Había una vez un hombre llamado Diego, un coleccionista apasionado de plumas, pero no cualquier tipo de plumas, sino aquellas que pertenecieron a los más grandes escritores de la historia. Diego estaba obsesionado con la idea de poseer las herramientas con las que escritores como Cervantes, Víctor Hugo, Borges, y muchos otros habían creado sus grandes obras. A lo largo de su vida, Diego se dedicó a recorrer el mundo, utilizando cualquier medio, ya fuera bueno o malo, para conseguir esas plumas tan valiosas.
La historia de Diego comenzó cuando, siendo un joven lector apasionado, se topó con un libro antiguo en una biblioteca. El libro hablaba de la pluma con la que Cervantes había escrito «Don Quijote de la Mancha». Desde ese momento, Diego se fijó una meta: encontrar esa pluma, y todas las demás con las que los grandes autores habían dado forma a sus obras maestras.
El tiempo pasó, y Diego se convirtió en un hombre astuto y decidido. Sabía que algunas de las plumas más importantes estaban en manos de ricos coleccionistas o escondidas en subastas secretas. No le importaba el esfuerzo que debía hacer ni los trucos que debía emplear para hacerse con ellas.
La pluma de Kafka
Una de las primeras plumas que Diego consiguió fue la de Franz Kafka, el famoso autor de «La metamorfosis». Diego descubrió que la pluma estaba en una subasta en Praga. Viajó hasta allí y, con gran paciencia, esperó el momento de la subasta. Sabía que habría muchos interesados en esa reliquia, pero Diego estaba dispuesto a pagar lo que fuera necesario. La puja fue intensa, pero al final, cuando el martillo del subastador cayó, la pluma de Kafka fue suya. Diego guardó esa pluma con gran cuidado en una caja de terciopelo, su primera gran conquista.
La pluma de Borges
La pluma de Jorge Luis Borges no fue tan fácil de conseguir. Diego se enteró de que un hombre llamado Juan, conocido por su afición a las apuestas, tenía en su poder la pluma con la que Borges había escrito algunos de sus cuentos más famosos. Decidido a obtenerla, Diego se infiltró en una partida de póker clandestina en Buenos Aires, donde Juan solía apostar objetos raros. La partida fue larga y arriesgada, pero Diego, con nervios de acero, consiguió ganar la pluma de Borges en una jugada maestra. Aquella noche, Diego salió del lugar con una sonrisa triunfante y la pluma firmemente sujeta en su bolsillo.
La pluma de Víctor Hugo
Otra de las plumas más valiosas en su colección fue la de Víctor Hugo, el famoso autor de «Los Miserables». Esta pluma estaba en manos de un hombre rico llamado Ricardo, quien la guardaba celosamente en su mansión. Diego intentó comprarla varias veces, pero Ricardo se negaba a venderla. Entonces, Diego ideó un plan. Se ganó la confianza de Ricardo, haciéndose pasar por un gran admirador de Víctor Hugo. Después de varios encuentros, aprovechó un descuido para robar la pluma. Diego salió de la mansión sin ser descubierto, añadiendo otro trofeo a su colección secreta.
La pluma de Cervantes
Pero la pluma que más anhelaba Diego era la de Miguel de Cervantes. Sabía que esa pluma sería el centro de su colección, la joya más brillante entre todas. Después de muchos años de investigación, Diego descubrió que la pluma estaba en manos de un coleccionista privado en España. Intentó comprarla de todas las maneras posibles, pero el dueño se negaba a venderla a cualquier precio. Desesperado, Diego decidió utilizar un método más oscuro: chantajear al coleccionista con información personal que había obtenido. Al final, el coleccionista no tuvo más remedio que entregarle la pluma. Aunque Diego la obtuvo, sintió que algo en él había cambiado para siempre.
Con el paso del tiempo, Diego siguió coleccionando más plumas de escritores famosos, usando todo tipo de trucos y artimañas. Cada pluma tenía su propia historia, y Diego las guardaba todas en una gran caja de madera, parecida a una caja de puros cubanos. En esa caja, junto a cada pluma, Diego colocaba una hoja de papel donde detallaba cómo había conseguido cada una de ellas.
El descubrimiento de Pablo
Después de muchos años, Diego murió, dejando su colección en el olvido. Nadie sabía de la existencia de las plumas, excepto un joven llamado Pablo, un vecino que había ayudado a Diego en más de una ocasión. Un día, tras la muerte de Diego, Pablo fue invitado a revisar las pertenencias de su viejo amigo. Mientras revisaba las cosas, encontró una gran caja de madera oculta en una esquina del estudio de Diego.
Al abrir la caja, Pablo se sorprendió al ver varias plumas antiguas, cada una con una etiqueta que indicaba el nombre de un famoso escritor: Cervantes, Borges, Kafka, Dickens y muchos más. Fascinado por lo que había encontrado, Pablo comenzó a leer las hojas que Diego había dejado con cada pluma. Cada una de esas historias revelaba un capítulo fascinante en la vida secreta de Diego.
Pablo no podía creer lo que había descubierto. Las plumas, más que simples objetos, parecían tener una historia viva detrás de ellas, una conexión directa con los grandes escritores del pasado. Pablo decidió que estas plumas debían ser compartidas con el mundo, no podían permanecer escondidas en una caja para siempre.
El legado de Diego
Pablo organizó una exposición en una biblioteca local, donde mostró las plumas y las historias que Diego había dejado. La gente que acudió a ver la colección quedó maravillada, no solo por la rareza de los objetos, sino por las increíbles historias que acompañaban cada pluma. El legado de Diego, aunque lleno de decisiones cuestionables, se convirtió en una fascinante pieza de historia literaria.
Con el tiempo, la colección de Diego fue reconocida a nivel internacional, y su nombre quedó vinculado para siempre con los grandes escritores de la historia, no por sus palabras, sino por las plumas con las que ellos habían escrito las suyas. Y aunque Diego ya no estaba, su obsesión por las plumas continuaba fascinando a todos los que descubrían su historia.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.