En un pequeño pueblo lleno de casitas coloridas y jardines llenos de flores, vivían tres hermanitos llamados Said, Fryda y Alfredo. Said era el más grande, siempre listo para aventuras y descubrimientos. Fryda, con sus rizos dorados, amaba las flores y los colores. Alfredo, el más pequeño, reía con cada mariposa que volaba cerca.
Un día, su abuelito les trajo un regalo muy especial: un par de conejitos. Eran suaves y saltarines, con ojitos brillantes y orejas largas. Uno era blanco como la nieve y el otro marrón como el chocolate. A los niños les encantaron y les pusieron nombres cariñosos: Blanquito y Marroncito.
Todos los días, Said, Fryda y Alfredo jugaban con los conejitos en el jardín. Les daban zanahorias frescas y los acariciaban suavemente. Pero a veces, los hermanitos se peleaban por quién jugaría con Blanquito y quién con Marroncito. «¡Yo quiero a Blanquito!», decía Said. «¡Pero yo lo vi primero!», exclamaba Fryda. Y Alfredo, mirando con sus grandes ojos, suspiraba tristemente porque también quería jugar.
Un día, algo inesperado sucedió. La conejita Marroncita parecía estar triste y no quería jugar. Los tres hermanitos estaban preocupados. «¿Estará enferma?», preguntaba Fryda. «¿Necesitará algo especial?», se preguntaba Said. Alfredo se quedaba en silencio, mirando a Marroncita con tristeza.
Cada día, después de la escuela, los hermanitos corrían al jardín para ver a Marroncita. Le llevaban su comida favorita y le hacían cariñitos, esperando que se sintiera mejor. Y entonces, una mañana mágica, cuando salieron al jardín, ¡una sorpresa los esperaba!
El jardín estaba lleno de pequeños conejitos saltando y jugando por todas partes. Eran bebés de Blanquito y Marroncita. Había conejitos blancos, marrones, algunos con manchitas y otros con rayitas. Los hermanitos abrieron sus ojos llenos de asombro y alegría. «¡Mira, cuántos conejitos!», gritaba Alfredo. «¡Son hermosos!», exclamaba Fryda. Said, con una gran sonrisa, decía: «¡Ahora tenemos muchos amigos para jugar!»
Desde ese día, los hermanitos no se pelearon más por los conejitos. Había suficientes amigos peludos para todos. Aprendieron a cuidarlos, a alimentarlos y a jugar con ellos respetuosamente. El jardín se llenó de risas, saltos de conejitos y momentos felices.
Los días en el jardín eran ahora una fiesta de colores y alegría. Said, Fryda y Alfredo, junto con Blanquito, Marroncita y sus bebés, vivieron momentos mágicos, aprendiendo sobre el cuidado, el compartir y la maravilla de la naturaleza.
Tras el emocionante descubrimiento de los pequeños conejitos, los días de Said, Fryda y Alfredo se convirtieron en una aventura constante. Cada mañana, los hermanitos se despertaban emocionados para correr al jardín y jugar con sus nuevos amigos. Blanquito y Marroncita, ahora papá y mamá conejos, cuidaban amorosamente de sus bebés, mientras los niños aprendían sobre la responsabilidad y el cuidado de los animales.
Una tarde, mientras jugaban en el jardín, los hermanitos notaron algo extraño: uno de los conejitos, un pequeñín marrón con una mancha blanca en su oreja, parecía estar buscando algo. Lo llamaron Rayito, por la forma de la mancha en su oreja. Rayito escarbaba en la tierra y movía su naricita rápidamente.
Intrigados, Said, Fryda y Alfredo decidieron seguir a Rayito. El conejito los llevó hasta un rincón del jardín donde nunca antes habían jugado. Allí, escondido entre las flores, encontraron un pequeño cofre de madera. «¡Un tesoro!», exclamó Said con emoción. Con cuidado, abrieron el cofre y dentro encontraron semillas de todas las formas y colores.
Los hermanitos tuvieron una idea maravillosa: crearían un jardín especial para los conejitos. Con la ayuda de sus papás, prepararon la tierra y sembraron las semillas. Día tras día, cuidaban el jardín, regando las plantas y asegurándose de que los conejitos no se comieran las semillas antes de tiempo.
Poco a poco, el jardín comenzó a florecer. Había flores de colores brillantes, zanahorias jugosas y lechugas frescas. Los conejitos estaban felices, saltando y jugando entre las plantas. Said, Fryda y Alfredo se sentían muy orgullosos de su trabajo. Habían creado un lugar mágico, lleno de vida y alegría.
Una mañana, mientras los hermanitos jugaban en el nuevo jardín, vieron algo asombroso: una mariposa muy grande y colorida se posó en una de las flores. Era la mariposa más hermosa que habían visto. «Es como un arcoíris volador», dijo Fryda con admiración.
Desde ese día, más mariposas, pájaros y otros pequeños animales empezaron a visitar el jardín. Los hermanitos aprendieron a observar y cuidar de estos nuevos visitantes, siempre respetando su espacio y su libertad.
El jardín se convirtió en un pequeño paraíso, donde la naturaleza y la amistad florecían. Said, Fryda y Alfredo pasaban horas maravillosas explorando, aprendiendo y jugando. Los conejitos, siempre curiosos y juguetones, eran los compañeros perfectos en sus aventuras.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.