En un rincón mágico del mundo, donde los árboles susurraban secretos y las estrellas iluminaban la noche, vivían tres amigos inseparables: Paula, Marc y Laia. Cada uno tenía una personalidad única: Paula era audaz y soñadora, siempre lista para una nueva aventura; Marc, el más pensativo, tendía a ser cauteloso y reflexivo; y Laia, la artista del grupo, veía el mundo a través de un lente lleno de colores vibrantes y fantasía.
Un día soleado, mientras paseaban por el bosquecillo que rodeaba su pueblo, Laia descubrió un viejo libro polvoriento escondido entre las raíces de un árbol anciano. Intrigada, lo tomó en sus manos y comenzó a hojear las páginas amarillentas. «¡Miren esto!». Los demás se acercaron entusiasmados. Las ilustraciones eran mágicas: criaturas fantásticas, paisajes de ensueño y, lo más intrigante de todo, dibujos de colores que parecían cobrar vida.
«¿Qué dice?», preguntó Marc, inclinándose para ver mejor. Laia leyó en voz alta: «Los colores del mundo son guardianes de la alegría y la belleza. Si un día los colores desaparecen, la tristeza se apoderará de la Tierra. Agradece a los Guardianes de los Colores y cuida de su legado».
Paula, entusiasmada, exclamó: “¡Debemos proteger los colores!” Pero Marc, siempre más cauteloso, señaló que no sabían mucho sobre los guardianes de los colores. “Podría ser solo un cuento”, sugirió. Sin embargo, Laia no podía ignorar la chispa de aventura que había despertado en ella. «¡Imaginemos que los colores son reales y que debemos ayudarlos!», propuso.
Así, los tres amigos decidieron que debían embarcarse en una búsqueda para encontrar a los Guardianes de los Colores, convencidos de que había algo más grande en juego. Se despidieron de sus familias, prometiendo regresar en un par de días y se adentraron en el bosque en busca de la magia de los colores.
Caminaron durante horas, cruzando ríos y brincando sobre troncos caídos. El sol comenzaba a caer cuando llegaron a un claro que nunca habían visto antes. En el centro, había un enorme arco iris que descendía desde el cielo, tocando el suelo como si invitara a los tres amigos a acercarse.
«¡Es hermoso!», exclamó Laia, mientras los colores danzaban ante sus ojos. “Quizá este es el puente que nos llevará a los Guardianes”. Consciente de la importancia del momento, Paula tomó la delantera y, cogiéndose de las manos con sus amigos, comenzó a caminar hacia el arco iris.
Con cada paso, el entorno se volvía más vibrante. Al cruzar el arco, se encontraron en un mundo excepcional, donde todo estaba atravesado por colores brillantes que se movían como hojas al viento. Allí, en medio de un jardín espléndido, encontraron a una criatura peculiar que se presentó como el Guardián Azul, un ser alto con alas que recordaban al cielo claro, y ojos que reflejaban el océano.
«Bienvenidos, jóvenes viajeros», dijo el Guardián Azul con una voz melodiosa. “Desde hace tiempo estábamos esperando vuestra llegada. Los colores del mundo están en peligro y necesitan de vuestra ayuda”.
«¿Qué ha pasado?», preguntó Marc con seriedad.
“Un oscuro hechizo, lanzado por la Reina Gris, ha comenzado a cubrir el mundo con su sombra. Ella anhela robar los colores y convertirlos en tristeza, y cada día que pasa, su poder crece”, explicó el Guardián Azul. «Sin embargo, hay esperanza. Solo los corazones puros pueden reunir los colores y romper el hechizo. ¿Están dispuestos a ayudar?”.
Paula, sintiendo que esa era su oportunidad para hacer algo grande, fue la primera en responder: “¡Por supuesto que sí! ¿Qué debemos hacer?”. El Guardián Azul sonrió. “Deben viajar a través de los dominios de cada Guardián de Color: el Rojo, el Verde y el Amarillo. Cada uno de ellos ha perdido su parte del brillo y solo ustedes pueden ayudarles a recuperarlo”.
Sin dudarlo, los tres amigos aceptaron la misión. Las explicaciones del Guardián Azul continuaron: “Cada uno de ustedes llevará una chispa del color correspondiente. Necesitarán siempre recordar los valores que representan: valor, esperanza y alegría. Viajen con honor y cuidado, y no dejen que la sombra de la Reina Gris les desanime”.
Instantes después, el Guardián Azul levantó sus alas y con un movimiento, creó un portal brillante que los llevó al dominio del Guardián Rojo. Al cruzar, fueron recibidos por un paisaje cuyo fulgor ardía como el fuego. Una gran montaña se alzaba en el horizonte, y en su cima, erguía un trono rojo puro. Allí, encontraron al Guardián Rojo, un ser caballeresco, con una armadura resplandeciente y un corazón valiente.
“¡Saludos, valientes!”, dijo el Guardián Rojo. “El fuego del coraje que me da vida ha sido apagado por la sombra. Necesito que me demuestren su valentía en una prueba. Cada uno de ustedes deberá enfrentar su propio miedo en la montaña”.
«¡Eso suena aterrador!», exclamó Laia temerosamente. Pero Paula, con su espíritu intrépido, la animó: «¡Podemos hacerlo! Solo tenemos que ser valientes”.
Así que, sin más, comenzaron a escalar la montaña. Marc sintió que su corazón latía rápidamente; mientras subían, su mente se llenaba de pensamientos de duda. Pero recordó las palabras del Guardián Azul y como un acto de valentía, decidió enfrentar sus temores. En la cumbre, cada uno se enfrentó a su mayor miedo. Paula enfrentó su incertidumbre sobre ser abandonada, Marc confrontó su miedo al fracaso, y Laia se enfrentó a su miedo a no ser lo suficientemente buena. Lucharon con sus pensamientos, pero juntos, se apoyaron y, tras una intensa lucha interna, lograron liberar el brillo del rojo del Guardián.
“¡Lo han hecho!”, aclamó el Guardián Rojo con orgullo. “Han mostrado un gran coraje. Aquí está su chispa del rojo, siempre encarnada en su corazón”.
Una vez que partieron, los amigos se adentraron en el dominio del Guardián Verde, donde la naturaleza cobró vida a su alrededor. La vegetación era intensa y iridiscente. El Guardián Verde era un ser de sabiduría, con un aire de paz que llenaba el ambiente. «Bienvenidos, jóvenes. Este color representa la esperanza. Para recuperar mi brillo, deben ayudarme a renovar mi jardín que ha perdido vida».
«¿Cómo podemos hacerlo?», preguntó Laia, llena de curiosidad.
“Necesito que encuentren las semillas de esperanza escondidas en este bosque. Pero tengan cuidado, la sombra de la Reina Gris se oculta y puede intentar desviarlos de su camino”.
Armados de determinación, comenzaron su búsqueda. Mientras buscaban, se encontraron con criaturas que estaban tristes y sin energía. Marc se acercó a uno de ellos y decidió hablar, lleno de empatía. Con su ayuda, encuentra las semillas, que simbolizaban sueños y sonrisas.
Cuando las encontraron y comenzaron a sembrarlas, el bosque revivió. Los árboles florecieron y la alegría regresó a los rostros de las criaturas. Así, el Guardián Verde, lleno de gratitud, les otorgó la chispa de la esperanza.
Por último, llegaron al dominio del Guardián Amarillo. Cuando cruzaron el umbral, se sintieron envueltos en un cálido resplandor. Allí, el Guardián Amarillo, un brillante ser con una risa contagiosa, dijo con energía: “Para recuperar mi color, el brillo de la alegría, deben celebrar la vida. Organizar una fiesta maestra que llame a la risa y la felicidad que una vez reinó aquí. Solo así podrán romper el hechizo de la tristeza que me ha cubierto”.
Al principio se sintieron abrumados, pero lejos de rendirse, Paula pensó en una idea genial. «¡Hagamos una gran fiesta! Podemos invitar a todos los que hemos encontrado en nuestro viaje». Marc utilizó su sentido práctico para ayudar a planear los detalles y Laia decoró el entorno con hermosas pinturas y dibujos de colores.
La fiesta fue un gran éxito. Criaturas de todas partes asistieron con energía, risas y sonrisas. Al ver la alegría y la unión de todos, el Guardián Amarillo estalló en energía radiante. “¡Han restaurado mi color!”, exclamó mientras les entregaba la chispa amarilla.
Con esos poderes unidos, Paula, Marc y Laia regresaron al jardín donde se encontraba el Guardián Azul. Al juntar los colores, el brillo que antes estaba ausente recobró vida y el arco iris refulgió intensamente. “Gracias, jóvenes”, dijo el Guardián Azul. “No solo han salvado los colores, sino que han demostrado lo que es la amistad, el valor y la esperanza. Ahora, la Reina Gris no podrá tocar el mundo otro vez”.
Justo en ese momento, una sombra oscura se acercó, revelando a la Reina Gris en su forma amenazante. Pero ahora, armados con colores vibrantes, Paula, Marc y Laia no sintieron miedo. Juntos, levantaron las chispas y, con un grito de unidad, enviaron un destello de luz. La Reina Gris fue rodeada por el color y la alegría y, al instante, se desvaneció, llevándose consigo la tristeza.
Cansados pero felices, los tres amigos estaban orgullosos de haber recuperado y protegido los colores del mundo. Regresaron a su pueblo, no solo como amigos, sino como héroes. Desde aquel día, nunca olvidaron la importancia de los colores y lo que realmente representan: alegría, valentía y esperanza.
Y así, en cada sonrisa, en cada rayo de luz y en cada vivo matiz que veían a su alrededor, recordaban que el verdadero viaje de los colores estaba dentro de ellos mismos, en su amistad y en el amor que compartían. En sus corazones, siempre llevarían el legado de los Guardianes de los Colores. Todos aprendieron que cuando se unen en torno a un propósito, incluso los mayores desafíos pueden ser superados.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.