Cuentos Clásicos

Alejandro y los Coches Mágicos

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez un niño llamado Alejandro. Alejandro era un niño de cuatro años con una gran imaginación y un amor especial por los coches. Su habitación estaba llena de ellos: coches de carreras, camiones de bomberos, grúas, y hasta pequeños trenes. Cada día, después de volver de la guardería, Alejandro se sentaba en su alfombra de juego y se perdía en su mundo de coches y máquinas.

Pero Alejandro no sabía que sus juguetes no eran como cualquier otro. Había algo especial en ellos, algo mágico. Aunque parecían coches normales durante el día, cuando caía la noche y Alejandro se quedaba dormido, los coches cobraban vida. Se movían, hablaban entre ellos, e incluso hacían carreras por la habitación sin hacer el menor ruido. Los coches tenían una regla muy importante: no debían ser descubiertos por Alejandro. Sabían que si él los veía moverse, la magia podría desaparecer.

Una noche, después de un día lleno de juegos, Alejandro se fue a dormir como de costumbre. Cerró los ojos, abrazando a su peluche favorito, y pronto estuvo soñando con caminos largos y brillantes, donde conducía los coches más rápidos del mundo. Lo que Alejandro no sabía es que esa noche, algo muy especial iba a suceder.

Mientras Alejandro dormía, sus coches comenzaron a despertarse, como lo hacían cada noche. El coche de carreras rojo, que Alejandro había llamado “Rayo”, fue el primero en encender sus faros. Luego, el camión de bomberos, al que llamaban “Chispa”, estiró sus ruedas y se preparó para la acción. El pequeño tren, “Trueno”, hizo sonar suavemente su silbato. Pero algo diferente sucedió esa noche: una chispa de magia, que venía del corazón de Alejandro, llenó la habitación. De repente, Rayo, Chispa y Trueno sintieron algo nuevo. Ya no solo se movían en silencio; ahora podían hablar y reír, y, lo más sorprendente, podían interactuar con Alejandro.

Pero Alejandro estaba profundamente dormido, así que no vio lo que estaba pasando a su alrededor. Mientras tanto, los coches comenzaron a explorar la habitación de una manera diferente a la de siempre. Rayo, siendo el más rápido, se adelantó y comenzó a trazar circuitos alrededor de la cama, subiendo y bajando por las rampas que Alejandro había construido con libros y almohadas. Chispa practicaba su manejo de la escalera, levantándola y bajándola, listo para cualquier emergencia. Trueno, por su parte, se dedicó a explorar el tren eléctrico que Alejandro tenía montado en la esquina, pasando por túneles y cruzando puentes.

Pero mientras jugaban, algo inesperado ocurrió. Alejandro, tal vez sintiendo la energía de la magia, comenzó a despertarse. Sus ojos se abrieron lentamente, y lo primero que vio fue a Rayo corriendo alrededor de su cama, con las luces encendidas y su motor rugiendo suavemente.

Alejandro parpadeó, sin creer lo que estaba viendo. “¿Rayo? ¿Estás… vivo?” preguntó en un susurro.

Rayo frenó en seco, con las luces parpadeando nerviosamente. Los otros coches también se detuvieron, mirando a Alejandro con una mezcla de sorpresa y preocupación.

Finalmente, Rayo decidió acercarse a Alejandro. Con una voz suave, dijo: “Sí, Alejandro, estamos vivos. La magia en tu corazón nos ha dado vida, pero por favor, no tengas miedo.”

Alejandro no podía creer lo que estaba escuchando. Sus coches, sus juguetes favoritos, ¡estaban hablando! Pero en lugar de asustarse, Alejandro se sintió lleno de emoción.

“Esto es increíble,” dijo Alejandro, sentándose en la cama. “Siempre he soñado con que pudieran hablar conmigo. ¿Podemos jugar juntos?”

Rayo, Chispa y Trueno se miraron entre sí y luego sonrieron. “Claro que sí,” dijo Chispa, levantando su escalera con entusiasmo. “Esta noche, vamos a tener la mejor aventura de todas.”

Y así comenzó una noche mágica que Alejandro nunca olvidaría. Junto con Rayo, Chispa y Trueno, Alejandro exploró su habitación como nunca antes. Construyeron nuevos circuitos de carreras, con rampas más altas y curvas más cerradas. Alejandro subió a Trueno y recorrieron todo el tren eléctrico, mientras Chispa les abría camino con su luz brillante.

Mientras jugaban, los coches le contaron a Alejandro historias sobre las otras noches en las que cobraban vida, cómo habían explorado su habitación en secreto, y cómo siempre cuidaban de él mientras dormía. Alejandro se sintió tan feliz de poder compartir esos momentos con ellos.

Después de un tiempo, Alejandro tuvo una idea. “¿Qué tal si salimos al jardín? Hay tanto espacio allí. Podríamos hacer una carrera de verdad.”

Los coches estuvieron de acuerdo, y juntos salieron al jardín en silencio para no despertar a los padres de Alejandro. El jardín estaba tranquilo, iluminado solo por la suave luz de la luna. Alejandro y sus coches se prepararon para la carrera. Rayo, siendo el más veloz, tomó la delantera, pero Chispa y Trueno no se quedaron atrás. Alejandro animaba a sus amigos, corriendo junto a ellos mientras las ruedas de los coches giraban a toda velocidad sobre el césped.

La carrera fue emocionante. Rayo saltó sobre pequeños montículos, Chispa usó su escalera para atravesar un obstáculo, y Trueno, aunque era un tren, logró mantener el ritmo gracias a las vías que Alejandro había improvisado con ramas. Al final, todos cruzaron la línea de meta juntos, riendo y celebrando.

Después de la carrera, los coches y Alejandro se tumbaron en el césped, mirando las estrellas. Alejandro se sintió muy afortunado de tener amigos tan especiales. “Nunca olvidaré esta noche,” dijo Alejandro, mirando a Rayo, Chispa y Trueno. “Siempre seremos amigos, ¿verdad?”

Rayo se acercó y respondió: “Por supuesto, Alejandro. Siempre estaremos aquí para ti, incluso cuando estés dormido.”

Mientras disfrutaban del momento, de repente, una pequeña estrella fugaz cruzó el cielo. Alejandro la vio y cerró los ojos para pedir un deseo. “Deseo que podamos tener muchas más noches como esta,” pensó con fuerza.

Lo que Alejandro no sabía es que la estrella fugaz era en realidad una chispa de magia que había caído del cielo, y que su deseo se había cumplido. Desde esa noche en adelante, cada vez que Alejandro se iba a dormir, sus coches cobraban vida de nuevo, y juntos vivían aventuras increíbles.

La noche mágica pasó rápidamente, y antes de que se dieran cuenta, empezaba a salir el sol. Los coches sabían que era hora de regresar a su estado de juguetes normales, para que los padres de Alejandro no sospecharan nada.

“Es hora de descansar,” dijo Trueno con un suspiro, volviendo a su posición junto al tren eléctrico.

Rayo y Chispa también se colocaron en sus lugares, listos para parecer simples juguetes de nuevo.

Alejandro, un poco triste porque la noche mágica terminaba, les dio las gracias a sus amigos. “No puedo esperar para la próxima aventura,” dijo mientras se despidió con una sonrisa.

“Hasta la próxima, Alejandro,” respondieron los coches al unísono antes de quedarse inmóviles.

Alejandro se fue a su habitación y se metió en la cama, justo a tiempo para que sus padres no sospecharan nada. Cerró los ojos y pronto se quedó dormido, con una gran sonrisa en su rostro.

Y así, cada noche, Alejandro esperaba con ansias el momento de cerrar los ojos y entrar en su mundo de coches mágicos. Sabía que, mientras él dormía, sus amigos estarían allí, esperando para la próxima gran aventura. Las noches nunca volvieron a ser las mismas para Alejandro, porque en cada sueño, las máquinas y los coches cobraban vida, y juntos, vivían las historias más maravillosas que un niño de cuatro años podría imaginar.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado, pero en los sueños de Alejandro, las aventuras de coches y máquinas siempre continuarán.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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