Había una vez una familia muy feliz que decidió pasar sus vacaciones en un lugar muy especial. Los personajes de esta historia son Mia, Said, Eithan, Mamá y Papá. Ellos vivían en una casa bonita, rodeada de flores y árboles, y les encantaba hacer cosas juntos. Un día, Mamá y Papá les dijeron a los niños que iban a ir de vacaciones a un parque mágico lleno de juegos, aventuras y mucha diversión.
Desde el momento en que se enteraron, Mia, Said y Eithan no podían contener la emoción. Mia, la mayor, con su cabello largo y marrón, ya imaginaba todas las cosas que descubriría. Said, con su energía inagotable y su cabello negro cortito, no dejaba de preguntar cuántos juegos habría. Eithan, el más pequeño, con sus rizos dorados, solo repetía la palabra «parque» una y otra vez, dando pequeños saltos de alegría.
Finalmente, llegó el día tan esperado. La familia se subió al coche, y Mamá y Papá los llevaron al parque mágico. El sol brillaba en lo alto y el cielo estaba azul, sin una sola nube a la vista. Era un día perfecto para una gran aventura.
Al llegar al parque, los ojos de los niños se abrieron como platos. Había tantas cosas por ver y hacer. Justo en la entrada, los recibió un arco iris gigante que parecía hecho de algodón de azúcar. Los colores eran tan brillantes que parecía que el parque los estaba saludando.
«¡Miren, miren! ¡Hay un carrusel de caballitos que vuelan!» exclamó Mia, señalando uno de los juegos.
Papá, con una sonrisa, les dijo: «Primero vamos a explorar un poco, y luego decidimos a qué juegos subirnos».
Caminaron por el parque y encontraron una fuente que lanzaba chorros de agua en todas direcciones. Said no pudo resistirse y corrió a mojarse un poco, mientras Eithan reía al ver a su hermano jugar con el agua. Mia, que siempre estaba atenta a todo, vio un carrito de helados y le pidió a Mamá que compraran uno para cada uno. Mamá estuvo de acuerdo, y pronto todos disfrutaban de un delicioso helado bajo el sol.
Después de comer sus helados, la familia decidió subirse al carrusel que había visto Mia. Pero este no era un carrusel cualquiera, ¡los caballitos realmente volaban por el aire! Mia escogió un caballito blanco con alas doradas, Said uno azul con estrellas, y Eithan uno verde con manchas amarillas. Cuando el carrusel empezó a girar, los caballitos se elevaron suavemente en el aire, y los niños sintieron como si estuvieran volando sobre el parque. Desde lo alto, podían ver los árboles, las flores y a todas las personas que disfrutaban del día.
Al bajar del carrusel, Papá sugirió que fueran a un lugar especial del parque donde había un campo de juegos con columpios, toboganes y muchas cosas más. Los niños corrieron hacia allá, ansiosos por jugar. Mia subió al columpio más alto, Said se lanzó por el tobogán y Eithan jugó en la arena, haciendo castillos con su pala y cubo.
Después de tanto jugar, todos comenzaron a tener un poco de hambre. Así que Mamá y Papá extendieron una manta en el césped, bajo la sombra de un gran árbol, y sacaron una canasta con comida. Habían preparado sándwiches, frutas frescas y jugos. Mientras comían, Papá contó una historia divertida de cuando él era pequeño y también iba a parques con sus padres.
«¿Y qué más hacías, Papá?», preguntó Said, interesado en las historias de su papá.
«Me encantaba correr por todos lados, igual que tú», respondió Papá, riendo. «También jugaba a buscar tesoros escondidos».
«¡Podemos buscar un tesoro aquí en el parque!», sugirió Mia con entusiasmo.
Mamá y Papá estuvieron de acuerdo en que sería una gran idea. Después de comer, Papá tomó una hoja de papel y dibujó un mapa del parque, marcando con una «X» el lugar donde estaría escondido el tesoro. «Vamos a dividirnos en dos equipos», dijo Mamá. «Mia y Papá irán por un lado, y Said, Eithan y yo iremos por el otro. ¡A ver quién encuentra el tesoro primero!».
Los equipos comenzaron a buscar, siguiendo el mapa con atención. Mia y Papá encontraron pistas cerca del carrusel, mientras Said, Eithan y Mamá revisaban cerca de la fuente. Los niños estaban emocionados, buscando en cada rincón, detrás de árboles y arbustos, hasta que finalmente Mia gritó: «¡Lo encontré!».
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.