Había una vez un perro muy especial llamado Abc. Abc no era un perro cualquiera, no, no. Abc era muy inteligente y le encantaba crear cosas nuevas. Vivía en una casa llena de herramientas, luces parpadeantes y máquinas muy divertidas que hacían ruidos curiosos. Cada día, Abc pasaba horas y horas en su pequeño taller, buscando nuevas ideas.
Un día, Abc tuvo una gran idea. ¡Quería crear un robot! Un robot que pudiera jugar con él y ayudarle a hacer cosas importantes, como recoger pelotas y alcanzar las galletas que estaban en la alacena, muy altas.
—¡Guau! —ladró Abc emocionado—. ¡Hoy voy a crear mi propio robot!
Abc saltó de su cama y corrió hacia su taller. Allí, en una esquina, tenía una caja llena de piezas brillantes: tuercas, tornillos, botones que hacían «bip», y cables de colores. Empezó a juntar las piezas, una por una, con mucho cuidado.
Primero, Abc tomó una caja metálica y la colocó como el cuerpo del robot. Después, encontró dos ruedas grandes, perfectas para que el robot pudiera moverse. Mientras trabajaba, su colita no paraba de moverse de un lado a otro, muy feliz.
—¡Ruedas listas! —dijo Abc, mientras ajustaba los tornillos.
Luego, buscó una pantalla brillante que serviría como la cara del robot. La pantalla podía mostrar caritas felices, y a veces también podía mostrar corazones, estrellas y muchos colores. Abc estaba muy contento con su trabajo.
—¡Ahora, los brazos! —ladró Abc.
Encontró dos brazos largos y un poco tambaleantes. Los sujetó al cuerpo del robot con más tornillos y cables. Los brazos se movían de un lado a otro, como si estuvieran saludando.
Finalmente, Abc conectó todos los cables. El robot empezó a brillar con luces de colores. ¡Estaba casi listo! Solo faltaba encenderlo.
—¡Es hora de encender el robot! —dijo Abc emocionado.
Con mucho cuidado, Abc apretó un botón rojo que estaba en el pecho del robot. De repente, el robot comenzó a moverse. Primero, sus ruedas giraron lentamente, luego sus brazos comenzaron a agitarse, y la pantalla mostró una gran carita feliz.
—¡Hola! —dijo el robot con una voz suave y divertida—. ¡Soy tu nuevo amigo robot!
Abc saltó de alegría y ladró muy fuerte. ¡Lo había logrado! Había creado su propio robot, y además, ¡el robot hablaba!
—¡Guau, guau! —dijo Abc—. ¡Eres perfecto!
El robot, que todavía no tenía nombre, miró a Abc con su carita sonriente.
—¿Cómo me llamo? —preguntó el robot, moviendo sus brazos de un lado a otro.
Abc se sentó a pensar. ¿Qué nombre sería perfecto para su nuevo amigo?
—Te llamarás Brillín —dijo Abc finalmente, porque el robot brillaba mucho y era muy bonito.
—¡Me encanta mi nombre! —respondió Brillín, dando vueltas en sus ruedas y mostrando estrellitas en su pantalla.
A partir de ese día, Abc y Brillín se convirtieron en los mejores amigos. Juntos hacían muchas cosas divertidas. Por las mañanas, Brillín ayudaba a Abc a recoger todas sus pelotas de tenis. ¡Las pelotas rodaban por todo el taller! Abc las lanzaba y Brillín las atrapaba con sus brazos largos.
—¡Muy bien, Brillín! —decía Abc cada vez que el robot atrapaba una pelota.
Por las tardes, cuando Abc tenía hambre, Brillín lo ayudaba a alcanzar las galletas que estaban en la alacena, muy arriba.
—¡Gracias, Brillín! —decía Abc, dándole una galleta al robot.
—¡Delicioso! —decía Brillín, aunque los robots no comían galletas, claro.
Un día, mientras jugaban en el taller, Abc tuvo una nueva idea.
—¡Brillín, podemos construir más robots! —dijo Abc emocionado—. ¡Así tendremos más amigos para jugar!
A Brillín le encantaba la idea. Así que juntos empezaron a recolectar más piezas de la caja de herramientas. Había tuercas y tornillos de sobra, y muchas pantallas de colores. Abc y Brillín trabajaron todo el día y toda la noche.
Cuando el sol salió de nuevo, en el taller no había solo un robot, sino tres robots nuevos, todos diferentes y con habilidades especiales.
—¡Guau, guau! —dijo Abc, mirando a sus nuevos amigos robot—. ¡Esto es increíble!
Uno de los robots tenía ruedas muy grandes y podía correr muy rápido. Otro tenía brazos fuertes y podía levantar cosas pesadas. Y el último robot, que era el más pequeño, tenía una pantalla que podía mostrar dibujos y formas.
Abc, Brillín y los nuevos robots jugaban todos los días en el taller. Hacían carreras con las ruedas, construían torres de bloques, y a veces, solo se sentaban a mirar las luces parpadeantes en las máquinas.
Pero un día, mientras estaban jugando, uno de los robots se detuvo. Su batería se había agotado. Abc lo miró preocupado.
—Oh, no —dijo Abc—. ¡Tenemos que ayudarlo!
Brillín, que siempre estaba listo para ayudar, le enseñó a Abc cómo recargar la batería del robot. Juntos lo conectaron a una máquina especial, y en poco tiempo, el robot volvió a encenderse con una gran carita feliz en su pantalla.
—¡Gracias, Abc! —dijo el robot—. ¡Ahora puedo seguir jugando!
Desde entonces, Abc y Brillín siempre se aseguraban de que todos los robots estuvieran bien cargados y listos para la diversión.
El taller de Abc se convirtió en un lugar lleno de risas, luces y mucha diversión. Los robots y Abc jugaban, construían nuevas cosas, y siempre encontraban maneras de divertirse. Brillín, el primer robot de Abc, siempre estaba a su lado, ayudando y siendo el mejor amigo que un perro podría tener.
Y así, Abc, el perro inventor, y sus robots vivieron felices, creando nuevas ideas y disfrutando de cada día juntos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.