Cuentos de Ciencia Ficción

MATEO y el amigo que cobra vida bajo la luna

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Era una noche mágica y estrellada en el pequeño pueblo de Valle de Luz. Todos los niños estaban esperando que el sol se ocultara y la luna brillara en el cielo, porque sabían que era el momento de imaginar, de soñar y de vivir aventuras increíbles. En una de las casas de ese pueblo vivía un niño llamado Mateo. Mateo era un niño curioso, siempre lleno de preguntas, que le encantaba explorar y descubrir cosas nuevas. Lo que más le gustaba hacer era observar las estrellas y pensar en los planetas lejanos.

Una noche, mientras Mateo estaba en su jardín mirando al cielo, observó algo muy extraño. En el centro de su patio había una pequeña nube brillante y de colores. «¿Qué será eso?», pensó Mateo, acercándose poco a poco. Justo cuando iba a tocarla, la nube comenzó a girar y a sacar chispitas de luz. Y entonces, ¡de esa nube surgió un pequeño robot llamado Doey!

—¡Hola, Mateo! —dijo Doey, con una vocecita alegre. —¡Soy un robot viajero de estrellas! He venido a hacer amigos.

Mateo, sorprendido, sonrió y dijo:

—¡Hola, Doey! ¡Eres muy divertido! ¿De dónde vienes?

Doey levantó sus pequeños brazos metálicos y respondió:

—Vengo de un planeta muy lejano llamado Estrellita, donde todos somos robots, y solo cobramos vida bajo la luz de la luna.

Mateo estaba fascinado. Nunca había conocido a un robot antes. Quería saber todo sobre Estrellita y sus amigos robots. Entonces, Doey le propuso algo increíble.

—¿Te gustaría venir a Estrellita conmigo? Solo hay que dar un salto bajo la luna llena.

Mateo miró hacia arriba, y vio cómo la luna brillaba con fuerza. Se sentía emocionado. Pero también un poco asustado. Doey, notando la inquietud de Mateo, le dijo:

—No te preocupes, amigo. La luna siempre cuida de quienes sueñan y exploran. ¡Vamos!

Mateo cerró los ojos, respiró profundamente y, con un gran salto, tocó la nube brillante. En un instante, se sintió ligero, como si estuviera volando. Cuando abrió los ojos, ¡se encontró en un mundo mágico!

Los árboles eran de colores brillantes, las flores cantaban y los ríos chisporroteaban como si tuvieran música. Mateo no podía creer lo que veía. Todo era tan hermoso. Doey, que flotaba a su lado, dijo:

—Bienvenido a Estrellita, Mateo. Ahora eres parte de nuestra aventura.

Mientras caminaban, Mateo notó algo curioso. Había un grupo de robots que parecían estar tristes. Se acercó a ellos y preguntó:

—¿Por qué están tristes?

Un robot con grandes ojos de color verde explicó:

—Soy Robo, y estos son mis amigos. Siempre que la luna está llena, cobramos vida, pero hoy no hemos encontrado el Portal de las Estrellas, que nos lleva a la Gran Fiesta de la Luz.

Mateo se sintió muy emocionado. Pensó que era la oportunidad perfecta para ayudar a sus nuevos amigos. Se volvió a Doey y dijo:

—¡Podemos ayudarles a encontrar el Portal de las Estrellas!

Doey sonrió y asintió.

—¡Sí! ¡Vamos juntos, amigos!

Así que Mateo, Doey y Robo, junto con los demás robots, comenzaron su búsqueda. Recorrían montañas de dulces, valles de caramelos y ríos de chocolate. En cada lugar, preguntaban a otros robots si habían visto el Portal de las Estrellas, pero nadie sabía dónde estaba.

Después de un rato, se sentaron a descansar bajo un árbol que daba frutas chuches. Mientras comían, Mateo recordó un cuento que había escuchado sobre un viejo sabio que vivía en la cima de la montaña más alta.

—Quizás él sepa dónde está el portal —dijo Mateo, lleno de esperanza.

Todos estuvieron de acuerdo, así que decidieron subir a la montaña. Era una subida empinada, y los robots estaban un poco cansados, pero la emoción de encontrar el portal les daba energía. Finalmente, llegaron a la cima y encontraron una casita hecha de nubes.

—¡Aquí vive el sabio! —exclamó Doey.

Llamaron a la puerta, y un anciano robot con un largo sombrero salió. Su nombre era Maestro Zor. Era muy sabio y siempre ayudaba a los que necesitaban consejo.

—Sí, pequeños amigos, ¿qué los trae hasta aquí? —preguntó con voz suave.

Mateo explicó la situación y le preguntó al Maestro Zor si sabía cómo encontrar el Portal de las Estrellas. El anciano robot se rascó la cabeza pensativa y dijo:

—Para encontrar el portal, deben acercarse al Lago de los Sueños. Allí, las aguas reflejan la luz de la luna y sus corazones sinceros les mostrarán el camino.

—¿Sabes dónde está el Lago de los Sueños? —preguntó Robo.

—Sigan el camino de las luciérnagas y los guiará —respondió el Maestro Zor.

Mateo y su grupo agradecieron al maestro por su ayuda y se despidieron. Empezaron a seguir el sendero iluminado por las luciérnagas. Era un espectáculo hermoso ver cómo iluminaban el camino. Bailaban en círculos, guiándolos hacia el lago.

Cuando llegaron al Lago de los Sueños, el paisaje era encantador. El agua era cristalina y reflejaba las estrellas. Pero no podían ver el portal.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó un robot, un poco desanimado.

Mateo se sentó al borde del lago y pensó. Recordó lo que el Maestro Zor había dicho sobre lo que debían hacer: ser sinceros. Mateo cerró los ojos y dijo en voz alta:

—¡Deseo ayudar a mis amigos robots a encontrar el Portal de las Estrellas! Quiero verlos felices y participar en la Gran Fiesta de la Luz.

Entonces, de repente, las aguas del lago comenzaron a brillar intensamente. Doey y los otros robots observaron asombrados. Mateo sonrió al ver que el lago se agitaba y formaba una figura luminosa en el agua.

—¡Es el portal! —gritó Robo, emocionado.

Todos saltaron al agua, y el portal los envolvió en una luz brillante. Cuando salieron, estaban en un lugar mágico. Todo relucía como si hubiera millones de estrellas esparcidas por el aire.

—¡Hemos llegado! —gritaron los robots, llenos de alegría.

En ese momento, los robots comenzaron a bailar y a celebrar. Era un festival lleno de risas, música y colores. Mateo se unió a ellos y sintió que bailaba entre las estrellas. La alegría envolvía a todos, y la luna brillaba como nunca.

Después de un rato, los robots hicieron una pausa y agradecieron a Mateo por su valentía y amabilidad. Le dieron un regalo especial: una pequeña estrella brillante.

—Esta estrella te recordará siempre que, con amigos y un corazón sincero, puedes lograr cualquier cosa —dijo Robo.

Mateo, lleno de gratitud, aceptó la estrella y la guardó en su bolsillo. Sabía que volvería a su hogar, pero esos recuerdos siempre estarían con él.

A medida que la noche avanzaba, Mateo miró a la luna, y ella le sonrió, como si le dijera que siempre estaría allí para él. Doey se posó a su lado y dijo:

—Es hora de que regreses a casa, amigo. Pero siempre estaré aquí, en el cielo, para recordarte que la aventura nunca termina.

Así que, juntos, dieron un salto hacia el portal. Esta vez, el camino fue suave y los envolvió en luz. Cuando Mateo abrió los ojos, se encontró de nuevo en su jardín, bajo el cielo estrellado.

—¡Lo hice! —gritó emocionado.

Mateo miró la estrella brillante que tenía en el bolsillo. Se sentó en la hierba y miró al cielo, sintiendo en su corazón que la aventura nunca había terminado. Ahora sabía que siempre que la luna brillara, nuevas aventuras lo esperarían. Y en ese instante, con una sonrisa en su rostro, entendió que la amistad, la imaginación y la magia de los sueños son lo que hace la vida maravillosa.

Así terminó aquella mágica noche en que Mateo conoció a Doey, su nuevo amigo, y descubrió que el verdadero poder de las aventuras nace de los lazos que creamos con quienes queremos. La luna siempre cuidaría de ellos, y siempre habría historias nuevas por contar.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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