enseñaré todo lo que sé sobre construir autos, pero tendrán que trabajar duro.»

Los chicos no lo dudaron ni un segundo. Pasaron las siguientes semanas yendo al taller todos los días después de la escuela. Con la ayuda de Carlos, aprendieron cómo construir autos de carrera desde cero. Josué se encargó de los motores, Ángel diseñó la carrocería, Miguel se enfocó en los frenos y Pedro, que era el más rápido en la pista de carreras, probaba los autos una y otra vez para asegurarse de que todo funcionara a la perfección.

Los días pasaban rápidamente, y la fecha de la Gran Carrera se acercaba. Finalmente, después de semanas de trabajo duro, los cuatro autos estaban listos. Cada uno de los chicos tenía un auto único y colorido: el de Josué era rojo brillante con una franja blanca en el medio; el de Ángel era azul con detalles en negro; el de Miguel, amarillo con ruedas negras; y el de Pedro, verde esmeralda con un relámpago dorado en el costado.

El día de la carrera, el estadio de Ruedaville estaba lleno de gente. Los chicos estaban nerviosos pero emocionados. Habían trabajado tanto para llegar a ese momento, y ahora estaban listos para demostrar lo que podían hacer. Se colocaron sus cascos, subieron a sus autos, y se dirigieron a la línea de salida.

«Recuerden, chicos», dijo Josué mientras ajustaba su casco, «lo más importante es que trabajemos en equipo. No se trata solo de ganar, sino de disfrutar la carrera y dar lo mejor de nosotros.»

Los amigos asintieron, decididos a seguir adelante. Cuando el semáforo cambió a verde, los autos rugieron con fuerza, y los chicos aceleraron a toda velocidad por la pista. Al principio, la competencia fue feroz. Los autos de otros competidores eran rápidos, pero Josué y sus amigos no se dejaron intimidar.

Pedro, que era el más veloz en las curvas, logró adelantarse a varios pilotos. «¡Vamos, chicos! ¡Podemos hacerlo!» gritó, mientras giraba con precisión en una curva cerrada.

Ángel y Miguel, que se mantenían en la mitad del grupo, seguían el plan. Sabían que la clave era la estrategia, no solo la velocidad. «Esperemos el momento adecuado para adelantar», dijo Ángel a Miguel por el intercomunicador.

Josué, por su parte, se mantenía concentrado en la parte trasera, observando a los demás pilotos. Sabía que la paciencia era su mayor ventaja. En una carrera, no siempre gana el más rápido, sino el más inteligente.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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