Había una vez tres hermanos que vivían en un pequeño pueblo rodeado de un denso bosque. Paula, la mayor, era una niña muy inteligente con largos cabellos castaños y gafas que resaltaban sus ojos curiosos. Dylan, el hermano mediano, era valiente y siempre estaba dispuesto a explorar nuevos lugares. Tenía el cabello corto y negro, y una expresión de constante asombro en su rostro. Finalmente, estaba la pequeña Lucía, una bebé con grandes ojos azules y una sonrisa que iluminaba cualquier lugar.
Una tarde de otoño, mientras jugaban cerca del borde del bosque, Paula y Dylan escucharon un extraño sonido proveniente de entre los árboles. Curiosos, decidieron investigar, llevando a Lucía en su cochecito. A medida que se adentraban en el bosque, los árboles parecían cerrar filas a su alrededor, creando un túnel de hojas y ramas que filtraba la luz del sol de manera mágica.
«¿Escuchaste eso, Paula?» preguntó Dylan, deteniéndose para escuchar mejor.
«Sí,» respondió Paula, ajustándose las gafas. «Parece venir de más adelante.»
Siguieron el sonido hasta llegar a un claro en el bosque, donde encontraron una pequeña cabaña de aspecto antiguo. La cabaña estaba rodeada de plantas luminosas que parecían brillar con una luz propia. En la puerta de la cabaña había una bruja anciana con una capa negra y un sombrero puntiagudo.
«¡Hola, niños!» dijo la bruja con una voz sorprendentemente amable. «¿Qué los trae por aquí?»
Paula, que era la más valiente, dio un paso adelante. «Hola, somos Paula, Dylan y Lucía. Escuchamos un sonido extraño y decidimos investigar.»
La bruja sonrió y los invitó a acercarse. «Mi nombre es Melisande. Vivo aquí en el bosque y cuido de estas plantas mágicas. ¿Quieren ver algo increíble?»
Los ojos de Dylan se iluminaron de emoción y Paula, aunque más cautelosa, asintió con curiosidad. La bruja los llevó a un jardín detrás de la cabaña donde crecían flores de todos los colores y tamaños, algunas flotando en el aire y otras cambiando de color al ritmo del viento.
«¡Wow!» exclamó Dylan. «Nunca había visto algo así.»
«Estas plantas tienen poderes mágicos,» explicó Melisande. «Cada una de ellas puede hacer cosas maravillosas. Pero hay una que es especial.» Señaló una flor dorada en el centro del jardín. «Esta flor puede conceder deseos.»
Paula miró a la flor con escepticismo. «¿Conceder deseos? Eso suena a cuento.»
Melisande rió suavemente. «Es verdad, pero hay una condición. Solo los corazones puros pueden pedir un deseo, y deben usarlo para un buen propósito.»
Mientras la bruja hablaba, Lucía se inclinó desde su cochecito y tocó la flor dorada. De repente, la flor comenzó a brillar intensamente y una luz dorada envolvió a Lucía. Los tres hermanos quedaron boquiabiertos al ver que la flor realmente tenía poderes mágicos.
Melisande sonrió. «Parece que tu hermanita tiene un corazón muy puro. Ahora, ¿qué deseo le gustaría pedir?»
Paula y Dylan se miraron. No sabían qué desear, pero sabían que debía ser algo importante. Paula, pensando en todos los problemas que su familia había enfrentado, dijo: «Deseo que nuestra familia siempre esté unida y feliz.»
La flor brilló aún más y luego la luz se desvaneció. Melisande asintió con aprobación. «Un deseo muy noble. Ahora, recuerden siempre la importancia del amor y la familia.»
Agradecieron a la bruja y, con el corazón lleno de alegría, regresaron a casa. A partir de ese día, notaron que sus padres estaban más felices y unidos, y que su hogar estaba lleno de risas y amor. Paula y Dylan sabían que todo se debía al deseo concedido por la flor dorada.
Cada vez que miraban el bosque desde su casa, recordaban la mágica tarde que habían pasado con la bruja Melisande y las maravillas del jardín encantado. Prometieron regresar algún día para agradecerle nuevamente y quizás descubrir más secretos del bosque encantado.
Así, los tres hermanos, Paula, Dylan y la pequeña Lucía, aprendieron que el amor y la bondad pueden hacer que cualquier deseo se haga realidad y que, juntos, podían enfrentar cualquier desafío que la vida les presentara.
Y así vivieron felices, siempre recordando la magia que una vez encontraron en el corazón del bosque encantado.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.