Cuentos de Aventura

La Niña que Brillaba sobre Ruedas de Colores y Sonrisas

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez una niña llamada Celeste que vivía en un pueblo lleno de colores, risas y sueños. Celeste tenía una sonrisa tan grande y brillante que iluminaba cada lugar donde iba. Lo que más le gustaba en el mundo era patinar. Tenía unos patines mágicos, que no solo tenían ruedas, sino ruedas de colores que brillaban como el arcoíris cuando ella los usaba. Cada vez que Celeste se ponía sus patines, sentía que podía volar, correr por el aire y bailar con el viento. Patinar era su gran aventura.

Un día, Celeste despertó muy emocionada porque ese día haría una sorpresa a su familia. Ella había estado practicando un truco especial sobre ruedas, y quería mostrárselo a su mamá, a su papá, a su hermanito Simón y a su abuela Lola. Su abuela era la mejor para contar historias, su mamá era una chef maravillosa que siempre preparaba platos deliciosos, su papá era un gran dibujante y su hermanito Simón amaba jugar y reír mucho. Pero, además de patinar, Celeste adoraba estudiar las cosas nuevas que encontraba en sus libros, hacer manualidades con todo lo que encontraba en casa y cuando veía caricaturas, le encantaba imitar a sus personajes favoritos, con sus voces y sus caras, para hacer reír a todos.

Aquella mañana, mientras desayunaba su pan con mantequilla y un vaso de leche con miel que le preparó su mamá, Celeste pensaba en cómo podía hacer que su día fuera aún más especial. Su mamá le dijo: “Hoy es un día perfecto para hacer algo diferente. ¿Quieres venir conmigo a preparar cupcakes y decorar con colores?” Celeste saltó de alegría y dijo que sí. Así, después de terminar su desayuno, la niña y su mamá se pusieron a mezclar la masa de los cupcakes. Mientras cocinaban, Celeste imitaba la voz de su personaje favorito de un dibujo animado llamado “Luna la Exploradora”, y eso hizo reír tanto a su mamá que casi se les quema la masa.

Terminados los cupcakes, llegó el momento de decorar. Celeste sacó todo tipo de colores comestibles y empezó a hacer dibujos en los cupcakes. Hizo mariposas, soles, flores, hasta pequeños patines de colores, parecidos a los suyos. Pero, mientras pintaba, tuvo una idea: “¿Y si hago una aventura mágica con mis cupcakes y mis patines?”, pensó. Se levantó rápido, tomó sus patines y fue a buscar a Simón, su hermanito.

Simón estaba jugando con bloques de construcción, pero tan pronto vio a Celeste con su sonrisa y sus patines de colores, quiso unirse a ella. “Vamos a rodar y a inventar un cuento de aventura”, dijo Celeste con entusiasmo. Primero, fueron afuera al parque, donde Celeste empezó a patinar alrededor de los árboles, haciendo figuras y loops con sus ruedas de colores, mientras Simón los miraba con ojos grandes y llenos de emoción. “¡Eres la niña que vuela sobre ruedas mágicas!”, gritó Simón muy emocionado.

Entonces, Celeste tuvo otra idea brillante. “Vamos a construir una montaña mágica con bloques y hojas para que sea el castillo donde vivan los personajes de nuestra aventura.” Los dos hermanos juntaron bloques coloridos, piñas caídas, hojas verdes y flores para formar un castillo pequeño, pero muy hermoso. En ese momento, apareció su abuela Lola, con su cárdigan de colores y su sonrisa dulce. “¿Qué están haciendo, mis aventuras?”, preguntó, sentándose a su lado.

Celeste le explicó que estaban creando un castillo mágico para una gran aventura, y que quería invitar a su papá, que era un artista, para que dibujara los personajes de esa historia. La abuela sonrió y dijo: “Eso suena maravilloso. Voy a contarles un cuento que les dará muchas ideas para su aventura.” Y empezó a contar una historia que ella misma había vivido cuando era niña, de un bosque donde las flores cantaban y los árboles bailaban con el viento, y cómo un grupo de niños valientes encontró un tesoro escondido, usando patines especiales que brillaban al correr.

Celeste y Simón escuchaban muy atentos, imaginando cómo serían esos patines y el tesoro. Cuando terminó el cuento, papá apareció con sus lápices y cuadernos y les mostró cómo dibujar esos patines mágicos y el bosque encantado. Celeste se puso tan contenta que quiso hacer un disfraz para la aventura con las telas y papeles que encontraron en la caja de manualidades. Usaron cintas brillantes, papel de colores, y hasta algunas hojas secas para decorar los trajes.

Vestidos con sus disfraces, los niños se lanzaron al parque para continuar su aventura. Celeste, con un casco rojo que ella misma decoró, usaba sus patines de ruedas de colores como si realmente volara hacia un mundo nuevo. Simón llevaba una capa hecha de tela azul y un sombrero con plumas de colores. Juntos, comenzaron a buscar el tesoro escondido en el bosque del parque, donde las flores no cantaban, pero sí parecían bailar con el viento.

Mientras exploraban, se encontraron con nuevas amigas: Lila, una niña que también amaba las manualidades y les trajo pegamento, tijeras y brillantina para que sus disfraces fueran aún más mágicos; y Martín, un niño que sabía contar y les ayudó a hacer mapas para buscar el tesoro. La pequeña aventura se volvió más emocionante con nuevos amigos.

Celeste decidió que para encontrar el tesoro debían usar todas sus habilidades. Primero, tuvieron que resolver un acertijo que les dejó la abuela Lola, quien se había unido al juego desde lejos: “Para encontrar el brillo que buscas, debes imitar al sol y saltar como la rana que nunca se cansa”. Celeste y sus amigos saltaron varias veces, imitaron al sol haciendo círculos con sus brazos y rieron hasta que apareció una pista en el suelo: unas huellas de colores que llamaban a seguir.

Los niños rodaron y caminaron siguiendo las huellas que los llevaron hasta el rincón donde papá había dibujado un cofre de tesoro en el suelo. Pero el cofre estaba cerrado. Era hora de usar los cupcakes que Celeste y su mamá habían hecho esa mañana. Cada cupcake tenía un dibujo diferente y al probarlos, una magia dulce y especial se sintió en el aire. De repente, el cofre se abrió y dentro había sorpresas: lápices de colores, hojas para dibujar, pegatinas brillantes y un libro con cuentos para que los niños siguieran creando nuevas aventuras.

Los niños gritaron de alegría. Celeste dijo que el verdadero tesoro era la imaginación, la amistad y la alegría de estar juntos haciendo lo que más les gustaba. Después, con sus patines y el nuevo libro, se fueron rodando por el parque bajo el sol, compartiendo risas y prometiendo nuevas aventuras cada día.

Cuando llegó la hora de volver a casa, Celeste se despidió de sus amigos y llevó a Simón y a su abuela consigo. Contaron la historia del bosque encantado, del tesoro y de los patines mágicos a mamá y papá mientras cenaban juntos. La familia estaba feliz de ver a Celeste tan contenta y llena de ideas. Antes de dormir, Celeste leyó un poco de su nuevo libro de cuentos, susurrando bajito para que el sueño la acompañara.

Celeste soñó con volar sobre ruedas de colores, con castillos mágicos y nuevos amigos que la esperaban para compartir juegos, risas, estudios y manualidades. Sabía que cada día era una nueva aventura y que mientras tuviera a su familia, su imaginación y sus ganas de aprender, podría brillar siempre y rodar felizmente por el mundo.

Y así, la niña que brillaba sobre ruedas de colores y sonrisas vivió muchas otras aventuras, siempre llena de alegría, creatividad y amor, porque sabía que el verdadero mágico tesoro está en compartir con quienes amamos y en disfrutar cada momento, pequeño o grande, con el corazón feliz.

Y colorín colorado, esta historia maravillosa ha terminado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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