Santi era un niño lleno de imaginación y sueños grandes. Desde que tenía memoria, le fascinaba todo lo que volaba. Aviones, helicópteros, globos aerostáticos… cualquier cosa que pudiera elevarse hacia el cielo lo emocionaba. Le encantaba imaginarse a sí mismo como un gran piloto, surcando las nubes y explorando lugares lejanos. Y lo mejor de todo es que no estaba solo en sus aventuras. Siempre lo acompañaban su fiel perro Coqui, un perrito travieso con orejas largas y mucho entusiasmo, y su mamá Marisol, que siempre lo alentaba a soñar en grande.
Un día, mientras jugaba en el patio trasero de su casa, Santi decidió que sería un gran aviador. Corrió hacia su cuarto y encontró una caja de cartón que se convertiría en su avión. Con tijeras, crayones y cinta adhesiva, transformó esa simple caja en el avión más increíble que jamás se hubiera visto. Le agregó alas, ventanas y hasta un timón hecho con un viejo plato de plástico. Pero no podía volar sin su equipo de piloto, así que buscó unas gafas de nadar, que se convertirían en sus gafas de aviador, y un gorro de lana que usó como casco.
Coqui, por supuesto, estaba a su lado, saltando de emoción mientras Santi preparaba todo. El pequeño perro corría de un lado a otro del patio, como si también estuviera listo para emprender una gran aventura. «¡Coqui, prepárate, hoy volamos alto!», le dijo Santi mientras ajustaba sus «gafas de aviador». El perrito ladró con entusiasmo, como si entendiera cada palabra.
Cuando todo estuvo listo, Santi subió a su avión de cartón y gritó: «¡Listo para despegar!» Marisol, que estaba observando desde la ventana, salió al patio con una gran sonrisa. Ella sabía lo mucho que Santi amaba soñar con volar, y siempre lo apoyaba en todas sus aventuras. «¿Listo para tu gran vuelo, capitán?» le preguntó con una sonrisa, sosteniendo una hélice de juguete que había encontrado en el garaje.
«¡Sí, mamá! ¡Hoy volaremos hasta las estrellas!», respondió Santi emocionado, mientras giraba el timón de su avión imaginario.
Con un pequeño empujón, Marisol ayudó a que el avión de cartón comenzara su despegue, y Santi, con la ayuda de su imaginación, comenzó a volar. Mientras corría por el patio, las hojas de los árboles se movían como si fueran las nubes que rodeaban su avión, y el viento en su cara le hacía sentir que realmente estaba en el aire.
«¡Mira, Coqui! ¡Estamos volando sobre las montañas!» dijo Santi, apuntando hacia las montañas imaginarias que veía en su mente. Coqui, corriendo junto a él, ladraba y saltaba, como si también estuviera disfrutando del vuelo.
Santi y Coqui volaron por todo el patio, imaginando que sobrevolaban mares, selvas y desiertos. «¡Allí está una isla secreta, Coqui! ¡Vamos a aterrizar y buscar un tesoro!» exclamó Santi mientras frenaba su avión. Saltó de la caja y corrió hacia una esquina del patio donde había algunas plantas. «Este será nuestro mapa del tesoro», dijo, tomando una rama y trazando líneas en el suelo.
Marisol los observaba con ternura desde el porche. Le encantaba ver cómo su hijo usaba su imaginación para crear mundos maravillosos. Siempre había creído que soñar era una de las cosas más importantes que un niño podía hacer, y por eso alentaba a Santi en cada una de sus fantasías. «Sigue soñando, mi amor», le decía siempre, «porque los sueños son el primer paso para hacer realidad lo que deseas».
Con el paso de los días, las aventuras de Santi y Coqui se volvían cada vez más emocionantes. Un día, eran pilotos en una misión secreta para salvar el mundo. Otro día, eran exploradores en busca de tierras desconocidas. Y Marisol siempre estaba allí, aplaudiendo y motivándolo a seguir adelante.
El tiempo pasó, y aunque Santi crecía, su amor por volar nunca cambió. Cada año, cuando alguien le preguntaba qué quería ser de grande, su respuesta era siempre la misma: «Quiero ser piloto, como en mis juegos de cuando era pequeño». Y aunque muchos niños cambian de opinión sobre sus sueños a medida que crecen, Santi nunca dejó de lado el suyo.
Cuando llegó el momento de ir a la universidad, Santi se inscribió en una escuela de aviación. Estudiaba con dedicación, recordando siempre el apoyo de su mamá y las aventuras que había vivido en su infancia con Coqui. Cada vez que subía a un avión de verdad, recordaba cómo todo había empezado con una caja de cartón y unas gafas de nadar.
Con el tiempo, Santi se convirtió en un gran piloto, volando aviones reales por todo el mundo. Viajó a lugares lejanos y vio desde el cielo las montañas, los océanos y las ciudades que alguna vez solo había imaginado. Pero lo que más disfrutaba era cuando regresaba a casa, donde su mamá lo esperaba con una gran sonrisa y le decía: «Sabía que lo lograrías, mi piloto favorito».
Y aunque Coqui ya no estaba a su lado en esos momentos, Santi siempre lo recordaba como su fiel compañero de aventuras.
Al final, Santi aprendió que los sueños no solo son algo que se imagina, sino que pueden convertirse en realidad si uno se esfuerza y nunca deja de creer en ellos. Gracias al amor de su mamá y su perro, y a su propia determinación, Santi se convirtió en lo que siempre había soñado: un gran aviador.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.