En un tiempo lejano y olvidado, en un pequeño pueblo bañado por la luz de un millón de estrellas, vivía una joven gitana de corazón inquieto y ojos como dos espejos del cielo nocturno. Su nombre era Carmesí, y su vida estaba llena de música y danza, pero en su corazón guardaba un vacío profundo, una soledad que ni la más alegre de las melodías podía llenar.
Carmesí había amado una vez, profundamente, a un joven del pueblo llamado Esteban, un muchacho de buen corazón y sonrisa fácil. Sin embargo, el destino, caprichoso y cruel, se llevó a Esteban lejos, dejándola con un corazón roto y un deseo ardiente de encontrar la felicidad que una vez había conocido.
Una noche, bajo un cielo especialmente estrellado, Carmesí, llevada por su desesperación, decidió pedir ayuda a la única que creía podría entender su pena: la Luna. Subió a la colina más alta, cerca de donde los ríos cantaban al unísono con el viento, y elevó sus brazos al cielo.
“Oh, querida Luna, madre de la noche y guardiana de los secretos del cielo,” clamó con voz quebrada, “te suplico que me concedas la dicha de volver a amar y ser amada, de encontrar un compañero con quien compartir mi vida y mi alegría.”
La Luna, conmovida por la sinceridad y la pena en la voz de la gitana, decidió concederle su deseo, pero a un precio. “Carmesí,” susurró la Luna con voz tan suave como la brisa nocturna, “te daré lo que pides, pero a cambio, deberás darme algo muy preciado.”
“Lo que desees, oh Luna,” respondió Carmesí sin dudar, “estaré eternamente agradecida y dispuesta a pagar cualquier precio por un poco de felicidad.”
“Entonces,” continuó la Luna, “el primer hijo que nazca de tu amor renovado será mío, pues aunque madre de la noche, nunca he podido ser madre de la tierra, y anhelo conocer ese vínculo único.”
Carmesí, aunque sorprendida y temerosa por la magnitud del sacrificio, aceptó, pues su deseo de llenar el vacío en su corazón era mayor que cualquier miedo. Así, sellaron el trato, y la luz de la Luna envolvió a Carmesí en un abrazo cálido y luminoso.
Poco tiempo después, como por arte de magia, Carmesí conoció a Lázaro, un viajero de ojos como la tierra mojada y sonrisa que desarmaba tristezas. Lázaro, al verla bailar alrededor del fuego una noche, quedó cautivado por su espíritu libre y su belleza sin igual. No pasó mucho tiempo antes de que ambos se enamoraran y decidieran unir sus vidas.
El amor entre Carmesí y Lázaro fue profundo y verdadero, lleno de risas y susurros compartidos bajo el manto de la noche. Y, a su tiempo, Carmesí quedó embarazada. La noticia llenó el pueblo de alegría, y todos esperaban con ansias la llegada del nuevo ser.
Sin embargo, Carmesí no había olvidado su promesa a la Luna. A medida que se acercaba el momento del nacimiento, su corazón se llenaba de una mezcla de alegría y temor. Cuando finalmente llegó el día, bajo una luna llena y brillante como nunca antes, dio a luz a un niño hermoso, con la piel blanca como la leche y el cabello y las pestañas del color de la luz de la Luna.
Lázaro, maravillado y confundido por la apariencia de su hijo, escuchó en silencio mientras Carmesí le contaba sobre el trato que había hecho con la Luna. Aunque su corazón se quebró al saber que tendrían que entregar a su hijo, comprendió el sacrificio que Carmesí había aceptado por la felicidad de ambos.
La noche en que debían entregar al niño a la Luna, Carmesí y Lázaro subieron a la colina, llevando en brazos a su hijo, al que habían llamado Lucero. Con lágrimas en los ojos pero con el corazón en paz, lo entregaron a la luz de la Luna, que lo envolvió en un suave resplandor y lo elevó hacia el cielo, donde se convirtió en una estrella brillante, una estrella que cada noche guiaba a los viajeros y consolaba a los corazones solitarios.
Carmesí y Lázaro regresaron a su hogar, sabiendo que Lucero viviría para siempre en el cielo, vigilándolos con el mismo amor con que ellos lo recordarían cada noche al mirar hacia las estrellas. Y así, aunque separados, la familia permanecía unida bajo el infinito manto de la noche, bajo la mirada eterna del Hijo de la Luna.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.