Cuentos de Aventura

Santi y el vuelo de los sueños

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Santi era un niño soñador. Desde que era muy pequeño, se sentía fascinado por todo lo que podía volar. Pasaba horas en el patio de su casa, mirando al cielo, observando cómo los pájaros se elevaban sin esfuerzo y cómo los aviones cruzaban las nubes dejando una estela blanca a su paso. Lo que más deseaba en el mundo era poder volar, como esos pájaros que parecían libres y felices.

Su fiel compañero en todas sus aventuras era Coqui, su pequeño perro de orejas largas y pelaje marrón. Coqui era juguetón y siempre estaba corriendo por el patio, persiguiendo mariposas o ladrando a las hojas que se movían con el viento. Aunque no podía volar como los pájaros, Coqui compartía el entusiasmo de Santi por cada nueva idea.

Un día, mientras Santi estaba jugando con una caja de cartón, decidió que esa caja sería su avión. La decoró con crayones, le puso alas de papel y dibujó ventanas con un marcador negro. «¡Este es mi avión, Coqui!», le dijo emocionado a su perro, que lo miraba moviendo la cola. «Hoy volaremos muy alto, hasta tocar las nubes.»

Santi se colocó unas viejas gafas de natación, que usaba como si fueran gafas de aviador, y se sentó dentro de la caja. Coqui se subió a su lado, emocionado por la nueva aventura. «¡Listo para despegar!», gritó Santi, moviendo los brazos como si fueran las hélices de un gran avión. Aunque sabía que estaba en el suelo, en su imaginación ya estaba volando sobre montañas y mares lejanos.

Marisol, su mamá, observaba desde la ventana, con una sonrisa en el rostro. Siempre había alentado a Santi a soñar en grande. «Sigue soñando, hijo», le decía siempre. «Porque los sueños son el primer paso para lograr cosas increíbles.» Marisol había crecido en una familia donde el trabajo duro era lo más importante, pero había aprendido con los años que también era esencial dejar espacio para la imaginación y los deseos. Por eso, apoyaba cada idea loca de Santi, cada avión de cartón y cada cometa hecha con retazos de tela.

Ese día, mientras Santi «volaba» por el patio en su caja de cartón, Marisol salió con una sorpresa. «Santi, mira lo que tengo para ti», dijo, mostrándole una cometa colorida que había hecho para él. «Tal vez no puedas volar todavía, pero esta cometa puede ir muy alto. ¿Te gustaría intentarlo?»

Los ojos de Santi brillaron de emoción. «¡Sí, mamá! ¡Vamos a hacerla volar bien alto!» Con la ayuda de Marisol, ataron la cuerda y, después de unos cuantos intentos, la cometa comenzó a elevarse en el aire. Santi corría por el patio con Coqui saltando a su lado, mientras la cometa se elevaba cada vez más, moviéndose con el viento. «¡Mira cómo vuela!», gritaba Santi, riendo de alegría.

Cada día, Santi encontraba algo nuevo con lo que jugar y soñar. Si no estaba volando en su avión de cartón, estaba construyendo pequeños helicópteros de madera con palitos de helado, o lanzando aviones de papel desde el techo de su casa. No importaba lo que tuviera a mano, siempre encontraba la manera de convertirlo en una nueva aventura aérea.

Con el tiempo, Marisol comenzó a darse cuenta de que el amor de Santi por volar no era solo un juego. Cada vez que hablaba del futuro, Santi decía que quería ser piloto cuando fuera grande. «Voy a volar aviones de verdad, mamá», le decía con confianza. «Y tú y Coqui vendrán conmigo. Vamos a ver el mundo desde el cielo.»

Marisol siempre le sonreía y le decía que estaba segura de que lo lograría. Y así, conforme Santi crecía, su pasión por los aviones y todo lo que volaba también crecía. Cuando cumplió doce años, su mamá lo llevó a su primer viaje en avión. Sentado junto a la ventana, Santi observaba maravillado cómo el avión despegaba y se elevaba por encima de las nubes. «Así es como se siente volar de verdad», pensó mientras miraba el paisaje desde el cielo. Estaba más decidido que nunca a convertirse en piloto.

Los años pasaron y Santi siguió persiguiendo su sueño. Estudió con dedicación y, con el apoyo de su mamá, logró ingresar a una escuela de aviación. Aunque el camino no fue fácil, nunca perdió de vista su objetivo. Recordaba siempre las palabras de Marisol: «Los sueños son el primer paso para lograr cosas increíbles». Y eso lo motivaba a seguir adelante, incluso en los momentos difíciles.

Finalmente, el día llegó. Santi se convirtió en un piloto certificado y comenzó a volar aviones de verdad. Cada vez que despegaba, sentía la misma emoción que cuando era niño y jugaba en su patio con Coqui y su caja de cartón. Había cumplido su sueño.

Un día, Santi decidió sorprender a su mamá. «Mamá, ven conmigo en este vuelo», le dijo con una sonrisa. Marisol, emocionada y orgullosa, se sentó a su lado en el avión. Cuando el avión despegó, ambos miraron por la ventana, recordando todas las veces que habían soñado con ese momento. «Lo lograste, Santi», dijo Marisol con lágrimas de alegría en los ojos. «Siempre supe que lo harías.»

Y así, volando entre las nubes, Santi entendió que los sueños no solo son importantes porque nos llevan a lugares increíbles, sino porque nos enseñan a creer en nosotros mismos y en lo que somos capaces de lograr.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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