Había una vez, en un futuro no muy distante, un mundo donde las ciudades flotaban entre nubes de colores y los autos volaban por encima de parques llenos de árboles que tocaban el cielo. En este mundo vivía Dylan, un niño de apenas once años, que por circunstancias misteriosas se había convertido en el rey de todo el planeta.
Dylan no era un rey común. No llevaba una pesada corona de oro ni vestía ropas incómodas que arrastraban por los suelos de palacio. Su corona era un dispositivo de alta tecnología que podía controlar y comunicarse con cualquier máquina en su reino, y su vestimenta, aunque regia, estaba diseñada para la comodidad y el movimiento, permitiéndole correr y jugar como el niño que era.
Como rey, Dylan tenía muchas responsabilidades. Cada día, su corona le mostraba mapas holográficos de su reino, indicándole áreas donde la gente necesitaba ayuda. Podía ser un problema tan grande como una tormenta que amenazaba una ciudad entera o algo tan pequeño como un parque donde los árboles necesitaban ser regados.
Una mañana, mientras observaba los hologramas, Dylan notó algo inusual. Una pequeña isla en el extremo del mundo, que solía ser verde y vibrante, estaba perdiendo colores. Intrigado y preocupado, Dylan decidió que era hora de investigar personalmente. Ajustó su traje, activó los propulsores de su corona, y se dirigió hacia la isla volando.
Al llegar, lo que vio lo dejó sin palabras. La isla estaba casi completamente gris, los árboles perdían sus hojas y el suelo estaba seco y agrietado. Entre la desolación, encontró a un grupo de niños, casi de su edad, intentando plantar nuevos árboles, pero sin éxito.
«¿Qué ha pasado aquí?» preguntó Dylan, aterrizando suavemente entre ellos.
«Es la máquina del clima,» explicó una niña con los ojos llenos de preocupación. «Se rompió hace semanas y no hemos podido repararla. Sin ella, la isla no puede mantener su clima y todo se está muriendo.»
Dylan sintió cómo el peso de la corona se hacía más pesado sobre su cabeza. Era su deber ayudar a estos niños, a su isla, a su mundo. Se acercó a la máquina del clima, una torre alta y delgada que alguna vez había brillado con luces de todos los colores, pero ahora estaba apagada y silenciosa.
«Deja que intente algo,» dijo Dylan, activando su corona. Un torrente de datos fluyó a través de su visor, mostrando el problema. Era complicado, pero no imposible de solucionar. Trabajó durante horas, ajustando componentes y reprogramando el software.
Finalmente, con un último ajuste, la máquina cobró vida, zumbando suavemente y volviendo a brillar con luz. Poco a poco, el gris comenzó a desvanecerse de la isla. Los árboles empezaron a recuperar su verdor y el aire se llenó de frescura y aromas florales.
Los niños de la isla saltaron de alegría, corriendo alrededor de Dylan, agradeciéndole. Pero Dylan sabía que este era solo un día en su vida como rey. Mañana habría nuevos desafíos y él estaría allí para enfrentarlos.
Desde ese día, la leyenda de Dylan, el joven rey que volaba de un rincón del mundo a otro ayudando a su gente, creció y se esparció por todos los rincones del planeta. Era más que un gobernante; era un héroe, un amigo y un símbolo de esperanza para todos.
Y así, Dylan continuó su reinado, no desde un trono de oro, sino desde el corazón de su gente, y el mundo nunca fue el mismo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.