Cristina era una niña llena de energía y sueños. Le encantaba patinar, tocar su guitarra y pasar tiempo con sus amigos. Vivía en un barrio tranquilo, rodeada de árboles, flores y muchas aventuras por descubrir. Desde muy pequeña, Cristina había sido una soñadora, siempre imaginando mundos fantásticos y llenos de magia. Pero había algo más que le encantaba a Cristina: los animales. Amaba a cada criatura, desde los perros hasta los pájaros, y siempre encontraba tiempo para cuidar de ellos.
Un día, mientras practicaba sus trucos de patinaje en el parque cercano, se encontró con algo extraño. Mientras patinaba a toda velocidad, sintió un suave viento que parecía susurrarle algo. Se detuvo, intrigada, y observó a su alrededor. Todo estaba en calma, pero el aire tenía un olor a aventura, como si algo mágico estuviera a punto de suceder.
—¡Qué raro! —se dijo Cristina mientras ajustaba su casco—. ¿Será que el parque tiene algún secreto que aún no conozco?
Justo en ese momento, su amigo perrito, Max, apareció corriendo a su lado, ladrando emocionado. Max era un cachorro muy juguetón que siempre seguía a Cristina en sus paseos. Él también parecía haber sentido algo especial en el aire.
Cristina decidió seguir su instinto. Con Max corriendo a su lado, patinó hasta una esquina del parque que no había explorado antes. Allí, escondido entre los árboles, descubrió un arco de flores que nunca había visto. Era grande, hecho de enredaderas y flores de colores que brillaban bajo la luz del sol. Algo en ese arco la invitaba a pasar.
—Vamos, Max, ¡esto parece una entrada a un nuevo mundo! —exclamó emocionada.
Juntos, cruzaron el arco, y lo que encontraron del otro lado los dejó sin palabras. El parque seguía allí, pero todo parecía más brillante y colorido. Los árboles eran más altos, las flores más grandes, y había animales por todas partes: conejos saltando, ardillas trepando por los troncos y pájaros cantando melodías hermosas. Pero lo más sorprendente fue cuando uno de esos pájaros, un pequeño petirrojo, se posó en su hombro y le habló.
—Hola, Cristina. Bienvenida al Parque Encantado.
Cristina se quedó boquiabierta. ¡Un pájaro que hablaba!
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó ella, todavía asombrada.
—Aquí en el Parque Encantado todos conocemos a quienes aman y cuidan de los animales como tú. Hemos estado esperando por alguien especial, y ese alguien eres tú.
Cristina sonrió. ¡Una nueva aventura! ¡Y además mágica! No podía creerlo.
—¿Qué tengo que hacer? —preguntó, siempre lista para ayudar.
El petirrojo le explicó que en el parque había un árbol muy especial, el Árbol de los Deseos. Su magia mantenía el parque lleno de vida y alegría, pero últimamente, algo estaba debilitando su fuerza. Los animales sentían que su hogar estaba en peligro, y necesitaban la ayuda de alguien con un corazón bondadoso, alguien como Cristina.
—¡Claro que los ayudaré! —dijo Cristina sin dudar—. Pero, ¿qué puedo hacer yo?
—Debes tocar tu guitarra —le respondió el petirrojo—. Solo una melodía llena de amor y alegría podrá devolverle la fuerza al Árbol de los Deseos.
Cristina miró su guitarra, que siempre llevaba consigo, y asintió. Sabía que la música podía hacer cosas maravillosas, y ahora era el momento de demostrarlo.
Max, su fiel compañero, la siguió mientras patinaba hacia el centro del parque encantado, donde el majestuoso Árbol de los Deseos se alzaba. El árbol era enorme, con ramas que parecían llegar hasta el cielo y hojas que brillaban como estrellas. Pero al acercarse, Cristina notó que algunas de esas hojas comenzaban a apagarse.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.