Cuentos de Brujas

Sofía y la magia traviesa

Lectura para 1 año

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Había una vez, en un bosque lleno de colores y flores mágicas, una pequeña bruja llamada Sofía. Sofía era muy alegre, con su sombrero puntiagudo y su varita brillante. Todos los días le gustaba hacer magia para ayudar a los animales del bosque y jugar con las mariposas que volaban a su alrededor.

Sofía vivía en una casita pequeña, hecha de hojas y ramas, justo al lado de un lago que siempre brillaba como si estuviera lleno de estrellas. Desde que era muy chiquita, Sofía aprendió a hacer magia, y aunque sabía usarla muy bien, a veces hacía un poquito de trampa. Le encantaba usar su varita mágica para hacer cosas que ella no quería hacer por sí misma. Por ejemplo, cuando llegaba la hora de ordenar su casita, ¡puf! Con un movimiento de su varita, los platos se lavaban solos y las escobas barrían el suelo. Así, ella podía irse a jugar sin preocuparse.

Un día, mientras jugaba en el bosque con sus amigos los conejitos, Sofía pensó: «¿Y si hago más magia para que mis tareas se hagan solitas siempre?». Y con un toque rápido de su varita, dijo las palabras mágicas: “¡Zas, puf, pum! ¡Que todo lo que yo no quiera hacer, se haga solo!”

Al principio, todo parecía ir perfecto. Las flores se regaban solas, la cama se hacía sin esfuerzo, y hasta las mariposas ayudaban a recoger sus juguetes. Sofía estaba muy contenta y no paraba de reírse, ¡qué divertido era ver cómo todo funcionaba sin tener que mover un dedo!

Pero lo que Sofía no sabía era que la magia tiene su propio carácter, y si se usa de manera perezosa, puede volverse un poquito traviesa. Esa misma tarde, mientras Sofía jugaba, la magia decidió hacer algo inesperado.

Sofía estaba jugando a saltar con los conejitos cuando, de repente, su sombrero de bruja empezó a encogerse. ¡Oh no! El sombrero se fue haciendo cada vez más pequeño hasta que apenas cabía en su cabecita. Luego, su vestido de colores mágicos también comenzó a cambiar. La magia, que parecía estar enojada, convirtió su vestido en un pijama con ositos y estrellas brillantes, como el que usan los bebés.

—¡Pero qué está pasando! —dijo Sofía sorprendida, mirando su nuevo atuendo.

Y no solo eso, su varita mágica comenzó a brillar con un color extraño y empezó a lanzar burbujas de jabón en vez de magia. Las burbujas volaban por todas partes, haciendo que los animalitos del bosque se rieran al ver a Sofía envuelta en burbujas. Ella intentó hacer un hechizo para volver todo a la normalidad, pero cada vez que agitaba su varita, más burbujas salían y menos control tenía sobre su magia.

—¡Oh, no! ¡Mi magia se está portando mal! —exclamó Sofía con una risita nerviosa.

La situación empeoró cuando, sin querer, dijo unas palabras mágicas al revés. ¡Zas! De repente, Sofía sintió algo extraño. ¡Había lanzado un hechizo sobre sí misma! El hechizo la hizo sentirse como si fuera muy pequeña otra vez. Su casa se llenó de juguetes enormes, y los muebles parecían más grandes de lo normal. Todo a su alrededor era como si Sofía hubiera regresado a ser una bebé.

Mientras tanto, los animalitos del bosque no podían parar de reír. El conejito más travieso, Pompón, se acercó a Sofía y le dio una manta suave.

—Parece que tu magia está jugando contigo, Sofía —le dijo Pompón, riéndose mientras le daba un abrazo suave.

Sofía, aunque al principio se sintió un poco avergonzada, no pudo evitar sonreír también. Sabía que había abusado de su magia, y que la magia solo quería enseñarle una pequeña lección: que no todo debía hacerse con varitas y hechizos, sino que a veces, hacer las cosas por uno mismo también podía ser divertido.

—Creo que me he pasado un poco con la magia, —dijo Sofía mientras se sentaba en el suelo rodeada de sus amigos—. A veces es mejor hacer las cosas sin trucos.

Pompón y los otros animalitos asintieron, felices de ver que Sofía había aprendido la lección.

—¡No te preocupes! —dijo Pompón—. ¡Todos cometemos errores! Y tú eres la bruja más divertida de todo el bosque.

Después de un rato, las burbujas comenzaron a desvanecerse, y poco a poco, el pijama de ositos desapareció. El vestido colorido de Sofía volvió a la normalidad, y su sombrero de bruja recuperó su tamaño. Aunque todavía quedaban algunas burbujas flotando por el aire, Sofía ya no se sentía mal. Ahora sabía que la magia debía usarse con responsabilidad y no solo para evitar tareas.

—¡Gracias, magia traviesa! —dijo Sofía con una sonrisa—. Me has enseñado una gran lección.

Desde ese día, Sofía empezó a disfrutar haciendo algunas tareas por sí misma. Descubrió que barrer el suelo podía ser divertido si lo hacía bailando, y que lavar los platos era mucho mejor cuando lo hacía cantando con los pajaritos. Aunque seguía usando su magia, ya no la usaba para hacer todo el trabajo, sino para divertirse con sus amigos y ayudar a quien lo necesitara.

Y así, Sofía continuó siendo la bruja más alegre del bosque, pero ahora, con una nueva forma de ver la magia: como un juego divertido que no debía reemplazar el esfuerzo de hacer las cosas por uno mismo.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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