Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de alegría, un niño llamado Mathias. Mathias era un niño muy especial, siempre estaba feliz y le encantaba bailar. Tenía el cabello rizado y castaño, y siempre vestía ropa colorida que combinaba perfectamente con su energía y alegría.
Cada mañana, Mathias se despertaba con una sonrisa y empezaba su día bailando. Sus padres decían que había aprendido a bailar antes que a caminar. Mathias bailaba en la sala, en el jardín, y hasta en la cocina mientras su mamá preparaba el desayuno. La música lo hacía sentir vivo y feliz, y no podía evitar mover su cuerpo al ritmo de cualquier melodía que escuchaba.
Un día, mientras jugaba en el parque, Mathias escuchó una música muy especial. La melodía venía de un rincón del parque que nunca había explorado antes. Curioso y emocionado, decidió seguir el sonido. Caminó y caminó, y pronto se encontró en un hermoso prado lleno de flores y árboles altos que parecían bailar con el viento.
En medio del prado, había un grupo de animales que también estaban bailando. Había conejos saltarines, ardillas ágiles y mariposas que revoloteaban al ritmo de la música. Mathias estaba maravillado. «¡Hola, amigos! ¿Puedo unirme a su baile?» preguntó con una gran sonrisa. Los animales asintieron alegremente y Mathias comenzó a bailar con ellos.
Mientras bailaban, Mathias conoció a un conejo llamado Brinco. Brinco era el mejor bailarín de saltos que Mathias había visto jamás. «¡Eres increíble, Brinco! ¿Me puedes enseñar a saltar así?» Brinco, encantado, le enseñó a Mathias a saltar alto y con gracia. Pronto, Mathias estaba saltando y girando con tanta habilidad como Brinco.
Después de un rato, Mathias vio a una ardilla llamada Rizo que hacía movimientos rápidos y ágiles con sus patas. «¡Rizo, me encanta cómo te mueves! ¿Me enseñas tus pasos?» Rizo le mostró a Mathias cómo moverse rápido y con precisión. Mathias aprendió rápidamente y juntos hicieron una danza maravillosa.
Las mariposas también quisieron participar. Volaron alrededor de Mathias, creando formas y figuras en el aire. Mathias, inspirado por su gracia, comenzó a imitar sus movimientos. Aunque no podía volar, sus brazos se movían suavemente como las alas de las mariposas. Todos los animales y Mathias estaban muy felices, bailando juntos bajo el sol.
Mientras el día avanzaba, la música en el prado cambió a una melodía suave y tranquila. Todos se sentaron a descansar y Mathias miró a su alrededor, sintiéndose agradecido por haber encontrado nuevos amigos que compartían su amor por el baile. «Gracias por enseñarme a bailar de tantas maneras diferentes,» dijo Mathias. «Este es el mejor día de mi vida.»
Brinco, Rizo y las mariposas sonrieron y respondieron: «Gracias a ti, Mathias. Nos has enseñado que bailar no solo es divertido, sino también una forma de hacer amigos y compartir momentos especiales.»
Cuando el sol comenzó a ponerse, Mathias supo que era hora de regresar a casa. Se despidió de sus nuevos amigos, prometiendo volver pronto para más aventuras de baile. «Siempre recordaré este día y a todos ustedes,» dijo Mathias con una sonrisa. «¡Hasta pronto!»
De camino a casa, Mathias no podía dejar de bailar. Sentía que su corazón estaba lleno de alegría y emoción. Al llegar, sus padres notaron su felicidad y le preguntaron qué había pasado. Mathias les contó su aventura en el prado mágico, cómo había conocido a Brinco, Rizo y las mariposas, y todo lo que había aprendido de ellos.
Sus padres sonrieron, felices de ver a Mathias tan contento. «Nos alegra mucho que hayas tenido un día tan especial, Mathias. Nunca dejes de bailar y de disfrutar cada momento,» le dijeron.
Esa noche, mientras Mathias se preparaba para dormir, pensó en sus nuevos amigos y en todas las aventuras que aún les esperaban. Sabía que siempre podría regresar al prado mágico para bailar y compartir momentos felices con Brinco, Rizo y las mariposas.
Y así, cada día, Mathias seguía bailando con alegría, recordando que la verdadera magia del baile está en los amigos y en los momentos especiales que se crean juntos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.