Cuentos de Aventura

Max y la Nave Perdida

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

Puntuación:

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Había una vez un niño llamado Max. Tenía el pelo despeinado y siempre llevaba su camiseta azul favorita y sus zapatillas de correr, porque nunca sabía cuándo comenzaría una nueva aventura. Un día, Max decidió salir a dar un paseo por el bosque que estaba cerca de su casa. Era un lugar mágico, lleno de árboles altos y luces brillantes que siempre lo hacían sentir como si estuviera en otro mundo.

Mientras caminaba por el sendero, escuchó un sonido extraño, como si alguien estuviera intentando hablar con él desde muy lejos. Max paró y miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Entonces, de repente, una voz suave y misteriosa le habló desde el cielo. “Max, necesitamos tu ayuda. Debes llegar a un planeta lejano y rescatar a una científica que ha sido secuestrada”.

Max se quedó sorprendido. Nunca antes había escuchado algo así, pero le encantaba la idea de una aventura espacial. “¿Una misión en el espacio?”, preguntó emocionado. “¿Y cómo llego al planeta?”, añadió, mirando hacia arriba. La voz respondió: “Tu nave espacial te espera, pero debes ir rápido, no hay tiempo que perder”.

Max corrió de regreso a su casa para recoger sus cosas. Sabía que en una aventura como esta necesitaría llevar su mochila con sus objetos especiales: su linterna, su brújula de juguete, y un pequeño bocadillo porque siempre le daba hambre cuando estaba en una misión importante. Después de prepararse, salió corriendo hacia el lugar donde solía guardar su nave espacial. Sin embargo, cuando llegó allí, la nave no estaba.

“¿Dónde está mi nave?”, se preguntó Max, un poco confundido. Buscó por todas partes: debajo de los arbustos, detrás de los árboles, pero no la encontraba. Se rascó la cabeza, tratando de recordar dónde la había dejado la última vez. Sabía que sin la nave, no podría llegar al planeta lejano para rescatar a la científica.

Max decidió volver al bosque para buscarla. Caminó entre los árboles, mirando a su alrededor con atención. De repente, vio algo que brillaba entre las ramas. Corrió hacia el lugar y, para su sorpresa, allí estaba su nave, escondida detrás de un grupo de grandes árboles. “¡Aquí está!”, exclamó Max, aliviado. Pero había un problema. La nave estaba atrapada entre las ramas y no podía sacarla.

Max no se rindió. Se subió a una roca cercana y, con mucho cuidado, comenzó a mover las ramas para liberar su nave. “Con cuidado, con cuidado”, repetía mientras intentaba no dañar su preciada nave. Después de varios minutos de esfuerzo, finalmente logró sacarla. La nave era pequeña pero perfecta para viajar por el espacio. Tenía luces de colores y un botón que hacía que las alas se desplegaran.

Max subió a la nave, se puso su casco de piloto, y apretó el gran botón verde que activaba los motores. En un abrir y cerrar de ojos, la nave despegó, dejando atrás el bosque y subiendo hacia el cielo estrellado. Max miraba por la ventana con los ojos bien abiertos, emocionado por lo que vería más allá de las estrellas.

El viaje fue rápido, y pronto llegó al planeta lejano. Era un lugar lleno de montañas de colores y lagos brillantes. Max aterrizó la nave cerca de una cueva oscura, donde la voz le había dicho que encontraría a la científica. Con su linterna en la mano, Max se adentró en la cueva.

“¡Hola! ¿Hay alguien aquí?”, llamó Max. Después de unos segundos, escuchó una respuesta. “¡Ayuda! Estoy aquí adentro”. Max siguió la voz hasta encontrar a una mujer vestida con una bata blanca. Era la científica que debía rescatar. Estaba atrapada en una red extraña, pero Max, con su linterna y sus manos rápidas, logró liberarla.

“¡Gracias, Max! Me salvaste”, dijo la científica con una gran sonrisa. “Ahora debemos regresar a la Tierra”, añadió. Juntos, subieron a la nave de Max y volvieron a volar por el espacio, pasando por estrellas y planetas brillantes.

Cuando aterrizaron de nuevo en el bosque, la científica le dio las gracias a Max y le prometió que le enviaría una medalla de héroe espacial. Max sonrió, contento de haber cumplido su misión.

Esa noche, Max volvió a su casa, cansado pero feliz. Se acostó en su cama, abrazando su almohada, y se quedó dormido pensando en las estrellas y en todas las aventuras que todavía le quedaban por vivir.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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