Cuentos Clásicos

El lobo hambriento y el brillo de la luna soñadora

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez en un bosque encantado, un grupo de amigos muy especiales. Estos amigos eran Carlos, Fany, Valeria y María. Carlos era un pequeño conejo de orejas largas y suaves, siempre curioso y lleno de energía. Fany era una ardilla ágil, con un pelaje marrón brillante, le gustaba saltar de rama en rama y recolectar nueces. Valeria era una tortuga sabia, que se movía despacio pero siempre tenía una historia interesante que contar. Y por último, María, un precioso pajarito de colores vibrantes, que cantaba melodías hermosas por toda la mañana.

Un día, mientras susurraba el viento entre los árboles, Carlos, Fany, Valeria y María decidieron tener un pícnic bajo la sombra de un gran roble. Se prepararon con muchas frutas, nueces y un delicioso pastel de miel que había hecho Valeria. Todos estaban emocionados y reían al imaginar las delicias que iban a compartir.

Así que reunieron todo y se acomodaron en el césped verde y fresco. Fany se subió a una rama para ver si había nueces para agregar al pícnic. Mientras tanto, Carlos revisó el cesto y se dio cuenta de que habían olvidado llevar agua. “¡Oh, no! No tenemos agua para tomar. ¿Qué haremos sin agua?”, dijo Carlos con un pequeño brinco. María, con su melodiosa voz, sugirió: “Podríamos ir al arroyo a buscar agua. Es un lugar muy bonito”.

Decididos, los amigos se pusieron en marcha hacia el arroyo. Al llegar, se encontraron con un paisaje espectacular. El agua brillaba como diamantes bajo el cálido sol, y el sonido de las pequeñas olas era como música refrescante. Carlos saltó feliz y comenzó a llenar sus patitas con agua fresca, mientras Fany dio un par de vueltas enérgicas, recogiendo ramas y hojas que le gustaban.

Valeria, que siempre observaba atentamente, notó algo extraño entre los arbustos. “¿Qué es eso?”, preguntó señalando un lugar oscuro donde crecía un matorral espeso. María voló un poco más cerca y descubrió que se trataba de un lobo, no un lobo cualquiera, sino un lobo que parecía muy triste. “Hola, amigo lobo. ¿Por qué estás tan solo?”, preguntó María con su voz dulce.

El lobo, llamado López, levantó la vista y respondió: “Hola, pequeños amigos. Estoy triste porque no tengo a nadie con quien jugar. Miren, tengo un gran vacío en mi corazón y también tengo mucha hambre, no he encontrado nada para comer”.

En ese instante, Fany, que siempre estaba muy atenta, recordó lo importante que era ayudar a los demás. “Podemos compartir nuestra comida contigo, si quieres. ¡No te preocupes!”, dijo entusiasmada. Carlos, que ya había llenado sus patas de agua, asentía con la cabeza. “Sí, eso haría feliz a todos, y así podríamos jugar juntos después”.

López, aunque un poco sorprendido por la amabilidad de los amigos, aceptó con una sonrisa tímida. Pronto, todos se acomodaron en la sombra del gran roble y comenzaron a compartir frutas y el delicioso pastel de miel. El lobo se sintió más feliz que nunca, y su tristeza se fue disipando como las nubes al amanecer.

Mientras se sentaban y comían, Fany le contó al lobo sobre sus emocionantes saltos entre las ramas, y María le mostró sus más hermosas melodías. Valeria, con su sabiduría, les habló sobre la importancia de ser amables y generosos. Cada vez que compartían algo, todos reían y se sentían cada vez más unidos.

El sol comenzaba a bajar en el cielo, y la luna asomaba su cabeza entre las nubes, iluminando el bosque con un suave brillo plateado. “¡Miren! ¡La luna también nos está mirando!”, exclamó Fany mientras saltaba de alegría. López, al ver la luna, comenzó a bailar, moviendo su cola de un lado a otro.

“¿Sabes lo que pienso?”, dijo Carlos. “Tal vez deberíamos ponerle un nombre a la luna”. Todos los amigos comenzaron a pensar en nombres divertidos, hasta que Valeria, con su tono sabio, dijo: “La llamaremos Luna Soñadora, porque siempre parece estar soñando con cosas hermosas”.

Así, bajo la luna brillando en el cielo oscuro, el grupo de amigos se unió en un círculo y comenzaron a contar historias sobre aventuras en el bosque. El lobo, que al principio había estado solo, ahora se sentía parte de algo especial, un verdadero grupo de amigos que cuidaban entre sí.

Al final de la noche, cuando la luna estaba en su apogeo y el cielo estaba adornado de estrellas, López, el lobo, sonrió. “Nunca pensé que un grupo de amigos como ustedes querría jugar conmigo. Estoy muy agradecido”, dijo con voz suave.

María, que siempre sabía qué decir, contestó: “La amistad no tiene límites, y siempre hay lugar para un nuevo amigo”. Todos asintieron y juntos miraron hacia la Luna Soñadora, sintiéndose felices y unidos.

Desde ese día, Carlos, Fany, Valeria, María y López se convirtieron en los mejores amigos del bosque. Juntos exploraban, jugaban y compartían no solo comida, sino también risas y amor. Aprendieron que ser amable y ayudar a los demás trae alegría y felicidad, creando lazos que iluminan incluso las noches más oscuras.

Así, el grupo siguió viviendo muchas aventuras, recordando siempre lo especial que es tener amigos, y cómo un acto de amabilidad puede cambiar el corazón de alguien y llenar cualquier vacío de felicidad. La amistad, así como la Luna Soñadora, brilla siempre brillante en el cielo, iluminando el camino de quienes están dispuestos a compartirla.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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