En un rincón apartado de la ciudad de Neonville, se erguía un misterioso laboratorio futurista. Sus paredes de metal pulido reflejaban las luces de neón que adornaban el lugar, creando un ambiente enigmático y ligeramente inquietante. Dentro de este laboratorio, tres jóvenes prodigios trabajaban en sus experimentos científicos: Yordi, Sebastián y Lucia.
Yordi, con su cabello castaño y gafas que siempre se deslizaban por su nariz, era conocido por su curiosidad insaciable. Sebastián, alto y con cabello negro, siempre llevaba una bata de laboratorio impecable, destacando su inteligencia y meticulosidad. Lucia, con su melena rubia y vestido azul, combinaba su agudeza mental con una dulzura innata que cautivaba a todos.
Una tarde, mientras los tres amigos estaban inmersos en sus investigaciones, una alarma estridente rompió la tranquilidad del laboratorio. Los tres se miraron con sorpresa y preocupación. Nunca antes había sonado esa alarma.
—¿Qué será eso? —preguntó Yordi, ajustándose las gafas nerviosamente.
—No lo sé, pero no suena bien —respondió Sebastián, ya encaminándose hacia la fuente del sonido.
Lucia, siempre la más valiente del grupo, los siguió sin vacilar. Juntos, llegaron a una sala oculta en la que nunca habían estado antes. En el centro de la habitación había una máquina enorme con luces parpadeantes y una pantalla que mostraba una serie de códigos incomprensibles.
—Parece un tipo de sistema de seguridad avanzado —murmuró Sebastián, examinando los controles.
De repente, la pantalla se iluminó con un mensaje: «ACTIVACIÓN DEL PROTOCOLO ASESINATO PARA PRINCIPIANTES. INSTRUCCIONES DE DULCE MALDAD INICIADAS.»
—¿Asesinato? ¿Qué significa esto? —exclamó Yordi, retrocediendo un paso.
Lucia se acercó a la pantalla, leyendo atentamente. —Parece un tipo de juego… o un entrenamiento —dijo, con el ceño fruncido.
Sebastián asintió, frunciendo el ceño. —Pero no es un juego común. Debemos tener cuidado.
Sin saberlo, habían activado una simulación diseñada para enseñar estrategias de engaño y manipulación. A medida que avanzaban en la simulación, se encontraron con una serie de retos y pruebas que requerían tanto ingenio como valor.
El primer reto les pedía resolver un acertijo complejo que bloqueaba la puerta de salida de la sala. Trabajaron juntos, combinando sus habilidades únicas. Yordi, con su ojo para los detalles, encontró pistas ocultas en los gráficos de la pantalla. Lucia, con su intuición aguda, conectó los puntos aparentemente sin relación. Y Sebastián, con su mente analítica, descifró el código final.
La puerta se abrió con un chasquido, revelando un corredor oscuro. Los tres avanzaron, manteniéndose alerta a cualquier peligro. A medida que se adentraban más, la atmósfera se volvía más tensa. Las luces parpadeantes y los ruidos extraños aumentaban su nerviosismo.
En la siguiente sala, encontraron un maniquí que simulaba una escena de crimen. En el pecho del maniquí había una nota que decía: «Resuelve el misterio o enfréntate a las consecuencias.» La simulación se volvía cada vez más inquietante.
Lucia inspeccionó el maniquí, encontrando varias pistas que los llevaron a deducir el «asesino» en la simulación. Aunque la situación era ficticia, los niños se sentían cada vez más presionados, como si realmente estuvieran en peligro.
—Esto es demasiado real —murmuró Yordi, sintiendo un escalofrío.
—Debemos mantener la calma y seguir adelante —respondió Sebastián, aunque también estaba preocupado.
Lucia, tratando de aligerar el ambiente, sonrió y dijo: —Vamos, chicos. Esto es solo una prueba. Somos más inteligentes que esta máquina.
Su confianza era contagiosa, y juntos resolvieron el misterio de la sala, desactivando otra trampa en el proceso.
La simulación parecía interminable, y los desafíos cada vez más complejos. Sin embargo, cada reto superado reforzaba su amistad y su confianza en sí mismos. En una sala llena de espejos, tuvieron que enfrentar sus peores miedos reflejados. Yordi vio su inseguridad, Sebastián su miedo al fracaso y Lucia su temor a la soledad. Juntos, se dieron ánimos y lograron superar esa prueba emocional.
Finalmente, llegaron a la última sala. Una voz robótica anunció: «Último desafío: Dulce Maldad. Deben encontrar el antídoto antes de que el tiempo se agote.»
La sala estaba llena de frascos y tubos de ensayo. El reloj en la pared contaba regresivamente, aumentando la presión. Trabajaron frenéticamente, mezclando sustancias y probando combinaciones. Yordi, con sus habilidades observacionales, notó un patrón en los colores de los líquidos. Lucia, con su intuición, eligió los ingredientes correctos, y Sebastián, con su precisión, mezcló el antídoto final.
Cuando el reloj marcaba los últimos segundos, lograron crear el antídoto y lo vertieron en un recipiente central. La máquina se detuvo y la puerta final se abrió.
Al cruzar la puerta, se encontraron de nuevo en su laboratorio, pero todo había cambiado. Las luces eran más brillantes y el ambiente menos opresivo. Habían superado la simulación.
—Lo logramos —dijo Yordi, sintiendo una mezcla de alivio y orgullo.
—Sí, lo hicimos —respondió Sebastián, sonriendo por primera vez en horas.
Lucia los abrazó a ambos. —Sabía que podíamos hacerlo.
De regreso a su rutina habitual, los tres amigos reflexionaron sobre lo que habían aprendido. La simulación había sido un desafío, pero también les había enseñado valiosas lecciones sobre trabajo en equipo, confianza y superación personal.
A partir de ese día, Neonville nunca fue el mismo para ellos. Habían descubierto que, sin importar lo difícil que parezca una situación, siempre podrían contar el uno con el otro. Y aunque el laboratorio seguía siendo un lugar de misterios y aventuras, sabían que estaban preparados para enfrentar cualquier cosa, juntos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.