En una tranquila mañana de otoño, tres amigas inseparables, Rosa, Dariana y Annette, estaban sentadas en la última fila de su salón de clases. Las tres eran estudiantes curiosas, pero había algo en lo que todas estaban de acuerdo: las clases parecían más complicadas con cada día que pasaba.
«¿Qué tiene que ver la economía con el cambio climático?», murmuró Annette mientras miraba confusa la pizarra llena de gráficos y palabras que parecían sacadas de un idioma alienígena.
«¡Y no te olvides de las crisis humanitarias! ¿Cómo encajan aquí?», añadió Dariana, apoyando la cabeza en la mano, claramente exasperada.
Rosa, la más tranquila de las tres, trató de juntar las piezas en su cuaderno, dibujando líneas entre diferentes palabras, como si tratara de resolver un acertijo gigante. «Debe haber una conexión entre todo esto. El profesor siempre dice que el mundo es un gran rompecabezas, pero… ¡yo no veo cómo encaja todo!»
El profesor Martínez, su maestro de Ciencias Sociales, había pasado semanas hablando de los problemas globales: crisis humanitarias, desafíos económicos, la pandemia, el cambio climático, y cómo todo esto afectaba al mundo. Sin embargo, para las chicas, era como si alguien hubiera mezclado todas las piezas de un rompecabezas y las hubiera lanzado por la ventana.
«Economic crisis», «política global», «interdisciplinariedad», «¿Epistemo… qué?», leía Annette en voz alta. «¿Por qué no pueden explicar las cosas de una manera más fácil? ¡Mi cerebro va a explotar!»
Rosa, siempre optimista, le dio una palmadita en el hombro. «Vamos, Annette, no puede ser tan difícil. ¡Tal vez solo necesitamos un enfoque… diferente!»
«¡Sí!», exclamó Dariana, irónica, «Un enfoque en el que todo tenga sentido, por favor».
El timbre sonó, anunciando el recreo. Las chicas aprovecharon para salir al patio, buscando un respiro. Mientras caminaban, vieron a un grupo de niños pequeños jugando con piezas de rompecabezas gigantes en el suelo. Los niños reían mientras intentaban encajar las piezas, pero en su confusión, algunas piezas no encajaban, lo que provocaba risas aún mayores.
De repente, Rosa se detuvo en seco y miró a sus amigas. «¡Chicas, lo tengo!»
Annette y Dariana se detuvieron y la miraron, curiosas. «¿Tienes qué?», preguntó Dariana con una ceja levantada.
«¡El mundo es como ese rompecabezas!», exclamó Rosa emocionada, señalando a los niños. «Mira, ellos están intentando encajar las piezas, pero cada una tiene una forma distinta. El problema es que están tratando de armarlo sin ver la imagen completa. ¡Eso es lo que nos pasa en clase! El profesor nos da todas estas piezas, pero nunca nos muestra cómo se supone que deben encajar juntas.»
Annette cruzó los brazos, pensativa. «Entonces… ¿lo que nos falta es ver el dibujo del rompecabezas completo?»
«Exacto», dijo Rosa, emocionada. «El profesor nos da información por partes: economía, crisis, el medio ambiente… pero nunca nos dice cómo todo eso afecta nuestra vida diaria. ¡Por eso no tiene sentido!»
Dariana miró a sus amigas y de repente se echó a reír. «¡Ya lo entiendo! Nos están enseñando el rompecabezas al revés. Primero nos tiran todas las piezas y luego esperan que sepamos cómo armarlo.»
Las tres se rieron juntas, aliviadas de que, al menos, ahora tenían una teoría. Pero, ¿cómo podrían solucionar este problema?
Cuando volvió la siguiente clase, las chicas decidieron tomar las riendas. Esta vez, no iban a quedarse sentadas esperando que el profesor Martínez lanzara más conceptos abstractos sin conexión aparente. Rosa levantó la mano. «Profesor, tengo una pregunta.»
El profesor, un hombre amable de pelo canoso, levantó la vista de su libro. «Adelante, Rosa.»
«Nos hemos dado cuenta de que nos cuesta entender cómo todo lo que aprendemos está conectado. Sabemos que la economía, las crisis humanitarias y el medio ambiente son importantes, pero… ¿cómo se supone que eso nos afecta a nosotras, aquí, en el colegio?»
El profesor sonrió, como si hubiera estado esperando esa pregunta todo el año. «Buena pregunta, Rosa. Verás, lo que están aprendiendo no es solo información aislada. Todo está relacionado. El cambio climático afecta la economía porque, cuando los desastres naturales ocurren, los países tienen que gastar dinero en reparaciones. Las crisis humanitarias, como la falta de alimentos, también se agravan por problemas económicos y ambientales. Lo que intento mostrarles es que el mundo no funciona por partes separadas. Es un sistema complejo, donde todo está conectado.»
Annette levantó la mano, su rostro iluminado con una nueva comprensión. «Entonces… ¿lo que debemos hacer es encontrar esas conexiones?»
El profesor asintió. «Exactamente. Y no solo deben aprender esto de los libros, sino también de la vida real. Cuando vean las noticias, o cuando algo suceda en su propia comunidad, deben preguntarse: ¿cómo está relacionado con lo que estamos aprendiendo en clase?»
Dariana, siempre pragmática, añadió: «Entonces, lo que necesitamos no es solo memorizar datos, sino pensar en cómo esos datos se aplican al mundo real.»
El profesor sonrió de nuevo. «Eso es, Dariana. Si empiezan a ver el mundo como un gran rompecabezas en el que todas las piezas están conectadas, podrán entender mejor lo que sucede y cómo pueden hacer una diferencia.»
Las chicas intercambiaron miradas de satisfacción. Por primera vez, todo comenzaba a tener sentido. No se trataba solo de aprender por aprender. Se trataba de entender cómo todo lo que pasaba en el mundo estaba relacionado y cómo podían ser parte de la solución.
Cuando terminó la clase, salieron del aula riendo, hablando sobre cómo iban a aplicar lo que habían aprendido. «¿Quién iba a pensar que el rompecabezas de los niños pequeños nos daría la clave para entender el mundo?», dijo Annette entre risas.
Rosa sonrió, feliz de haber encontrado la manera de conectar todo. «Tal vez, cuando pensemos en grande y veamos el cuadro completo, todo empezará a encajar, incluso las partes más complicadas.»
Y así, las tres amigas se dieron cuenta de que, aunque el mundo era complicado, con un poco de humor y la actitud correcta, siempre había una manera de hacer que todo tuviera sentido.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.