En un rincón de la vasta selva tropical de Venezuela, donde los ríos serpentean entre los árboles y las montañas verdes tocan el cielo, vivían tres grupos muy diferentes pero unidos por una sola tierra. Los piaroas, uno de los muchos pueblos indígenas de la región, conocían el bosque como la palma de su mano. Sus ancestros habían vivido allí por siglos, cazando, pescando y respetando la naturaleza. Los piaroas creían que cada árbol y cada río tenía un espíritu, y por eso lo cuidaban como si fuera parte de su familia.
Un día, Kuené, un joven piaroa, caminaba por el bosque recogiendo frutos con su cerbatana en la mano, siempre listo para cazar pequeños animales. Mientras recogía frutas, escuchó algo extraño: voces hablando en un idioma que no conocía. Se escondió detrás de un gran árbol y, con curiosidad, miró hacia el claro. Allí vio a dos personas que no eran de su tribu. Uno de ellos era alto, con piel clara y ropa que brillaba bajo el sol. El otro, de piel oscura y vestido con ropas coloridas, parecía estar discutiendo con el primero.
Kuené decidió acercarse con cautela. Aunque no entendía lo que decían, sabía que esos extraños eran europeos y africanos, que habían llegado a Venezuela hacía tiempo, trayendo consigo nuevas costumbres y formas de vida. Sin embargo, él también sabía que, a pesar de sus diferencias, todos podían vivir en paz, respetando la tierra que compartían.
De repente, el hombre europeo, llamado Rodrigo, vio a Kuené entre los árboles y lo saludó. “¡Hola, joven amigo!”, dijo en su idioma, mientras hacía un gesto amistoso. Kuené, aunque no entendía bien sus palabras, sonrió tímidamente y se acercó. La mujer africana, llamada Amina, también lo miró con una cálida sonrisa. “¿Eres de aquí?”, preguntó en un idioma más cercano al de Kuené. Él asintió, reconociendo algunas palabras.
A pesar de las barreras del idioma, los tres encontraron una manera de comunicarse. Kuené les mostró las maravillas del bosque, les explicó cómo sus antepasados vivían en armonía con la naturaleza. Amina les contó historias de su tierra natal, de las grandes llanuras y montañas de África, mientras Rodrigo hablaba de los barcos que cruzaban el océano y de los sueños de nuevas tierras.
Los tres exploradores decidieron embarcarse en una gran aventura juntos. Querían llegar a un lugar sagrado en las montañas, donde según la leyenda, los espíritus de los antepasados indígenas, europeos y africanos se reunían para mantener la paz entre los pueblos. Era un lugar donde la historia de Venezuela estaba escrita en las piedras, y donde los que llegaban con respeto podían aprender los secretos del pasado.
Durante el viaje, Kuené fue el guía. Sabía cómo moverse en la selva sin hacer ruido, cómo encontrar agua fresca y cómo evitar a los animales peligrosos. Rodrigo, aunque acostumbrado a las ciudades y barcos, aprendió a respetar la sabiduría de Kuené y empezó a entender que había mucho que aprender de la tierra. Amina, con su gran fortaleza, se convirtió en la protectora del grupo, asegurándose de que todos estuvieran bien alimentados y seguros.
El camino no fue fácil. Tuvieron que cruzar ríos caudalosos, subir montañas empinadas y pasar por noches frías bajo el cielo estrellado. Pero con cada paso, los tres se hicieron más amigos, compartiendo sus historias y sus sueños. Cada uno tenía una perspectiva diferente del mundo, pero todos querían lo mismo: entenderse mejor y cuidar la tierra que compartían.
Finalmente, llegaron al lugar sagrado. Era un claro en la cima de una montaña, rodeado de grandes piedras talladas con símbolos antiguos. Kuené reconoció algunos de los símbolos como parte de las enseñanzas de su pueblo. Amina, mirando las piedras, vio figuras que le recordaban a los antiguos símbolos de su tierra africana. Rodrigo, por su parte, vio las marcas de antiguos exploradores europeos.
De pie, los tres miraron las piedras y comprendieron que la historia de Venezuela no era de un solo pueblo, sino de muchos. Los indígenas, los europeos y los africanos habían contribuido a lo que era hoy el país, y solo juntos podían proteger esa tierra.
Kuené, Amina y Rodrigo se sentaron alrededor del fuego, compartiendo una comida sencilla. Sabían que su aventura les había enseñado algo muy importante: aunque eran diferentes, su unión era la clave para el futuro. La paz, el respeto y la colaboración eran los verdaderos tesoros de su viaje.
Cuando el sol comenzó a ponerse, Kuené se levantó y miró hacia las montañas. Sabía que debía regresar a su pueblo, pero nunca olvidaría esta aventura ni a sus nuevos amigos. “Venezuela es nuestra casa”, dijo en su idioma, sonriendo a Amina y Rodrigo. Y aunque no entendían todas sus palabras, sabían exactamente lo que quería decir.
Con esta aventura, Kuené, Amina y Rodrigo demostraron que, aunque vinieran de diferentes partes del mundo, sus corazones latían al mismo ritmo, por una Venezuela llena de diversidad, respeto y esperanza para el futuro.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.